Bernardo Congote

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El Cielo es culpable del ecocidio

El máximo jefe de mercadeo vaticano, Francisco desde Roma, continúa su campaña comercializadora. Acaba de anunciar que, a las decenas de páginas del catecismo católico, planea añadirles un nuevo pecado al que llamaría “ecocidio”.

 

Pero estaría ignorando voluntariamente que la promesa celestial religiosa podría ser la mayor explicación de nuestro atentado contra la supervivencia del planeta Tierra.

 

Mientras que los seres humanos cristianizados, continúen atados a la esperanza de un cielo después de la muerte, será poco su interés por cuidar de este planeta. Ni más ni menos porque la Tierra, sigue siendo considerado por ellos, como un “Valle de Lágrimas”.

 

El cuerpo humano, templo sagrado él solo, es el elemento esencial del medio ambiente. ¿De qué serviría conservar plantas y animales con todos nosotros muertos? Pues valga aclarar que la iglesia ecocida, la ha emprendido contra el cuerpo y contra su vida. Sus voceros han llegado a decir: “!Quien tenga la dicha de morir por Jesucristo, será mártir por Jesucristo! ¡Dichosa, feliz, envidiable muerte!”[i]

 

Si ello no bastara, buscando cautivar fieles a como dé lugar, Francisco también se ha disfrazado ahora de “defensor del Amazonas”. Un reciente editorial de El Espectador cayó en esta red, afirmando que “…los obispos de la Amazonia … nunca abandonaron la defensa de los pueblos indígenas”[ii].

 

Ese curioso “amazonismo” católico sería perverso. Ignoraría voluntariamente que la Iglesia Católica tiene a cuestas, a nombre de sus poco criticadas misiones, nada menos que el peor pecado ecosistémico conocido: haber depredado, por siglos, la cultura politeísta de los habitantes originarios de América. Haciéndose cómplice de su asesinato, por si quedaran dudas[iii].

 

A estos seres humanos cuyos sobrevivientes hoy dice defender, esa misma iglesia de Francisco les requirió, por siglos, “… que reconocieran a la Iglesia como superiora del universo y a los reyes (católicos) … como superiores en tierra firme … Una respuesta negativa prometía,’con la ayuda de Dios’, la guerra”[iv].

 

Con la Conquista hispano-católica, el Vaticano patrocinó el exterminio de todo rasgo cultural que no se arrodillara ante sus prejuicios celestiales. Y, no sólo en el gran Amazonas sino en el resto del planeta castigado por sus prédicas, ha logrado sembrar una subcultura que sí merece el nombre de ecocida.

 

El ecocidio católico se perfecciona cuando, con violencia y desde niños, se nos ha impuesto la idea de que el ser humano vive en este espacio planetario, que es el único que conocemos, sólo en tránsito para morir lanzado hacia un cielo que nadie conoce[v].

 

El ecocidio católico es el verdadero pecado. Por supuesto que Francisco se hace el inocente. Por supuesto que esto se lo calla. Pero su propia iglesia y su fantasía celestial, habrían conspirado por siglos para que el humano terrícola se comporte como un vulgar arrendatario del planeta, y no como su propietario.

 

El arrendatario usa, no cuida; pasa, no se queda; desprecia, carece de arraigo; daña, no arregla; envenena, no limpia. Sinrazones que explicarían por qué centenares de millones de seres humanos inspirados en la promesa celestial, se caracterizan por ser los mayores depredadores del planeta.

 

Con el agravante de que la iglesia, vendiéndonos que estamos de paso por este planeta, ha logrado mantener llenas sus iglesias de fanáticos que, en sus ansias de morir pronto, le han llenado sus bolsas con limosnas.

 

La cultura ecológica exigiría del humano adoptar una actitud de propietario. Vigilante. Dócil. Austero. Sano. Pero ello se logrará cuando anulemos nuestras fantasías celestiales.

 

Una vez conscientes de que este es el único planeta posible, por ahora, los seres humanos podríamos actuar como apropiarnos de La Tierra. Y nos aferraríamos con amor al único sitio donde, hasta ahora, donde podemos vivir. ¡Podríamos cuidarlo!

 

Sólo seres humanos liberados del yugo celestial se comprometerían a ejecutar acciones conservacionistas. No se trataría de agrandar el número de nuestros pecados, como lo ofrece la iglesia. Se trataría de revelar la perversidad de la promesa celestial.

 

Se trataría de liberarnos de todo pecado, no de inventar otro. El peor de todos. El más dañino. El pecado suicida. Para ello tendríamos que borrar al cielo de nuestras ilusiones esquizofrénicas.

 

El cielo podría ser, al contrario de lo que dice Francisco, una explicación potente del ecocidio planetario.

 

Congótica. Para conservar La Tierra, debemos destruir El Cielo.

 

El autor es profesor universitario colombiano, miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad de Argentina www.federalismoylibertad.org y autor del libro La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com) y escribe el blog argentino: www.federalismoylibertad.org/agenda/artículos

 

 

[i] DE ROUX, Rodolfo. (2003).“Santas y justas lides…”. Barranquilla: Ponencia Agosto 2003.

[ii] “El pecado del ecocidio”. Bogotá: Editorial de El Espectador, 19 Nov 2019.

[iii] Castro, G. (1991). “El Hurakán”. Bogotá: Planeta.

[iv] URIBE, Ángela. (2009). “Perfiles del mal en la historia de Colombia”. Bogotá: Universidad Nacional, pg. 59

[v] “¡Quien tenga la dicha de morir por Jesucristo, será mártir por Jesucristo!¡Dichosa, feliz, envidiable muerte!”. DE ROUX, Cit. P. 24. “Si morimos no hay problema porque los mártires llenan los cielos” (Manifestaciones de ‘Los Heraldos del Evangelio o Caballeros de la Virgen’ (Diario El Espectador, 2001,-05-13, P. 7 y 8 B).

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