Por estos días se escucha mencionar en todos los corrillos políticos el nombre de Lina María Garrido, una representante a la Cámara por el departamento de Arauca que saltó a la fama nacional, no por alguna idea que merezca ser exaltada ni por exponer tesis que deban ser tema de análisis en las decanaturas de Ciencia Política, Derecho o Economía de las diferentes universidades del país, sino por la agresividad con la que viene hablando desde que ejerció la réplica al presidente de la República, Gustavo Petro, el pasado 20 de julio, durante la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso.
Poco o nada se sabía de esta congresista antes de que le hablara al primer mandatario con lenguaje de culebrero, en lugar de utilizar las formas en las que se debe expresar una congresista que —por su investidura— está obligada a guardar la compostura y las formas para dirigirse mientras esté al frente de un micrófono.
No me extraña que el resto de la oposición al Gobierno Nacional aplauda la grosería, agresividad y altanería de esta señora; al fin de cuentas, el país ya se acostumbró al nivel mediocre de este sector político, del que solo se han salvado tres personas: Paloma Valencia, David Luna y Paola Holguín.
Lo que sí me extraña —y debo decir que me sorprende— es el despliegue que desde el periodismo se ha dado a Garrido. El mismo periodismo que pide todos los días al presidente de la República eliminar los insultos, mientras, por debajo de la mesa y en ocasiones de frente, aplaude los agravios y groserías de la oposición.
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Últimamente me he preguntado si los periodistas somos conscientes de lo que hacemos y promovemos. Se supone que la razón nuestra es la de informar, analizar y cuestionar. Pregunto entonces: ¿es que acaso este actuar de Lina María Garrido es digno de felicitar y nunca de cuestionar?
En un país donde los ánimos se encuentran exaltados —y en mucho de esto tienen que ver los insultos, agravios y maledicencias que se han vuelto costumbre en el cruce de palabras entre Gobierno y oposición, de forma mutua—, y que han derivado en hechos lamentables como amenazas, atentados como el de Miguel Uribe Turbay, asesinatos a políticos locales, torturas y desapariciones de líderes sociales, no es normal que desde los medios de comunicación, en lugar de rechazar este lenguaje de culebrero, más bien nos dediquemos a exaltarlo y hasta felicitarlo entre frases y preguntas complacientes.
Seguramente nos puede gustar o no gustar la manera como Petro conduce el país. Podremos estar en total desacuerdo con su discurso, pero eso no es excusa para que desde las noticias nos dediquemos a actuar como parlante repetidor de palabras de una señora que, sin argumentos ni análisis riguroso, desde el pasado 20 de julio ha pretendido acabar moralmente con todo aquel que se atreva a discutirle.
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Por supuesto que al presidente de la República hay que exigirle resultados; estoy totalmente de acuerdo en que es necesario debatir las cifras. Pero también considero necesario cuestionar y vigilar a quienes cuestionan y vigilan al presidente de la República. En ese sentido, quisiera preguntar: ¿por qué, hasta el momento, nadie ha dicho nada sobre los pobres resultados en materia legislativa que actualmente arroja la gestión de Lina María Garrido en la Cámara de Representantes?
Les recuerdo, mis queridos colegas, que al Legislativo hay que cuestionarlo y vigilarlo con la misma vara con la que se cuestiona y se vigila al Ejecutivo y al Judicial. Por lo anterior, si vamos a exigirle resultados en su gestión y buenas formas en el lenguaje al presidente Gustavo Petro, también debemos hacer la misma exigencia a los congresistas de oposición.
Oscar Sevillano