Las secuelas del derrame de Repsol: “No nos alcanza. Las chalanas están deterioradas y no salen desde hace dos años”
Desde el balcón del local que alquila Fanny Tamayo Yarasca, frente al puerto de Chancay, se ven las chalanas despintadas por el sol, arribadas a la orilla. Así es como se conoce a las pequeñas embarcaciones artesanales. Las más chiquitas no regresaron al mar por falta de mantenimiento tras el derrame de petróleo en el terminal marítimo…
Fanny Tamayo es miembro de la Asociación de Mujeres Armadoras y Emprendedoras de Embarcaciones Menores del Puerto de Chancay. Su pequeña embarcación era, hasta antes del derrame de petróleo de Repsol en 2022, su principal fuente de ingreso.
Dos años después y sin poder regresar al mar por la contaminación persistente, su chalana está deteriorada, resquebrajada por el sol y el viento. Intenta cubrir los gastos de su familia cocinando en un local que alquila, pero el dinero no alcanza como tampoco alcanzan las compensaciones de Repsol que nunca fueron equiparables al daño.
Desde el balcón del local que alquila Fanny Tamayo Yarasca, frente al puerto de Chancay, se ven las chalanas despintadas por el sol, arribadas a la orilla. Así es como se conoce a las pequeñas embarcaciones artesanales. Las más chiquitas no regresaron al mar por falta de mantenimiento tras el derrame de petróleo en el terminal marítimo La Pampilla, operado por la multinacional Repsol, en enero de 2022. Luego de 27 meses, otro verano de producción se perdió para las mujeres que, como Fanny Tamayo, enviaban su pequeña embarcación al mar a cargo de otros pescadores o la alquilaban, dependiendo de la temporada.
“Yo alquilaba [la chalana] a los que necesitaban pescar, salían a las dos o tres de la mañana, pero para darla tenía que estar bien su mantenimiento. En verano había más pesca, pero en invierno siempre era difícil y hasta un poco más peligroso”, cuenta Tamayo, 50 años, pelo rojizo y 1 metro 50 de estatura. “Yo he sido bien guerrera en esto, cuando no había, he tenido que jalar mi chalana, mojarme los pies y juntarme con los chicos que también venden pescado, luego entre todos repartirnos la cuenta”, dice.
Si bien ella no nació en una familia de pescadores, llegó a conocer muy bien las dinámicas y prácticas en el puerto al casarse con un difunto pescador de Huacho hace más de 30 años. “Es usual que las chalanas salgan con hombres e hijos de una familia, pero en mi caso, yo daba la mía al no tener a mi esposo conmigo. Yo necesitaba ingresos para mis hijos, para mis gastos”, cuenta mientras mira los botes arrimados en la arena de la orilla. El suyo, le permitía ingresos diarios que variaban entre los 200 a 500 soles (entre 50 y 130 dólares).
Poco se habla del papel de la mujer en la pesca por las dinámicas mismas de un oficio que pone el énfasis en las labores del hombre. Sin embargo, según un estudio de valorización económica para analizar los impactos del derrame, realizado por la ONG Cooperacción, del total de mujeres jefas de hogar en las familias pescadoras, el 28.9 % eran comerciantes del sector pesca, mientras que el 22.2 % eran pescadoras.
Como miembro de la Asociación de Mujeres Armadoras y Emprendedoras de Embarcaciones Menores del Puerto de Chancay, agrupación conformada antes de la pandemia, Fanny Tamayo y las demás mujeres se organizaron para proveer sus hogares tras la noticia del derrame de petróleo.
“Vimos cómo el mar reventaba negro contra la peña”
“Tengo amigas, mujeres que tienen sus esposos que salían a pescar en sus chalanas y ellas vendían la pesca en la orilla. Igual yo, veía por mi pesca con un joven desde muy temprano”, comenta Fanny Tamayo al recordar el oficio al que se dedicaba y que no ha vuelto a ejercer.
Cuando se enteró del desastre ocasionado por el derrame, no pensó que el petróleo llegaría a Chancay, el puerto donde ella vive y que está a 50 kilómetros de Ventanilla, el lugar donde las operaciones de descarga de crudo terminaron en el mar. “Después de unos días nos enteramos que el petróleo ya estaba por Chacra y Mar [una playa a ocho kilómetros de distancia de Chancay]. Fuimos a la capitanía y no nos hicieron caso”, cuenta.
Recuerda que las autoridades les pidieron que por cada asociación fueran a buscar evidencias del derrame. Ella y una compañera salieron entonces al mar en su pequeña chalana. Partieron al mediodía y regresaron a las 10 de la noche. “Todos los botes y chalanas iban a recoger evidencias, querían que trajéramos aunque sea un poco de petróleo del mar. Vimos desde el botecito cómo el mar reventaba negro contra la peña. Metimos la mano hasta donde pudimos y trajimos las evidencias en unos frascos”, dice mientras muestra algunas fotos de ese día que todavía conserva en su celular. En las imágenes, los pescadores de Chancay, algunos con mascarillas por la continuidad de la pandemia a inicios del 2022, empujaban sus pequeñas embarcaciones al agua.
El cumplimiento de la labor encomendada era clave para que las autoridades les dieran respuestas más claras y para que Repsol respondiera ante lo que estaba ocurriendo. O eso era lo que creían.
“A mí se me caen las lágrimas de ver mis cosas que no salen a trabajar”.
Después de tener las pruebas del petróleo en el mar “nos prohibieron comer pescado y entre las asociaciones tuvimos que juntarnos para hacer olla común en la playa”, recuerda.
Las ollas comunes, en las que participaban las personas afectadas por la falta de alimentos, han sido espacios de solidaridad ante el dolor de haber perdido el trabajo de la noche a la mañana. Durante más de tres meses “hacíamos olla común, especialmente cuando hay hijos menores de por medio o estudiando todavía. En mi caso, yo no tengo a mi esposo. Él tuvo un accidente en el que se ahogó y ahora tengo que hacer de padre y madre”, cuenta.
Con el menor de sus hijos estudiando la secundaria y el segundo cursando sus estudios superiores, Fanny Tamayo no hacía más que preguntarse por el futuro de su familia. Hace 30 años ella y su esposo tuvieron una embarcación pequeña que registraron en la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (Dicapi) y que vendieron con el tiempo. Luego, en 2017, un año antes de fallecer, él había ayudado a su esposa a registrar la segunda chalana que tenían y que hasta ahora conserva. “Eso nos valió bastante porque, ¿qué es lo que hace Repsol? Ahora nos pide saber si somos dueños o no, y a mí se me caen las lágrimas de ver mis cosas que no salen a trabajar”.
Sin una fuente de ingresos económicos y con la necesidad de conseguir alimentos para la familia, Fanny Tamayo y otras mujeres de la asociación se organizaron para cuidar a los que más lo necesitaban. “No teníamos que comer, buscábamos donaciones, buscábamos leña, salíamos a los mercados para que nos den papa, aunque esté deteriorada, algunas cositas para comer, y preparábamos comida”, recuerda. Bajo la dirección de las mujeres, los hombres traían agua y lavaban las ollas. Si alguien conseguía un pescado, no podían cocinarlo. Olía a petróleo.
Luego de un mes y medio del derrame, Repsol le dio un vale por 500 soles, equivalente a unos 130 dólares, casi la mitad del valor de un salario mínimo en Perú, para compras en supermercados. Fanny Tamayo está registrada en el padrón único de afectados por el derrame de petróleo elaborado por el Instituto de Defensa Civil (Indeci) así es que meses después del desastre, recibió una primera compensación económica de 3000 soles (unos 790 dólares) y luego otra de un monto mayor que le permitió iniciar un negocio de comida que mantiene desde octubre del 2023.
Sin embargo, esos montos siguen siendo más bajos que lo que ella recaudaba con su embarcación. “No nos alcanza, las chalanas están deterioradas, tapadas en la playa y no salen. ¿Cómo guardar y estirar esa plata que nos dan? No alcanza, el colegio de los hijos está encima, los estudios superiores, las comidas, mi chalana está en mal estado, no alcanza, la pintura está cara, la mano de obra también, el agua, la luz”.
El estudio de valorización económica realizado por Cooperacción da cuenta de la falta de transparencia en la formulación de las compensaciones otorgadas por los daños ocasionados. Según las denuncias de los afectados y los estudios realizados por especialistas, incluida la Defensoría del Pueblo, Repsol propuso dar compensaciones de manera arbitraria, sin un consenso de por medio, y sin considerar la complejidad de un desastre sobre el que no se tienen certezas del impacto a futuro.
Mientras tanto, Fanny Tamayo va cada día al local que alquila frente al puerto de Chancay para cocinar y atender a un reducido público, junto con una amiga que también es esposa de un pescador y está afectada por el derrame. La ganancia por este negocio apenas cubre sus gastos básicos, pero debe pagar el alquiler del restaurante venda o no un plato de comida. Cuando el ingreso no es suficiente, busca lavar ropa de otras personas o trabajar en las chacras al este de Chancay. “En el puerto somos conocidas quiénes luchamos”, dice.
A lo lejos, su pequeña chalana de colores rojo, celeste y verde permanece boca abajo en la arena, a merced del sol y la humedad, a unos metros de las obras de construcción del megapuerto de Chancay.
El gran proyecto del consorcio de capitales chinos Cosco Shipping Ports Chancay Perú, aspira a ser el hub más importante de la región con una inversión de 3 000 millones de dólares.
A Fanny Tamayo es un asunto que le preocupa, pero por ahora no tiene tiempo para ello. Su prioridad es proveer el día a día para su familia. “Pido que vengan acá a ver la situación en la que viven los verdaderos afectados. Ya empieza el invierno y el dinero dado por Repsol, que no alcanza, se va terminando”.
*Imagen Principal: Fanny Tamayo, miembro de la asociación de pescadores de embarcaciones menores del puerto de Chancay, en Lima, Peru. Foto: Angela Ponce.
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