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Guacamayas rojas acechadas por traficantes de fauna silvestre en Guatemala

– Esta especie en peligro de extinción lucha por sobrevivir dentro del corredor biológico que comparten Belice, Guatemala y México. Es ahí donde los traficantes de fauna silvestre arrancan a los pichones de sus nidos.
– Expertos calculan que el número de guacamayas rojas que quedan en este corredor no supera los 1000 ejemplares. 

Por los caminos del mundo maya aparecen con frecuencia las imágenes de la guacamaya roja. Están en terminales de transporte y publicidades de cientos de negocios de turismo. Pero a esta emblemática especie se le están acabando sus propios caminos para desplazarse y subsistir.

El último corredor de la guacamaya roja en América Latina atraviesa tres países: Guatemala, Belice y México. Y es ahí donde esta especie resiste frente a la constante pérdida de su hábitat causada por incendios forestales, por la expansión ganadera, la aparición de nuevos asentamientos humanos, y, principalmente, por el asedio de traficantes de fauna silvestre que asaltan sus nidos.

Organizaciones ambientales consultadas por Mongabay Latam, en los tres países,calculan que el número de guacamayas rojas que quedan en este corredor no supera hoy los 1000 ejemplares. Sin embargo, se cree que un número mayor sobrevive dentro de las casas, tras ser compradas como mascotas en un mercado ilegal que existe en la región. Algunas han sido encontradas en posesión de altos funcionarios públicos, de acuerdo con información obtenida para la realización de este reportaje.

Dos pichones que están a punto de cumplir los 90 días de edad y de ser liberados. Foto: cortesía WCS Guatemala.

La guacamaya roja (Ara Macao) figura actualmente en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), también está incluida en la categoría 2 del Listado de Especies Amenazadas de Guatemala (LEA) y en el apéndice 1 de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies de Flora y Fauna Amenazadas (CITES).

Sin embargo, esta especie relacionada a la cultura maya —que incluso se encuentra en diversas alegorías prehispánicas— convertida en símbolo que atrae a los visitantes, se está quedando sin árboles altos para sus nidos, sin lugar donde habitar y sin caminos que recorrer.

Los últimos refugios que le quedan a las guacamayas rojas dentro de este corredor están en la Reserva de la Biósfera Montes Azules (México), el Parque Nacional Chiquibul (Belice) y la Reserva de la Biósfera Maya (Guatemala). Dentro de esta última está el Parque Nacional Laguna del Tigre, que con sus 337 899 hectáreas es el más grande de Guatemala y tiene la categoría de Sitio RAMSAR.

Ahí mismo se ubica El Perú o Waka’, un conocido sitio arqueológico y punto importante para la conservación de la guacamaya roja por la cantidad de nidos que han sido localizados. En ese lugar, situado en medio de la selva, está el campamento de la Wildlife Conservation Society (WCS), que desde hace más de 15 años trabaja en la preservación de la especie intentando aumentar la supervivencia de los pichones.

El total de la pérdida anual solo en el Parque Nacional Laguna del Tigre es del 1,2 %, lo cual equivale a 3789 hectáreas, según un estudio de la organización Rainforest Alliance.

La Reserva de la Biósfera Maya. Foto: cortesía WCS Guatemala.

Y en la zona núcleo de la Biosfera Maya (de 486 252 hectáreas), donde se ubica el Parque Nacional Laguna del Tigre, el equipo de la WCS realiza actividades diarias de conservación, en un espacio que pierde más del 5.5 % de su territorio cada año, lo cual equivale a 4862 hectáreas de bosque, de acuerdo con ese mismo estudio.

La población de la Guacamaya Roja, que alguna vez estuvo ampliamente distribuida en Mesoamérica, hoy solo puede ser encontrada en algunos puntos aislados del corredor que comparten Guatemala, Belice y México.

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Dos pichones que están a punto de cumplir los 90 días de edad y de ser liberados. Foto: Rodrigo Soberanes.

El Petén: la lucha diaria por conservar la guacamaya roja

Las actividades de manejo requieren de largas caminatas para encontrar los nidos, que tienden a estar alejados unos de otros. También demandan de cierto gusto o tolerancia por las alturas. Los científicos tienen que escalar los árboles para revisar  frecuentemente los nidos, inspeccionar y contar los huevos, el número de pichones hallados, colocar incluso jaulas con doble espacio (nidos artificiales con una cavidad donde se alojan los pichones y otra queda vacía para engañar a los halcones depredadores), y ahuyentar a los peligrosos enjambres de abejas africanizadas.

Es necesario también para realizar estas tareas contar con una buena dosis de paciencia. Los investigadores esperan ocultos entre la vegetación hasta oír el majestuoso grito de la madre guacamaya que se aproxima al nido para alimentar a su cría. Cuando termina la hora de la merienda, tienen que volver a escalar el árbol para bajar al pichón y revisar su estado de salud. Luego es devuelto al nido con la esperanza de volver a encontrarlo en la próxima revisión.

Esta rutina de trabajo se repite una y otra vez. Más aún frente a la considerable disminución de la población de guacamayas rojas.

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