Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Los nuevos mandatarios: otros productos electorales que empiezan a decepcionar

Pareciera que en este complejo y oscilante país estamos condenados a vivir de decepción en decepción y de desesperanza en desesperanza. No ha transcurrido el primer mes del mandato de los nuevos gobernadores y alcaldes -solo para hablar de los candidatos elegidos más visibles- y ya cunde en parte de los pobladores -sobre todo entre sus electores- una sensación de haber sido engañados por quienes hasta hace poco tiempo eran “respetables y serios” aspirantes a ocupar los diferentes cargos de representación popular.

Y lo más triste de esta tragedia a la que parece nos hemos acostumbrado, es que el desencanto más grande viene por el lado de algunos de los llamados “candidatos alternativos” quienes, al igual que los politiqueros de vieja data, tuvieron la osadía -o el descaro- de presentarse ante el potencial electorado como adalides de la renovación de las mañas y los resabios de los politiqueros de siempre. Hay que verlos ahora ya untados de las mieles del poder.

No hay que hacer mucho esfuerzo para comprobarlo. Basta ver la actitud que tienen hoy respecto a la que tuvieron cuando eran tan solo candidatos. Para ganarse el favorecimiento popular -los votos- se presentaron como la caperucita dulce, tierna, humilde y hasta inofensiva. Estaban dispuestos a todo con tal de conquistar al electorado: “escuchaban” a la gente, estaban prestos a aprender del pueblo con el cual gobernarían, se “codeaban” con la gente humilde, caminaban las calles ofreciendo “esta vida y la otra”, ingerían comidas populares, estaban listos a honrar la palabra y a cumplir cada una de sus promesas hechas en foros, programas de radio y televisión, volantes. En fin… eran la solución ideal para todos los problemas que la sociedad colombiana está padeciendo. Eran el producto electoral soñado, que se apetecía “comprar” porque sus promesas, sus actitudes y sus organizaciones eran la suma ideal para encontrar las soluciones que las circunstancias demandaban.

Duele, pero es más doloroso aún verlos ahora cuando por la soberbia con la que comienzan a gobernar no ven -o no quieren ver- la frustración que corre entre la gente que ciegamente los defendió, los impulsó y por supuesto votó por ellos. Perdieron hasta la humildad -y qué tristeza, solo van 30 días de posesionados- para cerciorarse de lo que está sucediendo. El pequeño mundo en el que ahora viven no los deja ver lo tupido del boque. Les bastaría con mirar los mensajes que circulan por las redes sociales o hablar con esa misma gente a la que tanto le prometieron, para constatar que el desengaño se siente por doquier. Dirán ellos -como ya lo empezaron a hacer- que son sus adversarios políticos que “están respirando por la herida” de perdedores que no admiten todavía su derrota y que ya empezaron su persecución. Insulsos argumentos frente a decisiones como las que están sucediendo en Bogotá, por ejemplo, con la reacción del equipo de gobierno frente a las manifestaciones y al paro que en el ambiente nacional sigue palpitando con fuerza. O, cuando se prometió en campaña que no habría Transmilenio por la Avda. 68 y ahora se dice -y parece se va a hacer- exactamente lo contrario. Algo similar sucede con el actual alcalde de Ibagué que, aunque no es ningún candidato alternativo, sufre del mismo mal: ya empezó a decir de forma abierta y desvergonzada que no podrá cumplir el programa de gobierno que prometió porque no le dejaron recursos en las arcas municipales. ¿Y entonces cómo fue que elaboró su plan de gobierno si no conocía las finanzas de la ciudad?

Y si todo esto sacude el alma y los sueños ciudadanos, lo más inaudito es que estos candidatos no tengan la más mínima capacidad de sonrojarse cuando saben que están haciendo todo lo contrario a lo prometido con bombos y platillos. A no ser que el cinismo los domine y a pesar de saber lo que iban a hacer, prometieron lo contrario. Lastima el alma colectiva que jueguen así con las ilusiones de la gente.

Y lo peor de todo esto es que no hay ninguna norma ni ningún mecanismo institucional que los obligue a cumplir con la “promesa de ventas” que le hicieron al elector, como sí sucede cuando un consumidor adquiere un bien o un servicio en el que la ley lo protege y tiene “derecho al pataleo”: exigir que le devuelvan el dinero si está insatisfecho o el producto no funciona como la empresa se lo prometió. Hasta sanciones se han impuesto a empresas que abusan de su poder. Por el contrario, el votante -el ciudadano que ejerce un derecho constitucional- no tiene la posibilidad de devolver el producto porque no cumple lo prometido. La indefensión en la que se encuentra el ciudadano es mayúscula sobre todo que cuando se atreve a organizarse y exigir la revocatoria de algún mandatario que no ha cumplido, por ejemplo, la misma institucionalidad se lo impide o le pone tantos obstáculos que eso es tan solo una quimera social.

¿Hasta cuándo tendremos más productos electorales que no cumplen lo prometido?  O, ¿será que los actuales gobernantes se dan cuenta de su error y rectifican? Ojalá que sí. Aún tienen tiempo.

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