Tigrillo: el pequeño gato silvestre que peligra por el Arco Minero en Venezuela
La polémica minería ilegal que ha proliferado en el famoso Arco Minero del Orinoco tiene una nueva víctima. El tigrillo ha sido desplazado por la deforestación, ha quedado sin presas y estaría siendo intoxicado con el mercurio que queda en los ríos luego de la extracción del oro. Como la mayoría de pequeños félidos, hay…
La polémica minería ilegal que ha proliferado en el famoso Arco Minero del Orinoco tiene una nueva víctima. El tigrillo ha sido desplazado por la deforestación, ha quedado sin presas y estaría siendo intoxicado con el mercurio que queda en los ríos luego de la extracción del oro.
Como la mayoría de pequeños félidos, hay muchos vacíos de información sobre el tigrillo. En países como Costa Rica y Panamá está siendo desplazado por cultivos a gran escala y en Colombia se cree que los perros ferales y asilvestrados estarían afectando sus poblaciones.
Tres investigadores usan diferentes herramientas para aprender sobre un félido que necesita protección urgente, pues se encuentra en estado Vulnerable según la Lista Roja de especies de la UICN.
En la megadiversa selva amazónica venezolana, hogar de ancestrales pueblos indígenas y de caudalosos ríos que alimentan la Represa del Guri, donde se encuentra la principal hidroeléctrica del país, vive el tigrillo (Leopardus tigrinus), un pequeño y esquivo félido del que apenas hay especímenes en las colecciones zoológicas nacionales. Lo poco que se sabe del tigrillo ha sido “efecto colateral” del estudio de sus hermanos mayores, el puma y el jaguar, o de estudios y expediciones más amplias a áreas naturales protegidas.
A la dificultad de estudiarlo, se suma el decreto del Arco Minero del Orinoco en 2016, un área de 111 000 kilómetros cuadrados equivalente al doble del territorio de Costa Rica, donde se entregaron cientos de concesiones mineras pero donde quienes explotan el oro, coltán y diamantes son, en gran medida, las guerrillas colombianas, las bandas armadas locales e incluso grupos de mineros brasileños.
A pesar que desde hace casi una década no hay expediciones científicas en la zona, el biólogo Ilad Vivas López, actualmente residenciado en España, propuso un plan al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas para recorrer el convulso e intervenido territorio del sur del Orinoco, así como las cordilleras costeras y andinas de Venezuela, en busca del pequeño félido. Su objetivo es corroborar cómo y en qué forma la minería y la pérdida de bosque han afectado y están afectando a las poblaciones de tigrillo en Venezuela.
Actuando en solitario pero con décadas de experiencia, el plan de Vivas es regresar a su país e investigar durante diez años al tigrillo o gato de monte, como se le conoce en Venezuela y donde se le declaró especie vedada de caza en 1996. El pequeño animal está catalogado como Vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que estima una población de tan solo unos 9 000 a 10 000 individuos en Latinoamérica.
La experiencia de Vivas como investigador, junto a reconocidos expertos en félidos como María Abarca y Wlodzimierz Jedrzejewski, coautores del libroFelinos de Venezuela, lo ha llevado a centrar su atención en el estudio del tigrillo para ampliar el poco conocimiento que se tiene de la especie y establecer si la deforestación, la fragmentación de su hábitat y la minería ilegal podrían extinguirlo antes de que puedan entender su hábitat y comportamiento.
“El punto clave del tigrillo es que tiene un rango de tolerancia muy bajo a las perturbaciones ambientales, su nicho alimenticio es más restringido que el del resto de felinos del género Leopardus —exceptuando al margay (Leopardus wiedii)—, su tasa reproductiva es menor y depende de los bosques primarios. Es difícil verlo en hábitats no amazónicos”, detalla Vivas.
Y es que el tigrillo madura sexualmente cerca de los dos años y medio, mucho más tarde que otros félidos; cada temporada de celo dura sólo entre tres y nueve días, y tras una gestación de unas diez a once semanas tienen, generalmente, una sola cría.
Mercurio y deforestación: dos riesgos letales para el tigrillo
Vivas dice que es poco lo que se sabe del tigrillo, como ocurre con la mayoría de los félidos pequeños, y tiene la hipótesis de que, con la llegada de miles de mineros al Orinoco, este gato silvestre se ha tenido que desplazar y sus poblaciones han disminuido. Para comprobarla tendrá que visitar áreas mineras en los estados de Bolívar y Amazonas, ganarse la confianza de las comunidades indígenas donde deberá alojarse y recorrer parques nacionales con escasa o nula presencia estatal, pero donde dominan grupos armados.
Su plan de investigación contempla diversas etapas. La primera es hacer un análisis, en plataformas de datos abiertos de la NASA, para establecer cuáles son mejores lugares para instalar cámaras trampa. Las fotos y videos serán usados en modelos predictivos que permitan estimar tasas de crecimiento y viabilidad poblacional, basados en la cantidad y frecuencia de reproducción y si hay intercambio de individuos entre poblaciones de tigrillo bien diferenciadas.
Vivas ya sabe de las dificultades que enfrentará. Durante dos años ocupó el cargo de coordinador administrativo del Instituto Nacional de Parques (Inparques), en el que evaluó proyectos turísticos y científicos, gestionó apoyo a técnicos y presentó informes de campo.
“Sabemos que hay reportes de minería en el Parque Nacional Yapacana (donde el Ejército de Liberación Nacional (ELN), las disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y la Guardia venezolana hacen minería ilegal de oro en conjunto), de las sensibilidades del tigrillo al agua contaminada con mercurio y del impacto de la deforestación que lo obliga a trasladarse por la migración de sus presas. Pero no lo podemos confirmar con total certeza, sólo lo suponemos, por eso quiero ir”, asegura.
La presencia de tumores cancerígenos en los jaguares del sur del Lago de Maracaibo, en las áreas cercanas a la extracción petrolífera, así como la muerte de tigrillos apenas dos o tres días después de beber agua con alta concentración de mercurio, abren otra línea de investigación sobre las afectaciones a los félidos por cuenta de la minería en el sur del Orinoco. “(El mercurio) es peor que el plomo, afecta mucho más rápido y de forma más intensa a los ecosistemas”, dice Vivas.
En esto coincide la bióloga María Abarca, quien señala que el primer félido que podría desaparecer en el Arco Minero sería el tigrillo, pues es más sensible a las alteraciones ambientales que sus congéneres más grandes. “Sería el primero en desaparecer. Los felinos son más sensibles al mercurio, bien sea por la bioacumulación en sus presas como por presencia del metal en el agua. Pero el tigrillo es más vulnerable que el jaguar”, comenta.
La investigadora añade que la minería afectaría mucho más al tigrillo no solo por consecuencias directas sino también por actividades conexas como la apertura de caminos de acceso para mineros, lo que aumentaría la cacería de sus presas por parte de humanos y perros que son llevados a la zona.
La mayoría de las presas del esquivo gato silvestre son roedores y marsupiales de menos de 100 gramos de peso, pequeños lagartos, aves y hasta insectos. También hay registro de presas más grandes como coatíes, lapas y conejos, aunque no hay evidencia contundente de que sean parte habitual de su dieta en libertad.
Abarca advierte que la pérdida del tigrillo en áreas donde actúa como depredador tope también eliminaría el control de roedores y otros pequeños animales, llevando a una sobrepoblación de estas especies.
Salvar a este félido también requiere capacitar a las comunidades del sur del Orinoco que se enfrentan no solo a desplazamiento, explotación sexual y trabajo esclavo como ha documentado la ONG Fundaredes, sino a una crisis humanitaria que los empuja a la minería ilegal, incluso, bajo presiones de grupos armados que explotan a los indígenas y los bosques, como han vuelto a denunciar líderes indígenas en junio de 2023.
Considerando estas limitaciones, entre las medidas estipuladas en la etapa final del plan de investigación que se ha trazado el biólogo venezolano Ilad Vivas está promover un cambio de actividades entre las comunidades rurales que lleve a cambiar la caza furtiva por la guía turística y la minería por la producción agroforestal.
Esto ya ha funcionado en Venezuela para proteger jaguares y aves, formando a campesinos en la instalación de cámaras trampa, la agroforestería con cacao y café o la producción de “carne de monte” como la babilla (Caiman crocodilus) y el chigüire (Hydrochoerus hydrochaeris), cuya caza está prohibida en Venezuela, pero están incluidas en la lista de especies cuyas poblaciones naturales son aprovechables para consumo humano sostenible. Para Vivas, estas estrategias podrían ser más efectivas que crear áreas protegidas específicas para garantizar la conservación del tigrillo.
“Quien no es experto podría confundir a un tigrillo con un cunaguaro u ocelote (Leopardus pardalis) o margay (Leopardus wiedii) e incluso con un gato común por su tamaño”, dice Vivas. En comparación con el ocelote, la órbita del ojo es más pequeña y las orejas menos redondeadas, mientras que su cola es más larga que sus extremidades posteriores.
Las hembras pesan apenas entre 1,5 y 3,2 kilogramos, con un largo de 43 a 51 centímetros, y los machos alcanzan entre 1,8 y 3,5 kilos, con un tamaño de 49 a 83 centímetros. El largo de la cola puede variar entre los 20 y los 42 centímetros.
Se estima que estos pequeños félidos viven entre 15 y 21 años y habitan en ambientes tan variados que van desde los bosques amazónicos hasta las montañas andinas tropicales, e incluso los páramos, muy cerca de glaciares. Los registros suelen darse en alturas que van desde los 600 hasta los 4 800 metros sobre el nivel del mar (msnm).
“Para 2016 quedaban menos de 11 000 individuos, con una reducción de entre 10 % y 40 % anual para toda la distribución en Latinoamérica. Aún la tasa mínima del 10 % anual es demasiado alta para que sobreviva sin ayuda”, detalla Ilad Vivas.
“(El tigrillo) es muy complicado de estudiar porque es muy pequeño, ocupa áreas boscosas muy grandes y se requieren muchas cámaras trampa para verlo”, explica María Fernanda Puerto-Carillo, del Proyecto Sebraba (enfocado en jaguares en Venezuela). Como ocurre con otros investigadores, el conocimiento que Puerto-Carillo ha obtenido sobre el tigrillo ha sido a través del extenso estudio que viene haciendo del jaguar.
Por ahora, Vivas parece ser el único científico que se enfocará de lleno en el estudio de la especie en Venezuela, luego de que otros investigadores que lo estudiaban fallecieron o se enfocaron en otros félidos. ONG y científicos enfrentan las dificultades de la crisis humanitaria compleja venezolana para seguir investigando, lo que implica, muchas veces, abandonar las visitas de campo por falta de fondos, inseguridad o fallas frecuentes de servicios públicos.
Las autoridades de Inparques, en el estado de Bolívar, y de la Oficina de Diversidad Biológica de Venezuela no respondieron a las peticiones de información que se les realizó para conocer sobre el estado de la especie y los planes de conservación.
Las pocas noticias que se tienen sobre el tigrillo están relacionadas con acciones en donde se les mata o se les mantiene en condiciones inadecuadas. En abril de 2023, por ejemplo, el Ministerio Público detuvo a dos hermanos por cacería ilegal de un individuo y posesión de armas de fuego tras una pesquisa por homicidio. En el 2022, un tigrillo en cautiverio fue rescatado y rehabilitado después de un decomiso en una prisión, y ahora se encuentra en el Zoológico Leslie Pantín en el céntrico estado venezolano de Aragua.
Gran parte de la literatura científica sobre el tigrillo está relacionada con ejemplares que han sido atropellados, fotografías en plataformas de ciencia ciudadana e imágenes de cámaras trampa que a veces pasan años sin captar a este pequeño félido. “No hay históricamente estudios enfocados en tigrillo en Venezuela sino por encuentros de listas taxonómicas en algún área o encuentros estudiando jaguares. No sabemos mucho sobre uso de hábitat o comportamiento”, añade la bióloga María Abarca.
La complejidad para estudiar al tigrillo es tal que, tras estudios taxonómicos y genéticos, hace menos de una década se descubrió que la subespecie Leopardus tigrinus guttulus, ubicada en el Bosque Atlántico de Brasil, Argentina y Paraguay, en realidad era una especie diferente. El Leopardus tigrinus guttulus entonces se convirtió en Leopardus guttulus, conocido como tirica.
En 2023 todavía se reconocen tres subespecies: en Costa Rica y Panamá está el Leopardus tigrinusoncilla, considerada endémica. En Colombia, Ecuador, Perú, parte de Bolivia y las cordilleras de Venezuela está el Leopardus tigrinus pardinoides, mientras que en el sur de Venezuela y noreste de Brasil está el Leopardus tigrinus tigrinus. Los expertos consultados aseguran que, hasta el momento, esa es la clasificación oficial. Aunque sospechan que esas subespecies podrían ser especies distintas, la falta de estudios no permite corroborarlo.
Mientras que los avances en el conocimiento del tigrillo en Venezuela parecen depender del trabajo que hará Ilad Vivas, el genetista Torrey Rodgers, de la Universidad de Utah, Estados Unidos e integrante del Proyecto Oncilla en Costa Rica y Panamá, estudia al tigrillo en estos países centroamericanos a través de sus heces, con la técnica del ADN ambiental (eDNA) que se ha usado anteriormente para estudiar a otros félidos.
Estos análisis genéticos permiten mejorar el conocimiento en la ecología y dieta del animal, así como establecer su distribución, abundancia y densidad para estimar el tamaño de las áreas necesarias para su conservación. Asimismo, Rodgers espera que con suficientes muestras podría determinarse si el Leopardus tigrinus oncilla es también una especie separada. Además, el Proyecto Oncilla intenta posicionar al tigrillo como una especie bandera: con su protección se busca también la protección de los páramos donde vive, ubicados a más de 2 800 msnm, así como de la variedad única de animales y plantas que se encuentran en este ecosistema.
Rodgers, como Vivas, tampoco ha visto un tigrillo en estado silvestre, pero sospecha que casi nadie lo ha hecho en Panamá. “En Ciudad de Panamá casi nadie sabe que el tigrillo existe porque la población humana está altamente concentrada en ciudades, zonas a las que el gatito nunca se acerca”, dice.
En los planes del Proyecto Oncilla está visitar el Cerro Fábrega que se localiza cerca de la frontera de Panamá con Costa Rica, al noroeste del país, pues se sospecha que allí puede habitar el tigrillo, luego de que encontraran heces en 2016 en el Parque Nacional Volcán Barú.
“Me alegro cuando consigo una muestra, una sola”, dice el científico sobre la difícil recolección de heces de tigrillo. Esto le ha permitido conocer un poco de la dieta del pequeño animal y hoy saber que entre sus presas favoritas hay especies endémicas de roedores y pequeños reptiles endémicos de Panamá y Costa Rica.
Rodgers también busca entender si las causas del melanismo, que genera un pelaje totalmente negro en el tigrillo, tiene relación con la cantidad de luz solar que reciben los bosques tupidos donde se le ha registrado, o si existe una competencia con los cultivos de café, que en Costa Rica se están trasladando a terrenos de mayor altura debido al cambio climático, alcanzando las zonas en donde habita el tigrillo.
Desde las oficinas del Proyecto de Conservación de Aguas y Tierras (ProCAT) en Bogotá, su director científico, José Fernando González-Maya, habla con entusiasmo sobre la protección del tigrillo lanudo, como se le conoce a la especie en Colombia. El biólogo y doctor en Ciencias Biomédicas muestra un cuadernillo ilustrado sobre la especie que incluye una guía para evitar que el félido ataque a animales de granja y cómo reportar un encuentro o avistamiento.
Líder de una reciente investigación publicada en la revista científica Plos One sobre la distribución de la especie en Colombia, González-Maya es un reconocido investigador de pequeños carnívoros y félidos, con gran experiencia en Colombia y Costa Rica.
“Cuando le hablas de biodiversidad a los bogotanos piensan en zonas boscosas alejadas pero no en la ciudad. Sin embargo, en Bogotá tenemos tigrillos que a veces aparecen arrollados en la Séptima (una famosa avenida del norte de la ciudad)”, explica González-Maya, quien revela que fue en 2010 cuando ProCAT recibió el primer aviso de un tigrillo que estaba atacando gallinas en los cerros que bordean la capital colombiana.
A pesar de las amenazas que enfrenta el tigrillo por la pérdida de su hábitat en Colombia, parece que tiene una ventaja en los alrededores de Bogotá. González-Maya asegura que cerca de la capital no hay pumas ni jaguares pero sí tigrillo, lo que lo convierte en un depredador tope en la zona y, por lo tanto, en la especie sombrilla que permite medir el estado de salud de los ecosistemas y en un embajador de la conservación.
Para él, salvar al tigrillo ya no es un objetivo lejano, sino que velar por su conservación implica cuidar los bosques y páramos que rodean a Bogotá y que surten de agua a un gran porcentaje de la ciudad.
A diferencia de la minería en Venezuela o la destrucción de hábitats en Costa Rica, en Colombia la principal amenaza son los perros ferales, asilvestrados por negligencia, de mayor tamaño que el felino y que actúan en manadas. En este tema, al igual que en todos los demás, también faltan muchos estudios.
Imagen destacada: Actualmente hay tres subespecies del tigrillo, pero los investigadores piensan que podrían ser tres especies diferentes. Foto: Hugo David Caverzasi.
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