La droga, ¿y Colombia?

Publicado el Jorge Colombo*

Tabaco

Si la razón por la cual debemos prohibir el consumo de estupefacientes es la prevención de la adicción y la preocupación por la salud pública, la primera droga que deberíamos decomisar por ley es el tabaco. Existen estudios según los cuales el tabaco es más adictivo y su consumo a largo plazo es más nocivo que el de la heroína* [1] [2]. Basta con fumarse cuatro o cinco cigarrillos durante la adolescencia para exponerse a una adicción que lo acompañará a uno por otros 40 años. Una adicción tal, que el que consume necesitará fumarse en promedio un cigarrillo por cada hora que permanezca despierto (catorce cigarrillos al día). Una adicción que la mayoría no logra acabar definitivamente en su vida; si bien muchos son los que la suspenden por meses o hasta años, el número de gente que reincide es casi tan alto. Todo esto teniendo en cuenta lo bien conocido que nos es los problemas crónicos que afectan a los fumadores. El caso más triste son los que sufren de la enfermedad de Buerger, varios, tras haber sido sometidos a varias amputaciones que son necesarias por la gangrena causada por el consumo de tabaco, no logran parar su hábito. Sin lugar a dudas la principal razón por la cual esta droga fue asimilada por la sociedad es exactamente por lo adictiva que es.

Desde un punto de vista antropológico, la llegada de los europeos a América estuvo llena de encuentros fascinantes. Uno de ellos fue el ver gente que se paseaba por ahí con unas hojas largas y secas colgadas a la cintura, las cuales prendían en fuego para «beber» el humo que emanaban. Esta curiosa costumbre fue rápidamente adquirida por marineros y misioneros, que se encargaron de introducirla al continente europeo. Como era de esperarse, esta costumbre no estuvo libre de críticas y condenas.

Uno de los primeros en prohibir el consumo de tabaco fue la iglesia. En 1642 le prohibió a los sacerdotes y a los feligreses consumirlo durante los actos religiosos a riesgo de ser excomulgado. Antes de tener que lidear con la creciente insubordinación, en 1725 se decidió revertir la medida. De igual modo, el tabaco fue prohibido en Bavaria en 1652, en Sajonia en 1653 y en Zúrich en 1667 y así sucesivamente por Europa. Rápidamente fueron los mismos nobles los que adquirieron el consumo, y tuvieron la integridad de eliminar su prohibición **. Durante el siglo XVII en Londres el tabaco valía su mismo peso en plata y aún así el consumo se disparó.

Los marineros portugueses no pudiendo abstenerse de consumir, se encargaron de llevar semillas de tabaco que plantaron en todos los continentes. La prohibición de igual forma acompañó a los marineros y a la planta. El sultán del imperio otomano Murad IV se hizo famoso por su inclemencia con los fumadores: los descabezaba, los colgaba y hasta le trituraba las extremidades a sus mismos soldados. Pero todo eso logró poco por apaciguar el consumo. Por la misma época en el Japón, el que denunciaba a un fumador se podía quedar con las pertenencias del denunciado y hasta el cultivo fue prohibido. Después de poco más de treinta años, el consumo de tabaco había llegado a los más altos rangos y hasta acompañaba la ceremonia del té. Cosas similares sucedieron en Rusia durante el gobierno del primer zar de los Romanov. Hasta se dice que fue la prohibición de tabaco en China la que trajo el hábito de fumar opio: la gente para ahorrar tabaco lo combinaba con otras sustancias.

La adicción al tabaco es tan aguda, que hasta ex-heroinómanos la describen como más difícil de acabar que la de la misma heroína. Se sabe de muchos casos de consumidores que son tan reprimidos socialmente en las empresas donde trabajan o en sus hogares, que prefieren continuar su hábito a escondidas y llevar así una doble vida; tal y como se nos describe a los adictos a la heroína que necesitan llevar parte de su vida en la ilegalidad. Se sabe muy bien que muchos nicotinómanos prefieren tener tabaco a comida.

Todo esto dicho, en lugar de insistir en que el acabar con la adicción al cigarrillo es una proeza heroica, en vez de aplastar la dignidad de los que no lo logran, se debería simplemente explicar que uno jamás debería probarlo; de la misma forma como todos sabemos que no deberíamos probar la heroína: el riesgo es inmenso y la adicción esclavizante. Pero por encima de todo, frente a esta información, no debemos predicar su prohibición, ya que esta lanzaría a millones a la ilegalidad, acabaría con su dignidad y poco avance se lograría en reducir el consumo (como la historia lo demuestra). Además, no necesitamos una fuente más de financiación para nuestras mafias.

Notas

* No esta bien el comparar todas las drogas poniéndolas en un mismo grupo. Los efectos, los patrones de consumo, la toxicidad varia muchísimo. Si bien es cierto que la proporción de los que desarrollan adicción entre los que prueban es mayor con el tabaco que con la heroína, el consumo intenso de tabaco difícilmente conlleva a la muerte aunque su consumo crónico es fuente de complicaciones mortales; en cambio el consumo intenso de heroína termina fácilmente en una sobredosis pero su consumo crónico engendra pocas complicaciones de salud.

** [Nota personal del autor] Cosa que no sucede hoy en día. Muchos son los gobernantes y políticos que han aceptado consumir drogas ilegales, que de aplicarse indiscriminadamente la ley que varios de ellos defienden, deberían tener pasado judicial y hasta haber servido un buen tiempo en la cárcel o en el sanatorio, minando así su carrera política. Seguramente la diferencia es que los nobles no tenían que buscar el voto de una mayoría desinformada y temerosa.

Esta entrada esta basada en:

E.M. Brecher y los editores, The Consumers Union Report on Licit and Illicit Drugs, Parte III, Consumer Reports Magazine, 1972.

S. Gabb, Smoking and its Enemies: A Short History of 500 Years of the Use and Prohibition of Tobacco, the Freedom Organisation for the Right to Enjoy Smoking Tobacco, 1990.

Referencias

[1] J.C. Anthony, L.A. Warner, R.C. Kessler, Comparative epidemiology of dependence on tobacco, alcohol, controlled substances, and inhalants: Basic findings from the National Comorbidity Survey, Experimental and Clinical Psychopharmacology 2, pp. 244-268, 1994.

[2] After the War on Drugs: Blueprint for Regulation, Párrafo 4.2.1.i, Transform Drug Policy Foundation (TDPF), 2009.

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