Como muchos en Colombia, tuve la esperanza de que el Pacto Histórico ejerciera un gobierno que garantizara un cambio en la manera como el país acostumbraba a trazar una hoja de ruta que ha desatado muchas inconformidades y desigualdades, no solo en las regiones, sino también en las principales ciudades, donde persisten zonas marginadas.
Sin embargo, hoy, tres años después, al igual que muchos, siento una gran decepción por el desperdicio de una oportunidad de oro que tuvo la izquierda en Colombia para demostrar que podía hacer las cosas bien, trabajando por trazar una ruta que permitiera a los sectores históricamente discriminados mejorar sus condiciones de vida y encontrar oportunidades de trabajo digno.
Es muy triste ver que nada de eso se ha cumplido. Entre otras razones, porque la izquierda en Colombia no solo demostró que, al gobernar, puede ser igual o más corrupta que la derecha política, sino que también dejó claro que muchos de sus integrantes son incapaces de compartir el poder y solo se interesan por sus objetivos personales.
Vimos al interior de la bancada del Pacto Histórico un canibalismo político pocas veces visto en otros partidos. Desde el día uno comenzaron a descabezarse entre ellos mismos, buscando sacar de las curules a quienes lograron las mayores votaciones, para escalar hacia ellas a punta de demandas. Fue así como perdieron sus sillas en el Senado Roy Barreras, Alexander López y César Pachón. También iban por las de María José Pizarro y su hermana Mar Pizarro.
Como si fuera poco, el Ejecutivo no se quedó atrás. Los escándalos por las peleas entre Laura Sarabia y Armando Benedetti terminaron por destapar un caso de grandes proporciones del que el Gobierno Petro no pudo reponerse y que lo perseguirá más allá del 7 de agosto de 2026, cuando finaliza su mandato.
Para colmo, el escándalo que involucra a Nicolás Petro y a su exesposa, Day Vásquez, por movimientos oscuros en el manejo de grandes cantidades de dinero de dudosa procedencia, supuestamente destinados a la campaña Petro Presidente, dejó la impresión de que a la izquierda, al igual que a la derecha, poco le importan los métodos con tal de lograr sus propósitos. Ni hablar de lo ocurrido con los recursos de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo.
Sin embargo, la cereza del pastel la puso el mismo presidente Gustavo Petro, quien no dio la talla. Muy pronto perdió el espíritu conciliador y sacó a relucir su talante camorrero, dedicándose a pelear con empresarios y con la oposición, desbaratando su coalición en el Congreso de la República. Esto hizo que cualquier proyecto que radicara para debate corriera el peligro de hundirse, especialmente en el Senado.
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A todo lo anterior se sumó la vicepresidenta, Francia Márquez, quien no entendió que fue elegida como la vicepresidenta de todo un país, no de una etnia en particular ni de una región específica. Su trabajo debía enfocarse en todos los colombianos, sin distinción.
Lamentablemente, Gustavo Petro no aprovechó este momento histórico para dejar un buen legado que otro de su misma ideología pudiera heredar. No hace falta ser adivino para saber que Colombia no le dará una nueva oportunidad a la izquierda, ni en el corto ni en el mediano plazo.