Al mediodía del 20 de julio invadieron nuestras casas. Se suponía que celebrábamos la Independencia, pero TeleDuque quiso probarnos a punta de estallidos supersónicos que Colombia estaba consagrada sólo a él.
Cada vez de todas las que pasaron esos invasores por mi barrio, lancé un hijueputazo. Para mis adentros, porque el ruido invasor acallaba mis vociferaciones.
TeleDuque quiso recordarnos que es él quien gobierna. Por ello se viste a diario con ropajes que muestran que su nombre es “Iván Duque”.
Viéndolo, me hace recordar la anécdota del paciente de alzheimer que preguntado por su familiar: “¿Tú sabes cómo me llamo?” le responde: “¡Ve! ¡Este no sabe cómo se llama!”
TeleDuque ignora voluntariamente que quienes han ganado en el confinamiento somos los ciudadanos, no él.
Si se tratara de cumplir sus “órdenes”, los alcaldes no le han obedecido; tampoco los paramilitares, ni los bacriminales, ni los militares, ni los ladrones del erario ¡Y tampoco el coronavirus!
Aquí han triunfado las numerosas manifestaciones de tejido social como genuinas expresiones de independencia. Ha ganado el mercado comunitario en los edificios, en los conjuntos residenciales y en los barrios marginales. Y no me refiero al “mínimo vital” ineficientemente suministrado por el monstruo fascista.
Hablo de la comida que hemos compartido entre vecinos; del sancocho popular; de los paquetes que les enviamos a las familias de las aseadoras y celadores; de los mercados campesinos; del domicilio de la tienda de la esquina; de la labranza en las laderas urbanas construyendo huertas hogareñas.
Hablo de la disposición heroica a servir por parte de nuestros médicos y paramédicos mientras el gobernante pretende convertir a Colombia en un autoservicio.
Este balance desnudaría la penosa vocación fascista de los que dicen gobernar a nombre de una desteñida bandera democrática. Develaría cuán frustrante estaría siendo para el ocupante de la Casa de Nariño, ver que la Corte Constitucional le tumba, uno a uno, sus decretos dictatoriales.
Amodorrada por las piruetas del animador de televisión que emula, en mala hora a Pacheco o a Jotamario, la Corte ha actuado bajo el empuje ciudadano a punta de tutelas y derechos de petición por centenares.
Todos protestando contra las pretensiones de quien, escudado en el Covid 19, se ha querido erigir fácilmente como una caricatura del Gran Hermano orwelliano.
TeleDuque no en vano fue ungido por el mayordomo del ubérrimo. La mayordomía es un oficio en el que patéticamente se abrazan la dictadura y la pereza.
Nadie más odiado que el mayordomo entre su servidumbre. Echado en una hamaca dando órdenes bajo el sol caliente de las sabanas cordobesas, su pereza política sólo produce resentimiento.
Sólo hartera ha generado esa sospechosa cortesanía rural habilidosa en gritar y disparar mucho construyendo poco.
Los aviones supersónicos por dentro de nuestros oídos no lograron acallar las voces de quienes estamos asfixiados por la forma en que hace ya casi veinte años, nuestra pereza interior ungió electoralmente a una secta antidemocrática.
Arropada en la democracia como disculpa, lo que dicen y pretenden hacer es vulgarmente fascista.
Su pereza para hacer la política es la que les impide construir democracia arropándose en la dictadura.
Dado que la democracia hay que construirla, la dictadura destruye a punta de decretos sobre esto y aquello; eso sí, acurrucada entre el cobarde trueno supersónico que atemoriza a los desarmados.
¡No hay derecho! No lo hay, porque hiede a fascismo. A los perezosos de la política les cuesta mucho construir democracia.
El perezoso que hace de presidente es el mismo que convirtió en “conversaciones” -donde sólo habló él-, un diálogo exigido por multitudinarias y amenazantes protestas callejeras.
Aquel diálogo le habría exigido trabajar construyendo confianza para cimentar el dificultoso y laborioso respeto por la voz del otro. Pero todo terminó en una vulgar mamadera de gallo.
Nuestro perezoso fascista presidente está que ni pintado cuando se refiere a una líder de la Oposición como: “¡Esa Vieja!”. (Su secta es la misma de «las jugaditas»).
Lo sabíamos y lo estamos confirmando. Sus ineptitudes son tan amplias como el tamaño de sus ropajes marcados, muy militarmente, con su nombre y apellido. No vaya y se le olviden.
El fascista y perezoso presidente, que quiere arrogarse como propias las victorias de la masa crítica social en esta pandemia, no puede reconocer que ha sido el microbio coronavírico el que ha logrado fortalecer el tejido social gracias a un, ese sí, organizado, persistente, habilidoso y no menos dañino trabajo.
Entre la sociedad auto confinada al costo de perder sus negocios y quedarse sin con qué pagar las deudas, por amor a la vida, y el virus poderoso y domesticador de la voluntad más férrea, el ruidaje supersónico de los aviones militares calando hasta nuestros huesos dejó al descubierto el carácter hablantinoso, fastidioso, improductivo y perezoso del ocupante de la Casa de Nariño.
¡Los independientes somos los ciudadanos!
Congótica. Casi todos los fascistas con perezosos, pero no todos los perezosos son fascistas.