Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Las tiendas de barrio no desaparecerán

Después de más de 25 años de estar estudiando, analizando y comprendiendo la dinámica y la realidad comercial de las tiendas de barrio, hoy aseguro que su existencia está garantizada. Por más ataques que han recibido, ellas siguen ahí y lo más seguro es que seguirán estando ahí, en la mitad de la vida del vecindario, en plena relación con clientes -amigos y vecinos-, no solo cumpliendo su labor económica de enlace entre empresas productoras y consumidores, sino y principalmente, como una institución social donde converge parte de la vida del barrio.

Los ataques que históricamente han recibido -desde la época colonial cuando se denominaban pulperías hasta el presente-, han fracasado en el deliberado intento de desaparecerlas del escenario de la distribución de los productos de consumo popular. Una investigación histórica que nos ha llevado a recorrer su difícil trasegar desde finales del siglo XIX hasta el presente, nos ha mostrado tanto la esencia de lo que han sido, lo que son y lo que serán, así como el enraizamiento que han demostrado tener en la cotidianidad de los ciudadanos. Ellas hacen parte del inventario nacional de nuestra propia identidad.

Es innegable. La institucionalidad pública o privada las ha perseguido recurriendo a diferentes mecanismos que han fracasado de forma estruendosa. No solo las grandes empresas multinacionales de la distribución al detal han desplegado toda su artillería para arrasarlas, sino que los diferentes gobiernos nacionales lo han intentado de manera abierta -o encubierta-.

Algunos gobernantes no solo les han declarado una guerra sin cuartel de forma directa, sino que han apelado a la fuerza del Estado para perseguirlas de múltiples maneras, algunas soterradas. La creación de “oficinas de pesos y medidas” y la instalación de estructuras de intermediación -como el Instituto de Mercadeo Agropecuario, Idema– con la deliberada decisión de ir desplazando el rol que ellas han jugado, son algunos ejemplos. También lo son, el intento de “normalizar” su actividad a través de la creación de “monotributos”, de restringirles la venta de ciertos productos -como la cerveza- o, de fijarles inflexibles horarios de atención.

De igual manera, las tiendas de barrio han tenido que hacer frente a las estrategias y a los inmensos recursos de las grandes empresas de distribución al detal -algunas de origen nacional-. Esta última arremetida empezó con la llegada de Sears a Colombia -a mediados de los años 50 del siglo anterior-, prosiguió con el arribo al mercado nacional de las grandes superficies en los años 90 -la mayoría de capital extranjero- y, más recientemente, con la invasión de formatos de bajo precio -D1, Justo & Bueno, Ara-.

Ninguna estrategia les ha funcionado.

Ante estos deliberados y a veces arteros ataques, la pregunta que algunos expertos se hacen es: ¿por qué las tiendas de barrio no se han desaparecido como en algunos países similares al nuestro? Las investigaciones que hemos hecho con consumidores, tenderos y proveedores, nos dan pistas de lo que ha pasado. Las tiendas de barrio no pueden ser analizadas desde una perspectiva exclusivamente económica -como suelen hacerlo los “gurús” de la distribución tradicional-, sino que es necesario concentrarse en el rol social y cultural que ellas cumplen de acuerdo con la clase social donde están ubicadas.

En los estratos altos, su función es complementaria: sirven para reponer los productos agotados de las compras hechas semanal, quincenal o mensualmente y recurren a prestar un eficiente servicio a domicilio. En los estratos medios y bajos -que conforman casi el 89% de la población colombiana- su relación es diaria: los consumidores las visitan en promedio 6 veces cada día. Esta relación les ha dado una particular proximidad que les ha permitido estar cerca de la realidad de cada vecino. El tendero no es un comerciante, es un vecino, hace parte del tejido social del vecindario; es el compadre, el amigo, el que representa a la comunidad, el que ayuda a financiar los equipos deportivos, el que facilita la vida a través del crédito -fiao- y, sobre todo una gran fuente de información.

Como puede verse, las tiendas de barrio llegaron a nuestras existencias varios siglos atrás para quedarse entre nosotros y reproducirse a sí mismas. Por más que las economías y las sociedades se han modernizado, ellas siguen ahí, y de acuerdo con los hallazgos, se mantendrán vivas e inspiradoras del peso que tiene la tradición en la vida de las sociedades contemporáneas. Cada colombiano las necesita. No hay duda.

 

 

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