- Durante 2018 el Centro de Fauna Silvestre de Bogotá atendió 2900 animales y en lo que va corrido de este año ya van más de 500.
(Mongabay Latam / Antonio José Paz Cardona)
En noviembre del año pasado 216 ranas exóticas fueron incautadas en el aeropuerto internacional El Dorado de Bogotá. Cuando las autoridades las rescataron, las dejaron en manos del Centro de Fauna Silvestre que opera en la capital colombiana. “Parece increíble pero venían ocultas en rollos fotográficos. El escáner las detectó porque empezaron a moverse. Lastimosamente algunas ya estaban muertas y otras tenían sus dedos fracturados, seguramente cuando las introdujeron en los frascos”, recuerda Johana Izquierdo, líder del área de Fauna Silvestre del instituto.
Las tuvieron bajo su cuidado durante un mes. Un gran reto, ya que estos anfibios requieren condiciones muy precisas de humedad, temperatura y alimentación. Sumado a esto, los biólogos, zootecnistas y veterinarios tuvieron que realizar exhaustivas pruebas moleculares para determinar que las ranas no tuvieran el temible hongo quitridio (Batrachochytrium dendrobatidis) que está causando la extinción y disminución de poblaciones de varias especies. Finalmente, en diciembre de 2018, los anfibios fueron liberados en las selvas del Pacífico, en los departamentos de Cauca, Nariño y Chocó, de donde eran originarios.
El Centro de Fauna Silvestre de Bogotá es quizás la institución del país que más animales recibe del tráfico de especies y la tenencia ilegal de fauna silvestre, y no solo provenientes de la ciudad o del departamento de Cundinamarca, sino de todas las regiones colombianas. Mientras que a muchos centros ingresan cerca de 20 animales mensuales, aquí llegan, en promedio, 280 animales al mes que necesitan atención.
La ruta para salvarlos
El protocolo para la recepción de un animal es más complejo y extenso de lo que se podría pensar. No se trata solo de recibir un ave, un reptil o un mamífero. Detrás de ese proceso, en el Centro de Fauna Silvestre de Bogotá, hay una larga ruta y un grupo de 17 especialistas que trabaja en los cuidados que necesitan los animales.
Lo primero que se realiza es la identificación taxonómica. “Se hace una evaluación general de su estado y si el animal está bien, pero necesita un momento de estabilización, pasa a un área que se llama arribo. Es como una precuarentena donde se le estabiliza, sobre todo emocionalmente, pues muchas veces provienen de una acción de control donde pasan por grandes momentos de estrés y nerviosismo”, dice Johana. En el arribo permanecen durante dos o tres días. Solo después de este tiempo se empieza la manipulación del animal y se le da ingreso.
Una vez que entra formalmente al centro se elabora una especie de hoja de vida, donde se establece su estado de salud y el tratamiento que necesita. Este es el proceso habitual, pero si el animal llega muy grave pasa inmediatamente al hospital o unidad de cuidados intensivos, donde se le hace un monitoreo permanente.

Si se supera este proceso y se estabiliza pasa a un proceso de cuarentena que varía dependiendo del grupo taxonómico. Según Johana, son 30 días para las aves y los reptiles y 60 días para los mamíferos, con excepción de los primates que necesitan 90 días. Luego de esta etapa, pasan al área de rehabilitación. “Ahí se evalúa su caso con detalle. Se define si está apto para una rehabilitación con fines de liberación en vida silvestre o si se puede rehabilitar pero tiene que permanecer bajo cuidados humanos (zoológicos, bioparques, acuarios o incluso si es posible que permanezca definitivamente en el Centro de Fauna Silvestre de Bogotá)”, cuenta.
En el peor de los escenarios ─y aunque sea una medida que causa controversia─ si es imposible su recuperación, un comité de especialistas evalúa la posibilidad de someterlo a la eutanasia. Eso sí, bajo un protocolo muy estricto donde se analiza su sufrimiento o si tiene una lesión irreparable, cuenta Johana.

La labor que hacen los centros de fauna por la supervivencia y protección de la fauna silvestre muchas veces pasa desapercibida. En otras ocasiones no se dimensiona el esfuerzo económico y técnico que se hace para preservar la vida de los animales que llegan. Johana asegura que los costos mensuales de operación del Centro de Fauna están alrededor de los 177 millones de pesos (56 600 dólares).
Clara Lucía Sandoval, directora del Instituto Distrital de Protección y Bienestar Animal, le asegura a Mongabay Latam que los resultados han sido positivos: el año pasado se atendieron 2900 animales y en este año, hasta febrero, ya iban en 500. El flujo de fauna es alto, pues así como entran muchos animales, otros también salen con rumbo a su liberación o a lugares donde puedan vivir adecuadamente en cautiverio. En los primeros días de abril el centro tenía 832 animales en sus instalaciones ─casi el 50 % son aves, principalmente guacamayas, loros y periquitos; seguido por los reptiles, sobre todo tortugas terrestres que eran tenidas como mascotas; y el tercer grupo es el de los mamíferos, principalmente primates─.
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Tráfico, rescate y entrega voluntaria
Clara Lucía Sandoval asegura que muchos animales llegan al centro después de operativos de incautación de las autoridades ambientales y policiales del país, pero que los mayores ingresos se dan por cuenta de entregas voluntarias; personas que poseían ilegalmente fauna exótica pero que después no saben qué hacer con ella pues desconocen sus comportamientos y necesidades.
El problema con esto es que, debido a la ignorancia o a la falta de cuidados, muchos animales llegan en condiciones lamentables y críticas. Aunque algunos logran salvarse, lo cierto es que otros mueren debido a la gravedad de su situación.
Johana Izquierdo recuerda el caso de un tigrillo bebé (Leopardus tigrinus) que, por absurdo que parezca, fue encontrado abandonado dentro de una bolsa plástica en un parque en el norte de Bogotá. “Lastimosamente no sobrevivió y ese es quizás el reflejo de lo que sucede cuando los animales son tenidos forzadamente en cautiverio. Lo tuvimos en cuidados intensivos, pasamos noches enteras con él pero, a pesar de su corta edad, tenía una fractura en su fémur, deshidratación y desnutrición severa. Fue imposible salvarlo”, comenta.

Pero así como hay casos dramáticos como el del pequeño tigrillo, otros llenan de satisfacción al personal que trabaja en el Centro de Fauna Silvestre de Bogotá.
Recientemente llegó una zarigüeya que, refugiándose del frío, se encontraba en el capó de un vehículo y pudo ser rescatada. “Se le encontró con cinco bebés. Afortunadamente todos en muy buen estado de salud y por eso su paso por el Centro fue rápido”, cuenta Johana. Una semana después volvió a su hábitat natural junto con otros 70 animales que estaban listos para liberarse a fines de marzo.
Sin embargo, no todos vuelven a su hogar natural. “A algunos los remitimos a otras corporaciones pues no son propios del clima de Bogotá, otros pasan a lugares como zoológicos y otros permanecen con nosotros”, le dice Clara Lucía Sandoval a Mongabay Latam.


Es el caso de los perezosos (Folivora), sufren de mal de altura y por lo tanto una ciudad como Bogotá no es apta para ellos ─se encuentra a 2640 metros sobre el nivel del mar─. Por eso son llevados a tierras bajas para que puedan seguir su proceso de rehabilitación.
El Centro de Fauna Silvestre de Bogotá trabaja de la mano con entidades de los departamentos de Antioquia y Caldas, y de la costa Caribe y los llanos orientales. La mayoría de animales proviene de estas dos últimas regiones y los picos de entrega e incautaciones suelen darse en Semana Santa y en enero, “después de vacaciones cuando la gente traslada el animal a su casa pero luego desespera porque no come, se comporta mal o muerde a los niños”, afirma Johana Izquierdo
La versión completa de este reportaje fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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