Bernardo Congote

Publicado el

Nievesblancas y sus enanos

Nievesblancas odiaba al país donde vivía. Y quiso construir uno a su manera. Se trataba de un país donde sólo sus amigos pudieran vivir en paz. Y buscando, buscando, decidió rodearse de enanitos. Única fórmula para que pudiera verse grande.

Algo perezosa, en lugar de mejorar el país donde vivía, decidió desbaratarlo. Años atrás, sus primeros pinitos le llevaron a montar una empresa paramilitar que, con Ejército y Policía, acabara con las guerrillas. Y legalizó la posibilidad de que en cada región existiera un ejército privado que protegiera a los dueños de las fincas.

Fue tan emocionante su pesadilla, que resultó elegida reina del país que odiaba. Y armada hasta los dientes, produjo muchas víctimas. Unas legales y otras ilegales. A las primeras, las arrinconó en la selva y las fronteras. De pronto mataba una que otra. Y a las segundas, en secreto las fue sacando de sus casas.

Víctimas jóvenes, casi todas padecían los rigores de la vida suburbana. Y sus esbirros se dedicaron a ofrecerles trabajitos dizque en unas finquitas cafeteras alejadas. Tanto como para facilitar que, una vez muertos disfrazados de guerrilleros, nadie se diera cuenta del crimen.

Luego quiso acabar con la justicia. Era muy difícil gobernar un país con muertos inocentes si existía una justicia que pudiera meterla a la cárcel. Entonces decidió que sus enanos persiguieran a los jueces. Pero no a los bajitos sino a los altos.

Y como el tiempo no le alcanzaba, violó la Constitución para que el país de los enanos la reeligiera indefinidamente. Inclusive sobornando al que se le atravesara. Sólo que los jueces constitucionales bloquearon su proyecto y tuvo que dejar el gobierno.

Pero no abandonó el poder. Yendo contra su narcisismo autoritario, Nievesblancas montó un partido político. La condición de la militancia era que, todos y todas, fueran enanos y enanas. Se trataba siempre, de que su baja estatura se destacara en público. Sobre todo.

¡Y su partido retomó el gobierno! Habiendo quedado en la cárcel algunos de sus enanos y fugándose al exterior los demás, le tocó echar mano de lo que había por ahí. Se trajo a uno que no había estado preso y lo hizo elegir.

La masa de sus enanos admiradores, sedienta de sangre, reeligió a Nievesblancas bajo el nombre de un enano repatriado: ¡otro de blancas nieves! Se trataba de matar y comer del muerto… legalmente. Y el nuevo enanito resultó presidente.

Para acompañarlo y, de paso, evitar que de pronto sus enemigos la enviaran a la cárcel, Nievesblancas logró que su partido siguiera en el Congreso. Se trataba de esconderse bajo los fueros legislativos y, al tiempo, de profundizar sus fantasías destructoras.

Ya había descalificado a los jueces; trampeado en la presidencia; encarcelado a los paramilitares,  y acariciado a sus amigos agropecuarios con créditos fáciles. Ahora le tocaba desbaratar el congreso por dentro. Sólo que no logró los votos suficientes porque con los de sus enanitos, apenas consiguió una minoría.

Sin embargo, se hizo las artes y logró que el más pequeño de sus enanos presidiera al Senado. Se trataba de romper el proceso de paz a como fuera. Pero las aguas se le subieron al cuello y Nievesblancas no quiso negociar. Y, queriendo hacerlo a punto de verse derrotada, las mayorías no se lo permitieron.

Por primera vez en muchos años Nievesblancas había logrado que sus adversarios se le fueran encima. Atraídos se decía que por su belleza, se decía que por su poder militar, se decía que por su influencia paramilitar, siempre había ganado. Se decía.

Ahora pareciera que algunos ciudadanos del país odiado por Nievesblancas, estuvieran despertando de esta pesadilla. Y que, de a uno en uno, comenzaran a darse cuenta de que la belleza de su reina es falsa. Y que ni gobierna, ni reina. Y que sus enanitos cada día cometen grandes errores.

No hace mucho parecía imposible que los amantes pudieran derrotar a los odiadores. Y que en las urnas se pudiera derrotar la guerra. Razón por la cual Nievesblancas está urdiendo otra ideota: enredar las elecciones y elegir una Constituyente … con muchos enanos.

A nombre de la blancura de sus nieves, la reina sin reino no cesa en su proyecto de odio. ¿Qué le haría falta hacer al amable país envenenado por sus nieves? Que aparezca un niño que, a su paso por la calle, le grite: ¡Nievesblancas es muy fea!

Y colorín blanqueado…

El autor es profesor universitario colombiano, miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (Argentina-www.federalismoylibertad.org) y autor del libro La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com).

Comentarios