Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

El libro, un producto difícil de mercadear

Quijotesca, por decir lo menos, es la laboriosa tarea que han venido desarrollando tanto las casas editoriales como las librerías para hacer que colombianos y latinoamericanos elevemos nuestro volumen de lectura y en consecuencia mejoremos nuestra capacidad de analizar e interpretar el entorno en el que vivimos. Casi para nadie son un secreto los sensibles beneficios que trae aparejados el hábito de mantenerse en permanente contacto con los textos escritos por otros que, por exponer su propia perspectiva, -posiblemente diferente a la nuestra-, nos enriquecerá de forma sensible y nos ayudará a ampliar el horizonte de nuestra existencia.

Son muchos los autores especializados en métodos y técnicas ideados para estimular la lectura recurriendo a una inmensa variedad de herramientas con las que, de alguna manera, han logrado subir el promedio general de textos leídos. A pesar de ello, los resultados no son tan estimulantes como nos los presentan. Si bien es cierto que las estadísticas presentan una notoria mejoría en los múltiples indicadores utilizados, los colombianos no nos caracterizamos, precisamente, por tener el hábito -ojalá se volviese una costumbre- de leer, tanto como lo soñamos algunos y como lo hacen otras sociedades en el mundo. Somos tan pocos quienes lo hacemos de forma permanente que pareciera ser verdadera la sentencia popular que afirma que los colombianos “no leemos ni el horóscopo”. Es doloroso constatar que existen miles de personas que en años no leen un libro y, en consecuencia, si son padres de familia, tampoco transmiten el hábito a sus hijos, a pesar de exigirles a ellos que lo hagan. Estos padres poco entienden que el aprendizaje más profundo proviene del ejemplo y no de las palabras que por no estar respaldadas con hechos quedan flotando en el aire como la brisa que refresca, pero no espanta el calor de forma definitiva.

Es en el marco de esta triste realidad en la que las organizaciones empresariales vinculadas al sector editorial han tenido que moverse con mucha dificultad haciendo todo tipo de peripecias para vencer cuanto obstáculo se les ha atravesado en el camino. Enfrentarse a un mercado poco o nada interesado en un producto tan rico como el libro no solo es titánico, sino por momentos estéril, -“aran en el desierto”-, sobre todo porque sus resultados no dependen exclusivamente de sus propios esfuerzos, demandan la participación de otros actores sobre los cuales estas organizaciones no tienen control alguno.

Habituarse a leer -todos lo reconocen- es el resultado inmediato de lo inculcado en el seno familiar y reforzado posteriormente en la escuela por los profesores y los programas educativos desarrollados. Es ahí donde se originan las principales barreras puesto que son estos dos agentes de la socialización de una persona los encargados de poner los cimientos de la lectura enmarcados en la estructura normativa de la sociedad. Aquí es donde surgen las dificultades más significativas, dado que ni en la familia se tiene el hábito y tampoco entre muchos profesores que suelen “exigir lo que ellos no dan”. Algo similar sucede con el contenido curricular en los que las lecturas no han sido concebidas para la formación en el “ser” y el “convivir”, sino en el “saber” y el “hacer”. Ésta se ha convertido en una tarea de obligatorio cumplimiento o, lo que es peor, solo se ha transmitido su visión instrumental y casi nunca su lado formativo para la vida. Se piensa más en la lectura para el ejercicio de un oficio y no para el desarrollo de la persona.

Quienes adquieren el hábito de la lectura por fuera de este proceso inicial de aprendizaje lo hacen a través de los contactos que han tenido con cierto circulo de amigos y de algunas instituciones que los inducen a hacerlo. Infortunadamente los lectores que nacen de este proceso no son la mayoría, aunque quienes lo logran lo hacen con mucha pasión al descubrir los beneficios que este hábito trae para su propio proceso de inserción en la sociedad a través de la interacción social y humana que sostiene con sus congéneres.

Y si a este intrincado panorama se agregan los casi nulos esfuerzos que se hacen desde la institucionalidad gubernamental y estatal para lograr que la ciudadanía tenga ya no acceso a la educación sino a los libros, la situación es más compleja aún para librerías y editoriales. Por el contrario, se nota una deliberada intención de desestimular la producción y la venta de libros e impresos. Las evidencias son contundentes. Ya sea vía impuestos o incremento de los insumos, se percibe un denodado interés en los gobiernos en que la ciudadanía no se forme. Hay muchos mecanismos que pudieran delinearse y practicarse desde los gobiernos para hacer que la población se enriquezca de conocimientos, claro, pero ello exige que éstos estén verdaderamente interesados en que la ciudadanía salga del ostracismo intelectual en el que ha estado y ello pone en peligro sus privilegios y los de las clases a las que representan.

No la tienen fácil las editoriales y las librerías, sobre todo las más pequeñas que han tenido que batirse a dentelladas en medio de una jauría que se los quiere devorar. Mercadear sus productos es un gigantesco reto que están enfrentando con convicción, disciplina y entrega por sus lectores. Un aplauso para ellas.

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PD: Ya está disponible el noveno programa en mi canal de YouTube “Marketing y Sociedad”. Ahora hago una reflexión de las posibles consecuencias que tendrá la pandemia del coronavirus en la planeación e implementación del marketing en el inmediato futuro.

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