La lucha de una maestra y su comunidad en contra de una carretera ilegal que atraviesa territorio ashéninka
María Elena Paredes es especialista en conservación comunitaria y promotora ambiental. Ella trabaja para impulsar el desarrollo sostenible y mejorar la calidad de vida de las 37 familias ashéninka de la comunidad Sawawo Hito 40, en la frontera entre Perú y Brasil. Esta zona ha sido deforestada para la construcción de una carretera ilegal y…
María Elena Paredes es especialista en conservación comunitaria y promotora ambiental. Ella trabaja para impulsar el desarrollo sostenible y mejorar la calidad de vida de las 37 familias ashéninka de la comunidad Sawawo Hito 40, en la frontera entre Perú y Brasil.
Esta zona ha sido deforestada para la construcción de una carretera ilegal y con ello facilitar el tráfico de madera. El proyecto de Paredes incluye la organización y capacitación comunitaria para proteger el territorio.
María Elena Paredes salió de su comunidad, por primera vez, para estudiar. Tenía 16 años y su sueño era ser educadora. No fue nada sencillo, pero logró terminar su carrera universitaria. Desde entonces ha sido maestra bilingüe de decenas de niñas y niños ashéninkas. Entre sus objetivos están detener la desaparición de su lengua, su cultura y que sean cada vez más los jóvenes preparados para defender su territorio, amenazado en los últimos años por la deforestación.
“Deseaba ayudar a mi comunidad, por eso tuve que salir a estudiar”, dice Paredes. “Ha sido difícil porque no tenía la economía suficiente para seguir estudiando. Pero logré mi carrera profesional en educación inicial. Ha sido una lucha grande hasta lograrlo y aquí sigo”.
Su motivación, al mismo tiempo, es proteger la fauna, el río y los bosques de Sawawo Hito 40. Esta comunidad indígena ashéninka, integrada por 37 familias, está ubicada en la frontera entre Perú y Brasil, en el distrito de Yurúa, departamento de Ucayali.
“Mi primera experiencia es con los niños, porque nuestra cultura se estaba perdiendo. Los jóvenes se avergonzaban de hablar nuestro idioma, solo hablaban castellano y ya no estaban entendiendo el ashéninka. Eso fue lo que me motivó para seguir preparándome, para tratar de rescatar nuestra cultura. También tenemos quelonios, frutas y árboles que están perdiéndose, por eso empecé a trabajar en cómo planificar un plan de vida y un plan de proyectos sostenibles”.
Paredes es heredera de una larga historia de defensa territorial. Sus padres fueron líderes indígenas fundadores de su pueblo, cuando apenas eran 10 familias, y parte de quienes lograron la titulación y reconocimiento de su pueblo ante el Estado peruano.
Por eso hoy, ella no solo es maestra. En su búsqueda por encontrar soluciones para su pueblo, se convirtió en defensora y preparó como especialista en conservación comunitaria y promotora ambiental. El monitoreo de los enormes bosques que componen el territorio de su pueblo se convirtió en una de sus tareas primordiales. Así se dio cuenta de una amenaza inminente: la aparición de una carretera ilegal que estaba poniendo en riesgo al ecosistema.
Uno de los primeros monitoreos del Comité de Vigilancia Comunitaria que María Elena Paredes fundó en abril de 2021 para rastrear amenazas en el bosque, sorprendió a su equipo. Llevaban dos días de caminata cuando vieron la maquinaria: cinco tractores y tres motocicletas operadas por unas 30 personas. Era agosto de 2021. “Esta carretera no nos la han anticipado, no sabíamos nada y para nosotros ha sido un impacto ver todo eso”, dice la lideresa indígena.
Lo que vieron, describe Paredes, fue impresionante. “Pasaba por donde había nuestras reforestaciones, tumbaron y aplastaron todo con la maquinaria. Caminamos hacia el río Amonia, como cuatro horas, donde encontramos residuos, latas, bolsas, todo un desastre que han dejado a media quebrada. Luego avanzamos alrededor de la carretera: habían prendido fuego y se había quemado el bosque, cerca de una hectárea”, asegura la lideresa.
Esta vía era un viejo camino que la empresa maderera Forestal Venao operó hasta el 2007, cuando quedó en desuso. En esta ocasión, las personas que encontró el Comité de Vigilancia Comunitaria en el bosque se identificaron como trabajadores de la empresa maderera Inversiones Forestales JS, de Ucayali. Estaban trabajando en la reapertura de la vía abandonada para conectar la ribera del río Amonia con Nueva Italia y Puerto Abreu, el centro urbano más cercano de Sawawo, a unos dos días en bote o uno a pie.
“Desde ese momento, nuestro comité buscó aliados para informar, para que nos ayuden a difundir y hacer la denuncia”, dice Paredes. “Ahora estamos siguiendo un proceso para investigar a la empresa que entró a la comunidad sin ningún permiso, sin ninguna autorización, sin ninguna consulta previa. La organización ProPurús está ayudando en lo legal; es un tema muy amplio y estamos buscando justicia, pero hasta ahora no tenemos ningún resultado. A veces, como comunidad no tienes esos fondos, a diferencia de las empresas que pagan y hacen justicia a pesar de que han cometido un delito. Esa es mi preocupación”. Lo es más todavía, dice la lideresa, cuando otros liderazgos indígenas han perdido la vida en el pasado por hacer lo mismo: defender sus bosques.
Como resultado de la irrupción de la carretera, María Elena Paredes afirma que el cambio en el bosque ha sido más que evidente, por ejemplo, asegura que muchos animales desaparecieron.
ProPurús informó a Mongabay Latam que Sawawo Hito 40 actualmente lleva dos procesos en vía judicial contra Inversiones Forestales JS, presuntamente responsable por el incumplimiento de normas de manejo de residuos sólidos y por delitos contra los bosques o formaciones boscosas, y un proceso más a nivel de fiscalía provisional por usurpación agravada.
“Nosotros, como Comité de Vigilancia, estamos promoviendo tener encuentros con las demás comunidades para hacer un pronunciamiento para que el Estado y los gobiernos locales se preocupen”, dice María Elena Paredes. “Lamentablemente, a veces nos dan la espalda, porque no conocen nuestra realidad como comunidad; ellos hacen convenios, dan esa posibilidad de poder entrar a los madereros, dan concesiones sin consultar a las comunidades. Por eso estamos haciendo reuniones y pronunciamientos con las organizaciones tanto de Perú, como de Brasil, todas las comunidades indígenas de la cuenca del distrito de Yurúa, para exponer esta situación como comunidades fronterizas”.
Durante su lucha, el Comité de Vigilancia no ha dejado de capacitarse. Son siete hombres liderados por una mujer: María Elena Paredes, quien les instruye y busca nuevas herramientas para mejorar su trabajo de monitoreo territorial, desde el uso de GPS y herramientas satelitales en los celulares, hasta el manejo de drones, con el apoyo de Upper Amazon Conservancy, organización no gubernamental de la cual también la lideresa es integrante.
A mediados de 2022, Paredes también creó una alianza con la organización Conservación Internacional, quien le otorgó una beca del Programa de Mujeres Indígenas de la Amazonia —implementado con el apoyo del Gobierno de Francia y aliados locales— para promover el liderazgo femenino y el desarrollo de soluciones e iniciativas ambientales basadas en sus conocimientos tradicionales. Su iniciativa propone desarrollar un proyecto sostenible para mejorar la calidad de vida de las familias de Sawawo Hito 40, junto con actividades orientadas a combatir el avance de los madereros ilegales y la deforestación en la zona de Yurúa.
María Elena Paredes respira profundo y describe su territorio. Todo lo que rodea a su comunidad es naturaleza pura, enmarcada por el río. “En medio del bosque tenemos nuestra medicina, en las cochas tenemos nuestros peces y, como comunidad, hemos hecho nuestro mapa de manejo: dónde cazamos, dónde cuidamos, dónde hacemos nuestra chacra (sitio de cultivo) con frutas o plantas maderables”.
Así enumera lo que han logrado: la reforestación con árboles de caoba y cedro ya tiene unos 20 años; también cuentan con un vivero para sembrar todo tipo de árboles frutales para que, en el futuro, los niños se alimenten de naranjas, guanábanas y mandarinas; también trabajan en la mejora de su bosque de aprovechamiento con plantas nativas como el aguaje y el huasaí.
Por eso, insiste, entre las actividades que propone y prioriza dentro del proyecto de plan de vida y desarrollo sostenible para Sawawo Hito 40, se encuentra la vigilancia y protección del territorio para combatir los delitos ambientales que los afectan. Un territorio íntegro, dice, es la base de todo.
De igual manera, trabaja con niños y jóvenes sobre la cultura ashéninka, para lograr la mejora de la educación bilingüe; con los adultos y ancianos elabora el mapa de su territorio con base en su visión e historia. También organiza talleres prácticos sobre desarrollo sostenible y con información referente a cómo el desarrollo extractivo, la deforestación y el cambio climático pueden amenazar el futuro de su comunidad.
Su proyecto busca mejorar la vida de su pueblo a través de la protección ambiental y de los recursos naturales existentes en el territorio, lo que se traducirá además en una mejor salud para todos.
“Actualmente no hay profesionales de la salud del Estado que estén permanentemente y esa es una gran deficiencia”, asevera Paredes. “No están al pendiente de la comunidad, por eso en nuestro plan de vida también hemos agregado a dos jóvenes para que se capaciten, porque son los que viven ahí y ven la realidad. Queremos darles la oportunidad de que estudien, sobresalgan y trabajen en su misma comunidad. También estamos planificando fortalecer a los sabios que conocen la medicina natural que hay dentro de nuestro bosque y formar un grupo de sabios que platiquen con los niños”.
En la educación también hay debilidades, pues los maestros que llegan a las comunidades ashéninkas son bilingües “solamente de nombre”, pues no dominan la lengua. Pero María Elena Paredes también tiene un orgullo y una esperanza especial. “Ahora tengo un hijo que está estudiando educación bilingüe primaria en la universidad; esperamos que terminé sus estudios y también pueda apoyar a la misma comunidad”.
Mirko Ruiz, coordinador de monitoreo y género en Conservación Internacional, explica que un plan de vida es “el documento madre de la comunidad”. Se trata del conjunto de prioridades plasmadas por el pueblo, basadas en una agenda. “Es una guía —dice— que da la posibilidad de que personas ajenas a la comunidad o funcionarios puedan tener una visión sobre cuáles son las necesidades de esta comunidad”.
El plan de vida contempla acciones para los próximos diez años e incluye los temas de salud, educación y medio ambiente, agrega Paredes. “Está dividido en cinco partes importantes que hemos analizado y que se deben fortalecer para cumplir nuestras metas; para eso debemos colaborar con los gobiernos locales y regional, con las organizaciones y buscar aliados. No vamos invertir en el proyecto para que quede en nada: está planificado para que en un futuro crezca y se haga un manejo sostenible, para que siga caminando al buen desarrollo que quiere la comunidad”, afirma la lideresa.
Ahora mismo se encuentran en las diversas etapas de socialización del plan de vida que han construido en colectividad. “Este 2023 esperamos cumplir los objetivos que hemos plasmado para los próximos 10 años”, dice Paredes. “Adultos, mujeres, niños, niñas y sabios, hemos visto las problemáticas y las soluciones hacia el futuro de nuestra comunidad; estamos participando todos”.
Las mujeres ashéninka y la esperanza en las infancias
En la comunidad se creó una cooperativa que ha funcionado como base para la organización de las mujeres. En este espacio, administrado por ellas, no solo encuentran artículos de primera necesidad, sino también la promoción de la artesanía ashéninka —tejidos, collares y bolsas—; la iniciativa ha sido el motor para involucrarse en las labores de conservación del bosque, al mismo tiempo que generan economía para sus familias.
“Las mujeres saben cuál es la importancia de proteger nuestro territorio, porque el bosque es como un mercado para nosotras: de ahí nos alimentamos, es nuestra vida, nos da salud y todo lo que queremos lo tenemos a la mano”, dice Paredes. “Por eso es importante que las madres y las jovencitas también estén capacitadas, que nos estén acompañando en el monitoreo territorial, en las reuniones y en las charlas. Nosotros como autoridades les compartimos la preocupación que tenemos como líderes respecto de nuestro bosque”.
Ya no hay mujeres “calladitas”, asegura la lideresa, pues ahora opinan y toman decisiones. “Hoy en día las mujeres tienen voz y, aunque no sean miembros del comité, están participando plenamente. Estamos preparándonos y fortaleciéndonos».
Mientras tanto, María Elena Paredes también avanza con el involucramiento de las nuevas generaciones no solo en Sawawo Hito 40, sino en las comunidades vecinas. Recientemente, por ejemplo, lograron la liberación de decenas de tortugas acuáticas en el río y la siembra de numerosos ejemplares de árboles nativos.
“Los niños también están involucrándose, saben qué es el territorio y cuál es la importancia del cuidado de nuestro bosque para mejorar nuestra vida, para estar tranquilos y seguir promoviendo esto con las generaciones que vienen atrás”, concluye la lideresa. “Esa es nuestra meta: dar el ejemplo para que ellos también lo hagan en su comunidad”.
Imagen principal: María Elena Paredes, lideresa ashéninka de la comunidad nativa Sawawo Hito 40. Actualmente es promotora ambiental en la organización Upper Amazon Conservation y becaria de Conservación Internacional. Foto: Conservación Internacional / Reynaldo Vela.
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