Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Marketing electoral y corrupción electoral

Como lo he manifestado en este espacio de reflexión, el marketing electoral es una expresión del marketing social dirigido a que un candidato participe en una elección popular, sea para acceder a determinado cargo de representación popular, o simplemente para “hacerse contar” y tener “argumentos” para exigirle parte de la tajada burocrática al ganador. Para ello, el interesado -o los interesados- debe preparar un producto electoral en el que confluya: el candidato y sus ejecutorias anteriores, el partido o movimiento que lo respalda y su reconocimiento social y, por supuesto, el programa que, tanto en contenido como en forma y tiempo, sea propuesto al electorado para resolver sus necesidades más apremiantes.

Sin embargo, parece que la “colombianización” del herramental técnico que ha sido exitosamente aplicado en otros mercados electorales, en nuestro país -y en algunos latinoamericanos- nos hemos inventado no un nuevo componente que se haya agregado a la típica tríada del marketing electoral formada por el candidato, el partido y el programa, sino que la hemos sustituido de manera radical y con extraordinarios resultados para quienes fraudulentamente la han adoptado: la corrupción electoral.

Es lamentable descubrir -o ratificar- la forma en cómo el ejercicio de la política ha llegado a niveles tan bajos y decepcionantes por parte de la clase política tradicional y los grupos económicos que se esconden detrás del poder. Este deplorable acto de corrupción ya no solo se hace comprándole el voto al elector en dinero o en especie -tlc: teja, ladrillo y cemento; o, tamal, lechona, cerveza-, sino que existen indicios -y pruebas- que señalan que la corrupción se presenta a lo largo de la cadena institucional que desemboca en el anuncio del candidato ganador. Y, lo más triste, es que se está haciendo con la complicidad de las autoridades encargadas de llevar a cabo el proceso, o en su defecto, de vigilarlo. Para nadie es un secreto lo que nos está pasando. Los testimonios pululan y no se escuchan, las evidentes pruebas lo atestiguan pero se ocultan, los interesados en constatar el fraude parecen ciegos, el órgano encargado de poner orden -el Consejo Nacional Electoral-, está cooptado por los mismos políticos que se “tapan con la misma cobija”, el conteo de los sufragios por parte de la Registraduría es un fracaso, además que no permiten auditar el programa de computador con el que están trabajando, la lentitud de la justicia es apabullante produciendo los escasos fallos condenatorios de destitución cuando el funcionario ya ha gozado de todas las prebendas de su fraudulenta elección.

Es deprimente lo que nos está sucediendo en todos los niveles del sistema político electoral colombiano. Como consecuencia de todo este andamiaje de corrupción, la desesperanza que se respira en el ambiente social y político colombiano produce hastío y sobre todo impotencia frente al inmenso entramado de prácticas de corrupción electoral que parecen no tener fin.

Ante esta grosera forma de robarse la voluntad popular que anhela un cambio por tanta desidia e injusticia acumuladas a lo largo de los años, ¿qué sentido tiene estudiar los postulados del marketing electoral que por ser concebidos para una elección transparente poco o nada impactan al electorado? ¿De qué sirve hacer significativos esfuerzos para estudiar el temperamento político del colombiano y escudriñar en su conciencia para encontrar las necesidades que lo acosan y en consecuencia participar en una contienda electoral en busca del bienestar general, cuando todo se resuelve con montones de dinero que provienen de la misma corrupción que se ha anidado en tantas dependencias del Estado y en tantas empresas interesadas en “desplumar” a los colombianos de los recursos que con creces pagamos a través de los impuestos? ¿De qué vale dedicarse con alma, vida y corazón a elaborar trascendentales propuestas de solución plasmadas en una plataforma social y de cambio, cuando los ríos de plata corren a través de los bolsillos de los corruptos mediante la asignación de licitaciones amañadas con las que a la postre terminan financiando la corrupción que los corroe?

Duele nuestro país en manos de mafias que enquistadas en las diferentes esferas del poder se agarran de pies y manos a los múltiples escalones que el mismo poder político y económico les ofrece y les ha ofrecido a lo largo de nuestra vida republicana. Lastima. ¿Hasta cuándo podremos soportar tanto despropósito y tanto abuso? Ojalá ese momento no se tarde tanto porque el desconsuelo cunde en la conciencia de buena parte de la ciudadanía que ya no soporta más que las decisiones sean tomadas en beneficio de unos pocos -generalmente quienes financian la corrupción- y no de la inmensa mayoría que tan aciagos tiempos está viviendo. El sistema electoral colombiano demanda una profunda reforma que, obviamente, no deberá ser hecha por los mismos políticos porque, muy seguramente, lo harán a su favor y en la defensa de sus propios intereses. Es una tarea inaplazable. Ya no damos más.

 

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