No se mata más que en nombre de un dios…[i]
Estamos buscando la paz donde no existe. O sea buscando al ahogado aguas arriba.
No conozco algún plan de paz que busque desarmar a las almas de sus creencias.
Inclusive desarmado, el asesino creyente sigue doblegado por su sed criminal.
Por eso de cada “proceso de paz” surgen disidentes (aupados por ejércitos guerreristas…).
Unos y otros se distinguen de los anteriores asesinos, por el renovado brillo sangriento de sus miradas.
En cuanto nos rehusamos a admitir el carácter intercambiable de las ideas, la sangre corre…
La historia no se ha escrito con tinta sobre papel sino con sangre derramada por cuerpos descuartizados, guillotinados, tiroteados, degollados, tasajeados.
Es inútil buscar la paz en medio de almas doblegadas por las creencias en los dioses salvadores.
Ellas mismas están en guerra buscando que todos los demás se conviertan a sus verdades absolutas so pena de exterminarlos.
Bajo las resoluciones firmes (del creyente) se yergue un puñal; los ojos llameantes presagian el crimen…
A nombre de cualquier creencia, halla el creyente pasaporte para asesinar humanos sin contemplación.
Cada niño desmadejado en brazos de su padre. Cada niño sacado, polvoriento, de entre las ruinas de un bombardeo. Cada niño que ve destrozada su escuela.
Cada niño de la guerra desata orgasmos pútridos en el alma del fanático.
A nombre de toda creencia, las divinidades desatan en los criminales nuevos motivos para matar.
… el fanatismo…lepra lírica que contamina las almas… el fanático si mata por un idea puede hacerse matar por ella…
Si volteamos la historia, comenzando por ahora hallamos constante el derramamiento divino de la sangre.
Y si nos devolvemos hacia ayer, también.
Por entonces fue el cordero más joven y bello del rebaño cuya sangre divinizada era bebida con fruición.
Luego el autodenominado cordero de dios se suicidó sangrante colgando de una cruz.
Muerte que parió a Pablo, el CEO de la gran empresa romana cuyos tentáculos económicos, militares y políticos son tantos que, mientras cantamos villancicos, sonreímos sin ver cuán amoratados estamos por la asfixia.
Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican… La sociedad es un infierno de salvadores… toda fe ejerce una forma de terror.
Cada nuevo dictador es elegido dizque para salvar a su país.
Acaballado en una democracia de la que hace burla, el dictador se abalanza sobre rebaños de miserables subyugados por sus pastores.
Pero el viene para ser elegido popularmente, dice. El voto les abrirá torrentes de leche y miel.
Y muy pronto los ríos de leche bajan rojizos llenos de cadáveres. Y la miel se pudre de amarga.
Los únicos que sonríen son los verdugos… planeando ser reelegidos por sus ovejas para nuevos períodos de matanza (¡bien protegidos por las armas!).
¿Acaso han servido para otra cosa los ejércitos?
Congótica. ¡Son los creyentes, estúpido!
Congótica 2. ¿Qué diferencia existe entre Netanyahu, Hitler, Gengis Kan y Calígula?
[i] Ciorán, E. (1972). “Genealogía del fanatismo” en: Breviario de Podredumbre. Barcelona: Taurus, Páginas 27-30 (Citas tomadas libremente por el bloguero).
Bernardo Congote
Bernardo Congote estudia política y economía. Es miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (Argentina) (www.federalismoylibertad.org), Investigador Junior (Minciencias), Subdirector del Grupo Servipúblicos (Colciencias B), Profesor universitario y autor del libro La Iglesia agazapada en la violencia política (www.amazon.com).