Pareidolia del Sur

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Una mesa para dos: sobre las citas literarias

Por Quim Rabinovich.*

 

Ilustración de Vikki Chu. ( http://vikkichu.tumblr.com/post/61523331428 )
Ilustración de Vikki Chu.

La lectura debe ser una tarea que se cumple en modo aleatorio. Digo esto, no con el fin de destruir la concentración en un libro o una serie de relatos o poemas, sino con la propuesta de darle rienda suelta al gusto en materia literaria. Jorge Luis Borges decía –o tal vez no, y todo es culpa de una confusión de referencias– que si un libro no te contagia, te atrapa, te seduce, tal vez sea mejor no insistir en el asunto. Tal vez –también una posible distorsión de la historia de las fragmentos o frases– esa sea la razón por la cual se dice que la biblioteca –real– del argentino consistía en tan solo cien libros (y bueno, cien libros es una suma considerable de universos). Así las cosas, según Borges y yo –es decir, Borges mismo– los textos que tenemos al alcance se pueden depurar según una magnífica pero simple capacidad: la de asombrarse, la de abrir los ojos y leer de nuevo la misma frase, fragmento o libro por pura excitación. Así, por ejemplo, se puede decidir si se lee a los clásicos o no. Marcel Proust está bueno, buenísimo, pero algunos de mis allegados han decidido desecharlo por tedioso y en exceso descriptivo. Quién sabe por qué.

En todo caso, considero que la literatura es algo que va más allá de un padecimiento o de un disfrute ciego, y que, por el contrario, es una manera de hacerle zancadillas al tiempo y a nuestros limitados sentidos. Me refiero al tiempo en la medida que la literatura –como obras de arte, hechas para trascender la hora y el lugar en que se fundan– no tiene una ubicación espacio-temporal determinada. Y bueno, me dirán que Juan Carlos Onetti edificó Santa María y Juan Rulfo Luvina, pero lo que refiero es que las situaciones, personajes, sensaciones, temas y escenarios que construye la literatura pueden estar tanto en Londres o en París, en la tienda del barrio o en la tierra fértil de un agricultor; tanto en el siglo XXI como en el XII. Y claro, hay accesorios, acciones, lenguas y usos que cambian, pero la esencia de los temas, de los conflictos humanos son los mismos y renacen constantemente en máquina de escribir o con la ayuda de lapiceros retráctiles. Por otra parte, me refiero a la posibilidad de que la literatura nos abra las perspectivas. Esto debido a que la capacidad de asombro promueve un interés por todos esos personajes que dibuja la literatura, equidistantes y diferentes. En ese caso, nuestros sentidos ya no bastan para percibir la vida del otro, sino que la literatura nos va dotando de otros elementos adicionales para que la observación sea completa y la diferencia mucho mejor comprendida. Así las cosas, y volviendo a otra cita de Borges, la idea es que un escritor pueda ser todos los personajes posibles, o al menos que los que le interesan sean cuidadosamente creados; justamente, esta es una labor a partir de la cual se contagia a los lectores de una indudable amplitud de pensamiento en relación con la alteridad. Eso se conecta con la idea del primer párrafo. La literatura busca morderse su propia cola.

Y si se trata de contagiar,  hacerle trampas al tiempo y decidir libremente lo que se quiere leer, estamos hablando de una actividad para ejercer la libertad de pensamiento, de sorpresa y de afecto con el otro.

Quiero creer, además de lo referido, que la literatura realmente existe cuando se comparte. De la referencia no estoy seguro, y aquí no me atrevo a lanzar un nombre, pero alguien dijo que un texto es realmente fascinante cuando se siente el deseo irrefrenable de comentárselo o enviárselo a alguien, con la intención de que sienta aquello y reproduzca toda una cadena de lectores adictos a la maravilla.

Todos estos elementos los he tomado al hacer una tarea más inútil que la literatura misma –lo cual ya es decir bastante–. Siempre me he fascinado con los fragmentos o frases de textos, que son reflexiones y a su vez origen de otras ideas que se contagian, que se articulan con la realidad o la ficción y con los diferentes mundos de los demás. Y realmente, si nos vamos a la definición de la palabra, una cita es la pauta de un encuentro entre dos o más personas; aunque a veces, excepcionalmente, sea unipersonal. La cita es un lugar de confluencia para todos, en el cual la lectura de una idea puede producirnos una sensación, un malestar, una alegría o un desacuerdo, pero eso no la convierte en un espacio de tensión y choque; al contrario, es un escenario donde la reserva de admisión está descartada.

Por otra parte, en toda cita se requiere complicidad y atracción, deseo e intención de asistir e insistir en el encuentro. En literatura, por fortuna, la referencia nunca se queda sin partes, pues los lectores hacen lo suyo. Es vital recordar que en ellas lo importante es el texto y no el autor. Sería una perogrullada perderse las ideas por prevenir demandas que reclamen derechos de autor, o por satisfacer a los eruditos que se aprenden las citas de memoria, con la obsesión de poseerlas y poseer a los autores (teniendo en cuenta los diferentes alcances del verbo ‘poseer’, claro está), y sin ninguna intención de disfrutarlas. En todo caso, una alusión a una obra literaria puede abrir la puerta a un universo nuevo. Por eso, ‘plantar’ al otro no debería ser una opción. Pero incluso, si así se dieran las cosas, las citas toman vuelo y se van acercando al Sur, a la periferia, donde las esperan otros lectores; otros adictos a compartir.

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Así las cosas, propongo realizar un colectivo de citas o frases, de encuentros y espacios para el disfrute o el padecimiento, pues al fin y al cabo, cada cual asume la literatura como quiere. ‘Citas del Sur’ tendrá lugar cada miércoles, tratando de  reproducirse con ayuda de los lectores. Escríbanos con sus citas favoritas a [email protected], al twitter @pareidoliasur y a Facebook en la página Pareidolia del Sur.

Al principio y al final solo están el hombre, la literatura y las citas que deja regadas. El resto de lo que dije es pura paja.

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*Editor y colaborador.

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