Bernardo Congote

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¿Por qué los matamos?

La hipocresía colombiana no tiene límites. Nuestra capacidad de decir algo pensando lo contrario, es irrefrenable. Nuestro cinismo para sonreír cuando convendría llorar es indescriptible; de celebrar como victorias las derrotas; de desear la paz y votar por la guerra; de alabar a los paramilitares quienes piden cárcel para los insurgentes. En fin.

Durante lo corrido de 2018 hemos asesinado a 89 líderes sociales. Por acción o por omisión, cada colombiano llevamos a cuestas otros 89 asesinatos de seres humanos cuyo máximo delito es el de hacer valer sus derechos. ¿Acaso a ser corruptos a la Uribito? ¿A robar el presupuesto público a la García Morales o Palacino? ¿A hacer la guerra a nombre de la paz a la Uribe? ¡No! Sus derechos a sobrevivir. A que la tierra que les fue despojada a sangre y fuego les sea devuelta en los estrados judiciales. A que sus hijos puedan dormir tranquilos. A que sus mujeres puedan parir. A que sus hombres puedan sembrar. A que sus jóvenes puedan crecer.

A 22 de esos colombianos, los hemos asesinado después del 27 de junio. Enseguida no más de las elecciones presidenciales de segunda vuelta. Elecciones en las que 10 millones de nosotros eligieron al candidato cuyo partido se comprometió a hacer trizas los acuerdos de paz promoviendo la guerra. Millones que hoy hacen aspavientos frente al crimen artero de los líderes sociales calificados como “donnadie”. Líderes próximos de aquel alcalde de El Roble que, ante el presidente de la República de entonces, advertía que lo iban a matar. ¿Quién? Uno de los que estaba sentado a la derecha del presidente de la República de entonces. Uno que, según se sabe, tenía por apellido Arana y fue nombrado por el presidente de la República de entonces, embajador de Colombia en Chile.

Las mayorías acaban de elegir al candidato cuyo partido cuenta entre sus filas a los más cínicos defensores de la paz, pavimentando de sangre el camino de la guerra. A quienes, sin vergüenza, están al acecho de los Ministerios para desbaratar lo construido. A quienes, agazapados (as) ayer, hoy hacen méritos para dirigir los Institutos Descentralizados del Estado para volver al pasado. Fariseos que se relamen ante la posibilidad de renovar sus votos por el derramamiento de sangre.

¿La sangre de quiénes? ¿Acaso la de sus propios hijos o familiares? No. La sangre de los donnadie. De quienes, reclamando derechos, les impedían viajar sonrientes por las carreteras hacia sus fincas. Carreteras construidas con el sudor y sangre de esos donnadie. Fincas que son guardadas por esos donnadie. Varias de ellas ubicadas en tierras que les han sido despojadas a sangre y fuego a los donnadie. Seres humanos cuyo mejor destino en la tierra colombiana fue, es y amenaza seguir siendo, el cementerio.

Los dilectos hijos del sangrante corazón de jesús están velando armas. Ya llega el 7 de agosto. Algunos de sus más connotados vociferantes ya destaparon cartas en el Congreso. Son sepulcros blanqueados disfrazados de palomas; ovejas bajo cuyo disfraz se esconden almas sedientas de venganza.

Estos 22; estos 89; estos centenares; estos millares vienen siendo asesinados por nuestra proclividad centenaria a hacer política asesinando opositores. El descuartizamiento, la bala artera, el corte de franela, el juego de fútbol con las cabezas de los decapitados, han sido prácticas con las que se han bañado desde el siglo XIX las banderas azules y rojas de las autoproclamadas “clases dirigentes”, cuya gestión apenas las identifica como negligentes. Todo a nombre del amor al prójimo, la paz, la convivencia y los valores «humanos» predicados desde todos los púlpitos.

Banderas bipartidistas que cargan el lastre de la cruz mesiánica y se nutrieron y prometen seguirlo haciendo, con la sangre de indios, negros o miserables a quienes asesinan por amor al próximo; por una paz violenta; por negociar con una daga debajo de la ruana.Banderas fariseas.

Estas son las sinrazones por las que los matamos.

Nietzscheana. “Cuatro puertas tiene abiertas el que no tiene dinero: el hospital y la cárcel, la iglesia y el cementerio” (Canción popular).

Platónica. “El Hospital Militar debe mantenerse listo a recibir a los mutilados que pronto volverán a sus puertas cuando reanudemos la guerra” (Frase de un general apellidado Barrera. Tomada de: Orozco, Cecilia. El Espectador, semana del 5 al 12 de julio 2018).

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