Bernardo Congote

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Felizmente vacunados contra la Religión Covidiana*

*El blog ha sido escrito a dos manos con el PhD Jean Paul Sarrazin, Coordinador del Grupo de Investigación ‘Religión, Cultura y Sociedad’ de la Universidad de Antioquia, Medellín.

El profesor Wasserman habla en reciente columna de la inoculación contra las “malas ideas”.[i] Según él, esas «malas ideas» podrían llevar a la humanidad a cometer atrocidades y se difunden con éxito en la población.

Precisamente pocas ideas tan dañinas se han difundido con tanta rapidez y éxito en la humanidad, como la narrativa oficial sobre un virus letal que habría que “combatir” a todo precio; no importando si dicho combate llegara a matar a millones como producto de improvisaciones sin cuenta o si aplasta los derechos fundamentales ciudadanos.

Pero algunos de nosotros parece que hubiésemos sido inoculados con una vacuna contra esas narrativas, mucho antes de que se difundieran las del Sars-Cov-2 en el planeta. Y habríamos desarrollado una cierta inmunidad mental respecto a lo que pretenden dictar poderosos medios de comunicación junto con autoridades nacionales y supranacionales.[ii]

Esa vacuna nos ha permitido desarrollar anticuerpos de pensamiento crítico, impidiéndonos aceptar válido todo este maremágnum de mensajes. El pensamiento crítico que genera esta vacuna, ha tenido por autores malditos, entre otros, a Marx, Nietzsche, Durkheim, Weber, Althusser, Foucault, Bauman, Beck, Giddens, Latour, etc.

Es gracias a ellos que hoy sabemos, entre otras cosas, que:

Los medios de comunicación no presentan la realidad “tal cual”, sino que la construyen a través del lenguaje que utilizan, lo que les da pie para presentar versiones sesgadas, parcializadas, tergiversadas. Estos medios (que han llegado a constituir una especie de “cuarto poder”), pueden manipular a la gente e influir en sus emociones, sus miedos, y sus comportamientos.

Pregunta: ¿Algunos medios actúan favoreciendo los intereses de sus dueños?[iii]

Sabemos que también algunos gobiernos mienten, encubren, tergiversan y manipulan la información según intereses particulares. Y que el mundo globalizado cuenta con aparatos de gobernanza supranacional y globalizada (por ejemplo la OMS como dependencia de ONU).

Sabemos que algunos medios de comunicación y gobiernos están influenciados por el gran capital global, de modo que los más ricos del mundo influyen en las noticias e inciden en las decisiones políticas que se toman.

Pregunta. ¿Los gobiernos demócratas “gobiernan para el pueblo” o para satisfacer determinados y poderosos intereses (privilegios)? ¿Explicaría esto la crisis de la democracia?

Sabemos que las farmacéuticas son parte de ese gran capital. Gigantescas empresas (Big Pharma, se les llama en inglés) que han sido condenadas muchas veces y con multas millonarias como culpables de causar daños a la salud de las personas con sus productos.

Sabemos que los dueños del Big Pharma y de las empresas de telecomunicaciones dominantes en el mundo (Big Tech, en inglés) son sus accionistas y que hacen lo posible por incrementar sus poderes económico y político.

Sabemos que las noticias de una gran amenaza a la salud mundial, como viene ocurriendo desde 2020, les generan ganancias a las Big Pharma y Big Tech[iv]).

Sabemos que el miedo es una estrategia para gobernar y que, por lo tanto, esas amenazas les han resultado útiles a la mayoría de los gobiernos nacionales y supranacionales.

Sabemos que las preocupaciones por la salud pública hacen parte de una tecnología de gobernanza moderna que Michel Foucault llamó la “biopolítica”.

Sabemos que el gran capital influye también sobre las instituciones de investigación y las publicaciones académicas. Es fácil probar que las Big Pharma financian e influyen en muchas de las investigaciones en ciencias de la salud.

Sabido todo lo anterior, llegó en 2020 la narrativa oficial sobre un nuevo coronavirus, amenaza ante la cual nuestros anticuerpos (activados previamente por la maravillosa como poco conocida vacuna del pensamiento crítico) nos han permitido someter cada noticia a la duda y al más riguroso escrutinio.

No sorprende que millones de creyentes en la religión covidiana, crean todo lo que dicen estas autoridades. Para ellos, la OMS, los ministerios de salud o los noticieros, se convirtieron en entes que reflejan la realidad “tal cual es”.

Lo que dicen los medios o las autoridades resultó ser, para esos devotos, algo equivalente a “la palabra de Dios” o a la única verdad posible (que conocemos como Dogma).

El creyente, quien suele presentarse como muy moderno y bien informado (consume noticias), sostiene que no se trata de creencias sino de realidades. Pero no ha puesto en duda la veracidad de las cifras diarias de muertos, de ocupación de UCIs, de contagiados, etc.. Para el creyente, los números oficiales no mienten porque, peor, se presentan como “científicos”.

Pero los que estábamos vacunados mentalmente no hemos aceptado dócilmente todas las noticias ni las supuestas explicaciones científicas de lo que ha pasado y sigue pasando.

Y preguntamos: ¿por qué si los ciudadanos venían siendo víctimas de las mentiras de sus gobernantes, creyeron que esta vez esos mismos gobiernos “sí sabían cómo salvarlos”?[v]

Y, preguntamos: ¿por qué millones se han hincado ante los dogmas de la OMS y los ministerios de salud otorgándoles, sin beneficio de inventario alguno, una especie de sabiduría intempestiva e incuestionable?

Nuestra vacuna mental, forjada en la academia, nos ha permitido dudar de que la ciencia sea propiedad de la OMS, o de algunos institutos nacionales de salud o de gobiernos obligados a “salvar los muebles” gracias al Covid o de ciertos grupos académicos financiados por capitales farmacéuticos.

Remando contra esta corriente, percibimos la ciencia como un proceso mancomunado basado en la discusión, el debate abierto y la aceptación de errores. Por lo que resulta al menos sospechoso que, precisamente ahora, se haya satanizado a los científicos que cuestionan lo que dicen ciertas “autoridades”.[vi]

La duración de esta experiencia covidiana ha sido tan corta que no ha permitido llevar a cabo debates científicos que, basados en la autocrítica, los datos y el ensayo-error, eviten este imperio de una narrativa dominante. Por ello las “autoridades” que se autocalifican “científicas”, no han tenido tiempo de entender las causas del fenómeno (por ejemplo, de las muertes) ni, por tanto, respecto a las soluciones (por ejemplo, las vacunas). Su velocidad parlante sólo obedecería a que en el mercado están comprometidos miles de millones de dólares y el enriquecimiento de algunos ricos del planeta.

Nuestra feliz vacuna, desarrollada gracias a las ciencias humanas, nos impide tragar entero. Lo que ha hecho de nosotros unos “conspiranóicos”: palabreja creada por los creyentes para estigmatizar y engañar.

Muchos de los creyentes parecen matriculados en una “religión covidiana”y con sospechosa emocionalidad , como lo han hecho otras iglesias, rechazan a los no creyentes. El creyente genera una especie de identidad con respecto a sus creencias y no admite que se las cuestione; le molesta que se cuestione su dogma a través de estudios científicos; no entiende cómo alguien puede no creer; ¡el que no cree, es un impío covidiano, una amenaza para la sociedad!

Como viene ocurriendo por siglos, los creyentes imaginan que los no creyentes seríamos herejes peligrosos, algo así como seguidores de satán (lógica igual a la aplicada durante la santa Inquisición: si Ud. no cree en el Dios católico, entonces debe ser adorador del diablo). ¡Los herejes ponemos en peligro la salvación de los creyentes!

Para fortuna, nuevas dosis de nuestra vacuna nos siguen llegando para mantener vivas nuestras dudas y nuestro derecho a preguntar. Estas dosis vienen avaladas por científicos de altísima formación y rigurosidad que han señalado con precisión las falencias, vacíos, incoherencias e irregularidades de la narrativa oficial sobre la “pandemia” y sus remedios.

Nos llegan por doquiera datos relacionados con:

  • la existencia de tasas de letalidad del virus mucho menores que las “oficiales” de la OMS;
  • el uso infundado del test PCR incapaz de diagnosticar enfermedad alguna;
  • altos porcentajes de falsos positivos;
  • uso de tratamientos médicos inadecuados o supresión de los adecuados;
  • decreto de confinamientos empobrecedores social y económicamente; o
  • un sospechoso ocultamiento de efectos adversos (letales) de las vacunas experimentales.

Estos científicos “herejes”, sospechosamente, tienden a ser acallados, censurados, excluidos o a tacados inclusive en los mismos medios académicos que antes los premiaron, ponderaron y elevaron a las más altas dignidades.

Como en tiempos de La Inquisición, el poder autoritario afectado por un lastre religioso, no gusta de los críticos que trabajamos por escapar a su “verdad oficial”.

[i] “Inmunidad mental”,  https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/moises-wasserman/inmunidad-mental-columna-de-moises-wasserman-608663

agosto 6 2021

[ii] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/los-peligros-la-fe-ciega-la-oms   Abril 20 2020

https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/la-mayor-estafa-sanitaria-del-siglo-21    Septiembre 11 2020

[iii] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/2022-frenar-profundizar-la-guerra

Junio 29 2021

[iv] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/la-oms-unos-cuantos-enganando-muchos-tanto-tiempo

Junio 7 2020

[v] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/ciudadanos-tontos-gobernantes-sabios-pamplinas

Mayo 28 2020

[vi] https://blogs.elespectador.com/politica/bernardo-congote/solo-vacunar-mayores-70-anos

Mayo 19 2021

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