Bernardo Congote

Publicado el

Lamentaciones de un Abuelo

Tienes 9 años.  Yo 70. Me demoré cincuenta para entender lo trágico que había sido aquel día para mí. Y hoy, con disfraces de fiesta, colores y músicas  tramposas, resultaste tejiendo un hilo trágico.

Tus padres han decidido que hoy hagas la que llaman primera comunión (porque vienen otras…). A pesar de que la esclavitud, dicen que no existe, tus mayores te han llevado hoy, semi-inconsciente, a comulgar.

¿Comulgar con qué? Con una sarta de engaños cuyo peso amenazará con limitar tu capacidad para volar en la vida. Los mismos que comenzaron hace nueve años cuando fuiste bautizada, también llevada en brazos de tus padres. (Pero también, como hoy, contando con mi ausencia).

Entre mis numerosas derrotas, contabilizaré esta de hoy como otra que no será cualquiera. Satisfaciendo sus prejuicios, tus otros mayores te han lanzado al precipicio espiritual. Y otra vez he sido incapaz de detener este crimen (sospechosamente hecho fiesta).

Hoy, también como ayer en tu bautismo, perdí la batalla. (Esta mañana difícilmente logré despertarme; no quise bañarme, tampoco afeitarme y mi dieta ha sido magra).

Mientras tus mayores febriles te han vestido de colores para ir a una tragedia que disfrazan de fiesta, tu abuelo ha visto gris el día que ellos te hicieron ver azul. Y preñado de rayos y truenos el mismo que ellos te hicieron ver soleado.

La comunión es otro paso diseñado para tu muerte en vida. Aprovechados de tus pocos años, padres, maestros y sacerdotes se han confabulado hoy, otra vez, para sacrificarte gracias a tu aún inocente indefensión. (¡Lo que me enerva!).

Dicen sus leyendas que un ángel le gritó a Abraham evitando que descargara su puñal sobre Isaac. Pero no dicen que si el ángel hubiera callado, el tal por cual padre habría degollado a su propio hijo como ¡ofrenda al Señor! ¡Que se habría salvado asesinando!

Lo peor de todo, mi nieta, es que a estas mismas horas en que te escribo tus otros mayores ya habrán descargado esta daga que llaman comunión sobre tu vida.

Vestida de colores, no verás correr sangre sino que recibirás regalos; degustarás bien servidas viandas y escucharás músicas. Ello te distraerá sobre el hecho de que has sido sacrificada a los designios de una religión que siembra la muerte como camino de la vida. La tuya hoy. La mía ayer.

Cincuenta años después de haber sido degollado vitalmente como tú, cansado de morir en vida y de tropezar piedra tras piedra, saqué fuerzas de flaqueza rompiendo estas cadenas que, como a ti, me fueron atadas desde niño. También inocente e indefenso.

Media vida me tomé para ver, desgarrando mis propias entrañas y desocupando mis ahorros, de qué manera este sometimiento a los designios del Señor, astutamente propiciado por mis mayores, me había llevado a sentir que eran cortas las alas de mi vida. E inclusive a ver cortada la vida misma.

Durante casi todos estos años me ha costado mucho poner mis pies en tierra. O aferrarme con humildad a la realidad. Todo porque las esquizofrénicas ilusiones celestiales pesaron sobre la longitud, velocidad y éxito de mis empresas.

Resulté varias veces incapaz de sostener el amor al próximo tanto como hacer productivos casi todos mis otros empeños vitales.

Todo porque esa carga celestial, como lo has visto hoy, se nos vende liviana.

Se nos dibuja de blancos para una vida variopinta.

Se nos promete rectilínea para una vida de altibajos.

Se nos promete abundante de leche y miel sin entrenarnos acerca de que, antes, requieren ser adecuadamente cultivadas para poder recoger los frutos.

Hoy se te ha prometido todo a cambio de la deglución de un pedazo de trigo que ¡se te prohibió morder! Sí. La historieta consiste en que a pesar de estarte comiendo al mismísimo dios, ese dios apenas pueda desleírse en tu rosada lengua infantil.

¿Cómo es posible que no se pueda morder, ni masticar, apenas diluir y difícilmente tragar a ese pedazo de pan llamado dios? ¿A qué mentes, sino a unas también encadenadas, se les puede ocurrir hacerse cómplices de tamaña trampa?

Después de todos los milenarios dioses del trueno, del fuego, del mar y de la vid ¿por qué nos pudo tocar a nosotros este dios fantasioso, implacable, cadavérico, ajeno y tramposo?

Precisamente porque se nos vendió nacido pleno de oro, incienso y mirra. Porque se nos vendió parido por una virgen preñada por un ángel. Porque se nos vendió calentado por el aliento de un burrito y una vaca. ¡Porque se nos vendió violentando todas nuestras inocencias!

Estas cadenas, mi nieta, traen consigo el peligro de que nos enamoremos de ellas.

Hasta el punto de que, romperlas, como te lo deseo, te llevará a sentir que te estás traicionando a ti misma. Porque sentirás que tu condición natural sea vivir encadenada a ellas.

Enamorados, Tú y miles de otros seguirán violados espiritualmente viendo castradas sus posibilidades vitales.

Violaciones acerca de las cuales todavía no hay algún delincuente preso.

Violaciones acerca de las cuales no hay todavía alguna ley vinculante.

Violaciones acerca de cuyos daños no hay todavía alguna medición.

Violaciones de las difícilmente podemos recuperarnos en la corta vida que tenemos.

Lo siento. Mi nieta. No fui capaz de evitar tu violación espiritual este día.

¡Apenas si logré abstenerme de asistir al espectáculo de tu degollamiento virtual!

¡Y apenas si pude escribirte!

¡Perdóname!

Congótica. Y si llega el día en que, enamorada de estas cadenas, decides llegar al otro eslabón llamado matrimonio, tampoco contarás conmigo para ello. Si vivo, porque seguiré cultivando el rompimiento de estas cadenas. Y si muerto, porque me habré librado de otra derrota.

 

 

 

 

Comentarios