Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Prendas rojas e inequidad social

Más allá de lo inesperado que ha sido el nuevo estado de cosas al que nos hemos tenido que enfrentar por cuenta de la crisis del coronavirus, es innegable que su llegada ha destapado -o al menos las ha evidenciado sin equívocos- la pobreza y la miseria en las que ha estado sumida una buena parte de la población colombiana. Se les agotaron los argumentos a los dirigentes políticos y económicos del país con los que se han ufanado por décadas sobre el supuesto mejoramiento de las condiciones de vida que ha tenido nuestra sociedad en los últimos años. Se les derrumbaron los “indicadores de calidad de vida” con los que apelando a rebuscadas sofisticaciones estadísticas y poderosos eufemismos pudieron enmascarar durante tanto tiempo su “trascendental gestión social a favor de los menos favorecidos”. Se les cayó la máscara con la que lograron cubrir los intereses que soterradamente han defendido siempre: el de los potentados económicos, el de las grandes empresas. Se les desnudó la entrañable atadura que han tenido a los bancos y a las organizaciones multinacionales interesadas en seguir acumulando capital sin importarles nada más que su codicia y su desenfreno monetario.

Los hechos son contundentes. Por más que estos dirigentes han acudido a un lenguaje pleno de metáforas y lugares comunes, ya no son capaces de tapizar la desigualdad y la inequidad que prevalece a lo largo y ancho del país, pero sobre todo no han podido esconder a quiénes defienden y para quiénes trabajan. Las decisiones tomadas por el gobierno -en todos los ámbitos- y los gritos de sus áulicos apoyándolas de manera impúdica, son una muestra más de la insensibilidad que campea en los espíritus de los “dueños del país”. Duele ver el espectáculo que han montado cada día diciendo una cosa y haciendo exactamente la contraria, mientras la pauperización de la vida de inmensas capas de la población es cada vez más palpable. No les ha importado mentir de forma descarada o, incluso, burlarse del dolor ajeno como cuando el presidente hace que un folclórico locutor deportivo cante un “gol contra el Covid19” con sus lastimeros berridos. ¿Acaso los muertos merecen alegrías de ese tamaño? A no ser que el gobierno -como el chileno- piense que los fallecidos son personas recuperadas porque ya no pueden contagiar a nadie ¡Qué cosas!

Sin duda que es esta desvergonzada actitud la que explica el porqué el presidente y sus adláteres no han podido -o, no han querido- ver la inmensa cantidad de prendas rojas que en las ventanas y en las puertas de las casas de los colombianos se exhiben como un grito desesperado de hambre y angustia por no tener con qué seguir viviendo encerrados y alejados de la actividad productiva. Ante esto, ¿de qué forma puede uno llenarse de argumentos para defender las decisiones gubernamentales cuando existe tal nivel de desconexión entre lo que vive el gobierno y la realidad que padecen millones de compatriotas? Es literalmente imposible no darse cuenta.

No solo la desigualdad es monstruosa, la inequidad es aún más bárbara e inhumana. Es absolutamente increíble que quienes toman las decisiones no perciban que la gente -casi el 48% está en la informalidad- no tiene cómo mantenerse a sí misma y a sus familias sin salir a la calle a rebuscar su diario vivir. Lo más triste es que ante este desesperante gesto de angustia, algunos mandatarios locales -la alcaldesa de Bogotá, por ejemplo- prefieran acudir a la represión para obligar a que la gente se encierre, -aunque tenga sus estómagos vacíos-, en vez de cumplir las promesas que, como si estuviera en campaña, hizo al inicio del confinamiento.

Señores del gobierno -presidente ministros, gobernadores, alcaldes-, legisladores y jueces, la gente ha acudido a colgar prendas rojas no como un símbolo de alegría y felicidad, sino como expresión de peligro, de vida. Tampoco lo están haciendo porque quieran manifestar pasión, erotismo o sensualidad, quieren decirnos a todos que se están muriendo, que sus vidas están en peligro. Menos lo hacen porque quieran gritarnos que son revolucionarios, no, solo quieren llamarnos la atención sobre la pobreza y la miseria en la que están sumidos. Las prendas rojas son un clamor descorazonado de vida, de amor por los suyos. No tienen ingresos porque viven del rebusque, pero tampoco puedan salir a buscarlos. O lo que es peor, los han despedido de sus empleos sin que el gobierno tome medidas efectivas contra esta rampante injusticia. ¿Qué más pueden hacer?

Es por ello por lo que ha sido ridícula -por decir lo menos- la petición que hizo la esposa del presidente de izar la bandera como “símbolo de unión”. ¿De qué manera hacerlo cuando solo se tiene hambre? La gente escogió, una prenda roja, como el más claro símbolo de la inequidad social que prevalece en este país, por más que los dirigentes cacaraqueen a los cuatro vientos que todo marcha muy bien y todo está controlado. ¿Cree el gobierno que la angustia de tener hijos con hambre se puede cubrir con emblemas patrioteros como la bandera? ¡Por favor!

Las prendas rojas que habían servido en Colombia para llamar la atención en los paraderos de carretera para que los viajeros se detuvieran a probar sus delicias culinarias, hoy son un clamor de supervivencia y de condolencia, un doloroso grito de angustia, un pavoroso trance de desespero.

¡No más demagogia barata!

 

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