Por Tomás Tello
Justo antes del inicio de la COP30 de cambio climático, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, advirtió a los líderes que ya han llegado a la ciudad amazónica de Belém Do Pará que cada fracción de grado que aumente en el planeta significa más hambre, desplazamiento y pérdidas, especialmente para quienes han sido menos responsables.
En su concepto, haber fallado en mitigar el calentamiento global es una “falla moral y negligencia mortal”. Una postura similar a la que ha manifestado el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, durante la Cumbre de Países Amazónicos, donde afirmó: “Todas las cumbres terminan con que unos piden y otros niegan. Necesitamos que esta sea la COP más seria de todas, que no quede en discursos y promesas vacías”.
Irónicamente, Lula preside el mismo gobierno que recientemente autorizó la explotación de hidrocarburos en un región muy cercana a una desembocadura del río Amazonas. En Colombia, el presidente Gustavo Petro ha sido muy insistente sobre la urgencia sustituir los combustibles fósiles para de frenar la crisis climática con una transición energética rápida, y, aún así, el país es el más mortal para los y las lideresas que alzan su voz en contra de proyectos que afectan gravemente al ambiente, como las industrias mineras o de hidrocarburos.
Esta contradicción entre el discurso y acciones efectivas para mitigar los efectos del cambio climático –como la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, hasta financiamiento para países del Sur Global y el apoyo y protección de comunidades étnicas y locales– debe estar en el centro de las negociaciones que se surtan durante la COP30.
La urgencia y el espectáculo
La COP30 debe enfocarse en avances y compromisos tangibles en las negociaciones, más que en el costo económico de un evento de estas magnitudes, que fomenta cientos de miles de empleo y empuja las economías locales con la llegada de miles de turistas; algo que no solo ocurre en Belém, sino que también pasó el año pasado en Cali, Colombia.
En este sentido, los resultados de las cumbres, desafortunadamente, han sido más positivos para las economías locales que para impactar la política climática global; en Bakú, Azerbaiyán, la COP29 evidenció que los países del Norte Global no se comprometieron con las metas de financiamiento necesarias; en Cali en la COP16, aunque hubo avances con la creación del órgano subsidiario para pueblos indígenas y comunidades locales, los países negociadores quedaron debiendo un modelo para implementar el Marco Mundial Kunming-Montreal para la biodiversidad.
Lo cierto es que el mundo no puede seguir dando pasos tímidos con estos compromisos, pues aunque es redundante, también es evidente la urgencia de implementar acciones efectivas para mitigar el calentamiento global y los efectos de la crisis climática. El 2023, 2024 y 2025 han sido los tres años más calientes de los que tenemos registro y uno de los puntos de inflexión climática establecidos por la comunidad científica, el blanqueamiento de corales, ya ha comenzado.
Tecno-soluciones para el futuro que ignoran el presente
La apuesta del gobierno de Brasil por la explotación de hidrocarburos va de la mano con la creencia en soluciones climáticas mediadas por la tecnología. En varias oportunidades Guterres ha insistido en que este evento debe servir como el inicio de la transición definitiva a las “energías limpias”, como la solar, eólica o el aún hipotético hidrógeno verde.
Incluso, la editora de ambiente de The Guardian ve en estas tecno-soluciones un futuro prometedor pues, argumenta, ahora mismo atrae más inversiones y emplea a más personas que la industria de combustibles fósiles.
Sin embargo, debemos ser cautos con estas apuestas, pues detrás de las llamadas energías limpias, sigue habiendo una industria que requiere y puede depredar los recursos naturales de países en vías de desarrollo y que impacta las relaciones con el territorio de las comunidades étnicas y locales.
A esto se suma que, más allá de las buenas intenciones, estas tecnologías pueden quedar por fuera del alcance de todos por barreras corporativas, legales y económicas que segreguen a países que no puedan investigarlas o desarrollarlas. Es decir, son soluciones pensadas desde y para el Norte Global.
En este sentido, la apuesta de Ambiente y Sociedad, así como de decenas de organizaciones aliadas en el mundo, se basa en soluciones que existen actualmente, económicas, viables y que respetan los derechos y necesidades de las personas.
En los trece años que hemos acompañado procesos comunitarios y locales hemos notado cómo, sin discursos ni promesas, estas personas viven y permanecen en sus territorios al mismo tiempo que protegen la diversidad y los ecosistemas. Estas soluciones no dependen de un descubrimiento científico o técnico, sino que se basan en una apuesta fácil de plantear, pero difícil de cumplir: el compromiso de las sociedades con nuevas nuevas formas de desarrollo y relacionamiento con el ambiente, una transformación que implica un cambio tanto cultural como social.
Esperamos que esta nueva COP de cambio climático sea un éxito, pero este éxito no puede medirse en turismo o ingresos para las ciudades o países, sino en negociaciones profundas y acuerdos amplios y vinculantes. Ya hemos visto un primer avance con el impulso de 5.5 mil millones de dólares al fondo TFFF, aunque es aún una iniciativa muy joven y que no está exenta de críticas. Además, si bien la tecnología debe ser un aliado en estos esfuerzos, creemos que las acciones multilaterales deben enfocarse en soluciones realizables como el cuidado y protección de comunidades campesinas, afrodescendientes y pueblos indígenas, cuyas formas de vida han demostrado ser una barrera real y efectiva para enfrentar la crisis climática. Pero no pueden hacerlo solos.