Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

¡Qué incertidumbre!

Desde que tengo memoria nunca habíamos tenido un gobierno tan desenfocado y desconectado de nuestra dolorosa, inequitativa e injusta realidad nacional. Calificativo difícil de obtener dada la larga lista de gobiernos indolentes que hemos tenido en nuestra historia reciente. La pléyade de personajes que a la cabeza del ejecutivo colombiano han cometido todo tipo de atrocidades y abusos cuyos resultados hoy son más evidentes que nunca, ha sido un verdadero lastre para las aspiraciones y sueños del “colombiano promedio”.

Para cerciorarse de la tragedia que padecemos en distintos órdenes de nuestra cotidianidad no es necesario asumir ninguna posición ideológica o política para constatar los hechos que se asoman por doquier. Es suficiente con apoyarse en las mismas cifras oficiales en las que se refleja la indolencia, la desigualdad y el desequilibrio de oportunidades que ha imperado entre nosotros y que sigue tan rampante como si el mundo no se hubiese sacudido de forma tan radical frente a las tragedias que como humanidad hemos tenido que enfrentar.

Las dificultades que vivimos se aprecian en todos los frentes de nuestro acaecer nacional. No hay, o al menos no es evidente a simple vista, algo en lo que no se sienta ese desgobierno que cunde por todos lados. La sensación de desaliento generalizado está acabando con las ilusiones y las esperanzas de tener un futuro más halagüeño.

Sin duda que el peor de los problemas pasa por la pobreza y la miseria que ya ni las cifras oficiales pueden negar. Es tan apabullante el deterioro de las condiciones de vida de amplias capas de la población que son inentendibles las “razones” -casi nunca las dan- por las cuales no hay una “terapia” de choque que enfrente este endémico problema que llevamos arrastrando por más de dos siglos. Más allá de unos discursos carentes de realismo que el gobierno hace retumbar ya sea a través de sus áulicos o de los medios tradicionales de comunicación que lo alaban, las soluciones no llegan por ningún lado. Desde la presidencia, la vicepresidencia y los diferentes ministerios se prefiere mirar para otros lados en búsqueda de fantasmales culpables a quien responsabilizar de sus incoherentes decisiones, creyendo que con ello se alejan del polvorín en que se ha transformado la situación de millones de colombianos.

Después de analizar sus lánguidas ejecutorias, la desolación es aún mayor puesto que las soluciones de fondo que le den salida a este berenjenal en el que andamos metidos no se ven en el corto plazo. Las soluciones contundentes no se avizoran en el horizonte en buena parte porque ellos saben que la población colombiana, como anestesiada, ha permitido históricamente, que los políticos se aprovechen a cambio de unas cuantas migajas que le son repartidas cada vez que las votaciones llegan. Ellos saben lo duro que es para el colombiano despertarse de la pasividad colectiva en la que muchos se acostumbraron a vivir y sacudirse en busca de un futuro más prometedor. El engaño y la amenaza de peligrosos inexistentes los ha marginado de los grandes problemas nacionales y la apatía que ha reinado en sus espíritus les ha opacado el derecho que tienen de vivir decorosamente.

Y ni qué decir de la desconexión que tiene el gobierno que ha demostrado vivir en una burbuja creada por sus asesores más cercanos. Todo indica que, o, sus palaciegos colaboradores construyeron un castillo cuyas murallas no dejan que el presidente baje del Olimpo de su “inteligencia y sabiduría”, o, que su incapacidad es tan grande que con sus actitudes solo busca cubrir sus ineficiencias e insensibilidades sociales. Son tan absurdas e inesperadas las respuestas que del presidente se obtienen -cuando se deja entrevistar por los medios de comunicación cercanos- que pareciera que el resto de los colombianos no tuviésemos capacidad de leer -y de paso sufrir- las dolorosas circunstancias que a diario nos azotan y que como seres pensantes y sensibles no tuviésemos capacidad de darnos cuenta y en consecuencia asumir posturas argumentadas y cargadas de razones. Como si las verdades solo al presidente y a su séquito le pertenecieran y no hubiese, entre los colombianos, profesionales capaces que, sin pertenecer a la “izquierda”, tengan soluciones expeditas y aplicables frente a lo que vivimos. El sectarismo político y caricaturesco del gobierno frente a los “opositores” -todos los que no se tragan sus insulsos razonamientos- es aterrador. No solo reciben los más peligrosos epítetos, sino que son graduados de enemigos, vándalos y amantes del desorden y del caos.

Es, simplemente impresionante lo que vivimos en nuestro país. Y por supuesto que ello produce una gran incertidumbre frente al futuro que les espera a las nuevas generaciones que no ven salida a sus más básicas preocupaciones: vivir con esperanza y dignidad.

 

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