Bernardo Congote

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Réplica a un crítico anónimo*

En Colombia tendemos a amar lo que nos hace daño y a odiar lo que nos beneficia.

En relación con las muchas reformas agrarias (Ley 200 1936, 35/1961, 4/1973 y sus múltiples leyes conexas)[1], aplicaría la reflexión del profesor Currie: “… ahora que todas esas (que nos vendieron como) rosas han perdido su fragancia, puede haber una mejor disposición para considerar (mejores) alternativas”.[2]

La decisión de qué producir (y por derivación exportar) en un país, se parece a la que toman los empresarios: (producir-exportar) productos cuyos precios de venta, al tiempo permitan ser comprados y que los productores cubran costos y reciban utilidades.

Esa decisión no se toma como si fuera un “juego de suma cero”: lo que nosotros producimos-exportamos castiga lo que otros producen-exportan, sino como un “juego de suma infinita”: lo que nosotros producimos-exportamos, beneficia a quienes nos compran quienes, a su vez, nos pagan con divisas que nos permiten comprar-importar lo que no somos competitivos para producir.

Desde el siglo pasado nos han dicho (y ahora Petro): “Produzcamos alimentos en Colombia para beneficio interno”

Esta “rosa” tiene sus espinas (y el agua donde flota huele a podrido). Bajo el modo de producción agropecuario colombiano, unos pocos producen a gran escala azúcar, palma africana, arroz, trigo, café y carnes, mientras la mayoría produce a pequeña escala los “cultivos de pan coger”: fríjol, maíz, zanahoria, papa y otras hortalizas.[3]/[4]

Pero los que producen a gran escala son ineficientes (usan tecnologías obsoletas) y por tanto producen a mayores precios que los internacionales. Sólo que nuestros gobiernos han tapado ese hueco por décadas usando impuestos.

Como producen a precios internacionales altos pero deben vender a precios bajos, la diferencia se las pagamos con impuestos (alimentando fondos de fomento azucarero, palmicultor, arrocero, cafetero, ganadero y otros). ¿Quiénes se benefician? Los grandes productores ineficientes. ¿Quiénes se perjudican? Los demás colombianos que pagamos impuestos.

Al mismo tiempo, los que producen a pequeña escala también son ineficientes (no usan tecnologías (maquinaria, fertilizantes, etc.) porque los pequeños cultivos no hacen rentable emplearlas); por ello producen a precios que oscilan entre los muy altos o muy bajos.

Cuando ocurre lo primero (en épocas de sequías o inundaciones), los consumidores pagamos del bolsillo los altos precios (comprando menos porque nuestros salarios son relativamente fijos). Y cuando los precios bajan, los excedentes terminan pudriéndose en las neveras (los que las tienen…) o casi regalados en las carreteras o convertidos en !!!alimentos para animales.¡¡¡

Debido a lo anterior, con las escasas divisas que generan unas exportaciones que no aumentan, importamos alimentos “pan coger” porque son más baratos afuera. (La idea sería importar con las divisas que generan las exportaciones agrícolas, pero como son escasas… ¿Y entonces como pagamos las importaciones? ¡Con el carbón y petróleo que exportamos!).

Conclusión preliminar: el presunto “beneficio interno” de producir nuestros alimentos, tiende a ser NULO. El blog sugiere romper con ese modelo pero NO subsidiando a los miles de minifundistas campesinos pobres ni a los pocos agropecuarios ricos.

“Los edificios no se pueden exportar”.

Es cierto. Pero el blog no expone esa falacia. La estrategia coreana a la que se le da crédito en el blog y su antecedente colombiana a la que nunca se le ha dado crédito, sugieren inútil esperar que “reformas agrarias”  fracasadas generen bienestar interno ni externo (en casi 80 años no han podido hacerlo).

La estrategia descansa en un PROGRAMA ENCADENADO según el cual: impulsando todavía más la industria de la construcción (con ahorro privado, no con subsidios (tomados de impuestos como ahora venimos haciéndolo), la mano de obra sobrante en los minifundios campesinos tendría empleo urbano y esos minifundios producirían a menores costos y a precios sosteniblemente bajos. Estos mayores empleo y salarios urbanos altos junto con precios agrarios bajos, elevarían el poder adquisitivo del salario urbano bajándole presión a las alzas salariales (y a la inflación).

Esta baja presión sobre los salarios urbanos, disminuiría los costos productivos de la industria (tanto local como exportadora) y podríamos vender más barato adentro y afuera; mayores exportaciones que generarían más divisas para seguir importando lo que inevitablemente seremos ineficientes para producir en el país. (Simplemente porque todavía no es posible, por ejemplo, trasladar Bogotá a la Costa,  diseñar climas con estaciones, pavimentar el río Magdalena o «aplanar» nuestras montañas …)

La fantasía de la autosuficiencia.

El panadero también podría producir trigo. Pero la división del trabajo que constituye uno de los más antiguos y grandes avances de la inteligencia humana ha logrado que se dedique a producir pan mientras otros producen el trigo. Sobre todo porque produciendo pan como saber hacerlo, obtiene ganancias mientras que produciendo trigo, que no sabe hacerlo, se arruinaría.

Por supuesto que lo mismo aplica para los países. Colombia, en los altiplanos cundiboyacenses podría producir parte del trigo que importamos. Pero si nos hemos especializado en producir-exportar flores y no trigo, por ejemplo, es porque las utilidades (y cobertura de costos) que dejan las flores, es mayor que las que recibiríamos por producir-exportar trigo.

El qué producir-exportar no es producto del sentimiento patrio. No es una decisión emocional que sueñe con convertir los países en una especie de “capitanes américa” o “supermanes”. Este tipo de propuestas que llenan el alma de las almas blandas, suelen ser las preferidas del populismo.

Pero el comercio internacional no es movido por ilusiones. Y poco les interesa a los europeos o a los chinos lo que desean las masas criollas y sus politiqueros.

Cada decisión productora-exportadora está sujeta a datos cualitativo-cuantitativos que, si otros quieren cambiarla,  deben presentar datos mejores.

Al final de cuentas, la sociedad les ha agradecido desde antaño a los panaderos que produzcan el pan (y se enriquezcan haciéndolo) facilitando de paso que, con sus ganancias compren tanto el trigo que les sirve de materia prima como los vestidos con que se protegen de las inclemencias del tiempo.

Una TRANSFORMADA reforma agraria planetaria empezó hace varias décadas.

El blog dejó a propósito para el final, comentar que la Biología Sintética está revolucionando la agropecuaria planetaria.

Buena parte de las discusiones antepuestas, quedará pronto que tarde en segundo lugar gracias a esos inmensos avances tecnológicos que, por ejemplo, ya están siendo experimentados en el CIAT de Colombia (Palmira).

Pronto que tarde sí podremos producir fríjol en laboratorio ventajosamente, o sea, de mejor calidad nutricional y más barato que el que hoy importamos. Para eso no hay que “pedir permisos”. Basta con dejar operar las fuerzas creativas de la ciencia y el flujo de inversiones que permitan hacer realidad esa perspectiva.

Congótica. Felicito al comentarista anónimo; su anonimato era injustificado porque planteó críticas interesantes.

*El blog criticado fue: https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/otra-vez-reforma-agraria   agosto 20 2022.

[1] En 2022 acumulamos 86 años de reformas agrarias, todas fracasadas.

[2] Currie, L. (1961). Desarrollo económico acelerado. México: FCE, Pg. 16 (Paréntesis del suscrito).

[3] Son algunos ejemplos.

[4] Nótese que algunos de los productos que son “pan coger” en Colombia (trigo o maíz), son agroindustrialmente producidos a gran escala en el resto del mundo: Canadá, Estados Unidos, Ucrania, Sudeste asiático, por lo que nos sale más barato importarlos que producirlos internamente.

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