- Un zoológico apela al compromiso ambiental de sus trabajadores, que ganan 18 dólares al mes, para conservar una exhibición de manatíes y a sus crías.
(Mongabay Latam / Jeanfreddy Gutiérrez Torres)
Una familia de seis manatíes puede ser aún visitada en el Zoológico de Bararida, en Barquisimeto. Esta no sería una noticia, si no fuera porque en medio de la crisis en Venezuela, de las denuncias por el robo de especies silvestres y de los zoológicos que han tenido que cerrar sus puertas por la escasez de recursos, estos esfuerzos de conservación se presentan hoy como una gran hazaña en el país.

Lo mismo ocurre con otras especies como el caimán del Orinoco y las tortugas continentales, especies ancestralmente consumidas por los pueblos indígenas, que nadan hoy en aguas bastante turbulentas. Los programas de reforzamiento poblacional —que involucran al Estado, organizaciones de la sociedad civil, reservas privadas y empresas— deben sortear las amenazas propiciadas por la crisis económica en Venezuela. La carne de especies silvestres es ofrecida con mayor frecuencia en mercados populares y los hábitats están cada vez más presionados por el crecimiento de la minería ilegal
Por eso cobra mayor relevancia el trabajo del personal dentro de los zoológicos o programas de conservación, porque han preferido continuar con sus tareas a costa de ganar sueldos muy bajos —18 dólares mensuales para septiembre de 2018 y hasta 9 dólares para el mes siguiente a causa de la inflación— para intentar proteger la biodiversidad de Venezuela.
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LOS SOBREVIVIENTES DE BARARIDA
En el Zoológico y Jardín Botánico Bararida, en la ciudad de Barquisimeto, a unos 400 kilómetros de Caracas, se pueden observar manatíes antillanos nadando a sus anchas.
Kami y Karima, un macho de 11 años y una hembra de siete, y sus dos crías, los pequeños Bariki y Orinoko, nacieron en cautiverio dentro de las pocas instalaciones que tienen la capacidad de cuidarlos hoy en el país.
Pero no son los únicos que tienen la suerte de vivir dentro de este zoológico. Chicho y Fernanda forman parte también de esta familia de sobrevivientes. Ellos no nacieron allí, pero llegaron hace más de 20 años tras ser rescatados en el Estado de Apure.
Todos estos manatíes se mantienen hoy a salvo con la ayuda de un programa privado de reproducción de esta especie, que comenzó a fines de 2007, y que fue promovido por expertos de la Fundación para el desarrollo de las Ciencias Físicas Matemáticas y Naturales (Fudeci). Es el único programa que reproduce estos animales en Venezuela. En el zoológico de Maracaibo también hay una pareja de manatíes del que se desconoce su estado actual.

La Oficina Nacional de la Diversidad Biológica del Ministerio de Ecosocialismo no ha podido desarrollar hasta el momento un programa oficial para proteger a los manatíes, a pesar de que en Venezuela está prohibida la captura de esta especie y la alteración de su hábitat.
Los manatíes antillanos, identificados bajo el nombre científico de Trichechus manatus manatus, son una especie de sirenio catalogada en estado Vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Aunque el Libro Rojo de la Fauna Venezolana considera que existe un riesgo mayor en su territorio, por eso señala que se encuentra en Peligro Crítico. A esto se suma que ha sido incluida en el Apéndice I de la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), por estar casi extinta en el Caribe.
Para los científicos y trabajadores que cuidan de esta pequeña población en el Zoológico y Jardín Botánico Bararida, no es fácil mantenerlos con vida. Peor aún considerando que estos sirenios herbívoros pueden comer hasta el 20 % de su peso al día.

Carlos Silva, Jefe del Departamento de Medicina y Preventiva del Zoológico de Bararida, tiene la experiencia necesaria para hablar con autoridad del estado de conservación de esta especie. Más aún porque hoy lidera el programa que tiene el mérito de mantener con vida a los huéspedes de este zoológico.
Silva, quien es miembro del Grupo de Especialistas en Sirénidos de América del Sur de la UICN y de la Asociación Venezolana de Acuarios y Zoológicos, cuenta en una entrevista con Mongabay Latam que el programa ha continuado a pesar de las adversidades como la falta de espacio y de áreas adecuadas para el cuidado y exhibición de esta especie. Además han tenido que hacerle frente a problemas como la migración de personal calificado y la escasez de recursos financieros.
Este veterinario, que no tiene pelos en la lengua, no ha tenido reparos en señalar las carencias que tiene el zoológico. Sus denuncias lo llevaron incluso a ser arrestado en una oportunidad por hacer públicas las malas condiciones en las que viven los animales de la institución.

Y no es una exageración. Solo un manatí requiere de unos 120 kilos de cambur, lechuga y otros vegetales para su alimentación diaria, necesidades que ahora son muy difíciles de atender en medio de la crisis.
A esto se suma la impotencia de no poder devolver a su hábitat natural a algunos de los manatíes por las barreras que impone la burocracia del Estado.
“Hace cuatro años queríamos enviar dos crías a la isla de Guadalupe, en el Caribe francés, para hacer una liberación en conjunto con individuos que les fueron otorgados por México y Singapur. Esto como parte de su Programa de Conservación y Reintroducción, pues allí se extinguieron hace 100 años. Los permisos en Venezuela tardaron mucho y no fue posible enviarlos”, lamenta Silva.
La buena noticia es que hoy cuentan con el apoyo técnico del Programa de Conservación de Manatíes de Puerto Rico y de organizaciones ambientalistas de la Isla de Guadalupe. Esta ayuda les permite alimentar ahora con leche materna especial a las crías del zoológico y también les permitió rescatar a una hembra arponeada en Delta Amacuro, explica Silva.
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CONSERVAR EN TIEMPO DE CRISIS
El sociólogo Iván de la Vega, profesor de la Universidad Simón Bolívar, se ha especializado desde 1995 en estudiar la migración de científicos y tecnólogos de Venezuela. Según sus cálculos, habría un millón de egresados universitarios venezolanos en 65 países del mundo. Desde 2011, la polarización política, la precariedad laboral y la inseguridad son las principales razones que la mayoría de los estudiantes esgrimen para irse al exterior.
“Para los zoológicos es muy difícil conservar el personal técnico especializado. Un biólogo, un veterinario o un técnico para el cuidado de los animales apenas gana 18 dólares al mes, por lo que muchos prefieren emigrar”, añade Silva del Zoológico de Bararida.
El propio exgerente de operaciones del Parque Metropolitano del Estado de Zulia, fronterizo con Colombia, fue entrevistado por Mongabay Latam en Lima, Perú, donde ahora reside. Luis Añez fue testigo del deterioro del zoológico: “Se tenía que buscar y luchar cada día y eso era desgastante. En eso se nos iba el tiempo, y hablo de conseguir los recursos para la alimentación de los animales, para mantener las instalaciones, la piscina de los manatíes, las bombas de agua. Era una lucha constante para combatir la delincuencia y mantener a los animales”.

El ictiólogo y experto en tiburones, Rafael Tavares, decidió emigrar después de verse obligado a cerrar el Centro de Investigación de Tiburones de Venezuela. “Antes como investigador oficial, te cubrían los pasajes de avioneta para que los estudiantes de posgrado vinieran a Los Roques a investigar, su comida, las salidas de campo, luego tuvimos que hacerlo de nuestro bolsillo, hasta que fue imposible incluso mantenernos”, le dijo a Mongabay Latam el exfuncionario público.
Estos proyectos son ejemplos de constancia en medio de la adversidad en un país megadiverso. Varios zoológicos han sido asaltados durante el año pasado por comunidades cercanas en búsqueda de proteínas, incluyendo el Bararida. Y se han reportado varios casos de descuartizamiento de yeguas, vacas y otros animales en universidades veterinarias y fincas. La generación de conocimiento científico en medio de la diáspora, así como el mantenimiento de estas poblaciones en cautiverio para futuras reintroducciones adquieren una mayor importancia en ausencia de un programa oficial de conservación de especies en peligro.
En Maripa, a orillas del río Caura, donde Ferrer lleva su programa de reintroducción de tortugas, es fácil encontrarse caparazones abandonados en medio de los cultivos. Muchos de los habitantes de las comunidades ribereñas se han ido a las minas de oro en búsqueda de dinero rápido para sobrellevar una inflación que puede llegar al 10 000 000 %, según el FMI. Pero a veces solo salen a cazar para sobrevivir un día más.
Una versión ampliada de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerlo aquí.
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