En medio de la expectativa que pone ansiosos a muchos colombianos y enfrenta a muchos más en la lucha por el acceso al poder del candidato de sus preferencias -o intereses- y el miedo y la impotencia que generará la derrota para los perdedores, hemos pasado por alto el inocultable papel de las empresas encuestadoras que siguen midiendo la intención de voto y pronosticando los resultados electorales a lo largo y ancho de todo el país.
Son absolutamente increíbles los protuberantes desaciertos -hasta intencionales- que siguen cometiendo estos “especialistas” en predecir comportamientos futuros de los votantes quienes, como nunca, dejan meter en la desazón del odio y el resentimiento acumulado por siglos. Siguen apareciendo de la “noche a la mañana” cifras que, por parecer tan contundentes, son como de ciencia ficción. Históricamente, -y ésta no es la excepción- en la mayoría de las mediciones las pifias han sido del tamaño de un volcán, absolutamente trocadas en muchos casos y completamente distorsionadas en otros. Pero es aún más incomprensible la actitud que estos “científicos sociales” han asumido en medio de sus protervos intereses electorales manipulando no solo los sueños y las esperanzas de la mayoría de la población, sino y sobre todo, buscando incidir de manera descarada en el sentimiento nacional que vive en medio de las más difíciles condiciones económicas, sociales y políticas de las que se tenga registro reciente en nuestra maltratada historia. Argumentar, sin sonrojarse, por ejemplo, que, aunque no acierten en las cifras que con mucha seguridad presentan a todos los colombianos a través de los grandes medios de comunicación sí están detectando la “tendencia”, produce no solo desconsuelo sino y sobre todo, desconfianza tanto en el método como en la verdadera utilidad de estos ejercicios que parecieron de adivinación y quiromancia y no de un trabajo serio y profesional.
Es inadmisible, por ejemplo, que siga haciendo carrera entre muchos comentaristas y columnistas frases condicionales e hipotéticas -“si las elecciones fueran mañana”- como si éstas fuesen correctas y de indudable precisión, por más que intenten enmascarar sus ocultas intenciones. Esta descarada forma con la que se presentan los resultados no son más que “refinados” mecanismos utilizados para cubrir su verdadera maledicencia que solo puede ser descubierta por los conocedores de los vericuetos de la estadística y el manejo matemático de los datos que por estar acompañados por una verborrea técnica sirve para “descrestar calentanos” e incidir abiertamente sobre el temperamento político de los ciudadanos.
Y esta situación empeora cuando se les increpa por sus constantes desaciertos. Como ha sucedido en la mayor parte de las elecciones de los recientes veinte años, estos “científicos de cafetín” salen a defenderse con excusas tan insulsas que rayan en el más retorcido de los absurdos. La más socorrida de ellas es la de endilgarle sus desaciertos a la estadística mostrándola -ahí sí- como un ejercicio de pronóstico futuro incierto y probabilístico, lo cual, obviamente, no hacen de manera categórica cuando elaboran sus “tendencias”. Ante este innegable hecho, surgen muchos interrogantes: ¿Si así se comporta la estadística entonces para que se utiliza? ¿No se supone que siempre se debe acertar sobre todo en estos casos en los que o se gana o se pierde y nada más? O si no entonces ¿para qué se contrata un estudio? ¿Para ver si de pronto los investigadores corren con suerte y aciertan? ¿Y que tal que no lo logren? Por más que se le insista, no aparecen respuestas convincentes que al menos justifique seguir recurriendo a estas empresas que cada vez se “equivocan” más. O, ¿es que ya se nos olvidó su total fracaso en las más recientes elecciones al congreso nacional donde no le atinaron a prácticamente nada? Ni en el número de votantes y menos aún en la estructura política del Senado de la República o en el de la Cámara de Representantes. Este sinsabor se hace aún más insoportable por cuanto ni siquiera ellas reciben una sanción social, y ni qué decir de las implicaciones legales que sus actos han tenido de acuerdo con el ordenamiento jurídico del país. Ahí siguen, pletóricos de arrogancia y contribuyendo a la manipulación de la opinión pública nacional.
Con su displicente actitud estos “magos” de la estadística parecieran no darse cuenta de la trascendencia que sus “equivocaciones” tienen, sobre todo porque al amparo de sus “verdades” –afirmadas sin titubeos- las ilusiones de muchos de los participantes se van al traste, dado que estos encuestadores están incidiendo mucho en que los “menos conocidos” sean cada vez más desconocidos. Todos hemos constatado cómo aquellos candidatos “no favoritos” –por las encuestas, por supuesto-, son marginados de los grandes “debates” a los que no son convocados a exponer sus ideas pues este “ejercicio democrático” solo es para los “punteros” quienes por ello son los únicos que tienen derecho a hablar y los ciudadanos a escuchar.
Muchos son los interrogantes que flotan en el ambiente nacional en búsqueda de las verdaderas razones de tan constantes fiascos. He aquí algunos:
- ¿Existe la decisión expresa y maquinada por parte de los encuestadores para torcer a la brava las preferencias electorales?
- ¿Se quiere inducir el comportamiento futuro del mercado electoral?
- ¿Se pretende darles vida a ciertos candidatos que poco o nada tienen para ofrecer?
- ¿Se están cobrando favores por adelantado pensando en la feria de contratos que emergen de la mayoría de las instituciones públicas en las que los “amigos” de campaña acceden a las distintas instancias del poder?
- ¿Predomina en muchas de estas encuestadoras los particulares inclinaciones e intereses ideológicos y políticos de sus socios o propietarios?
- ¿Qué pretenden los medios de comunicación que las contratan?
- ¿Se están manipulando los aspectos claves de la técnica asociados a la selección de las muestras y su representatividad en cuanto a estructura y localización política conveniente?
- ¿Acaso creen que recurriendo a las encuestas telefónicas –como lo siguen haciendo- es posible cubrir toda la población colombiana en edad de votar?
El panorama no es nada claro; por el contrario, es cada vez más confuso y oscuro.
Independiente de la multiplicidad de respuestas que se pudiesen obtener para los comicios que se aproximan, lo cierto es que el ejercicio profesional de estas empresas ha sido desastroso. Los errores son de todo tipo y ello amerita una próxima reflexión. Ante ello, las encuestas electorales –y de paso las que miden la opinión de la sociedad- como método de predicción del comportamiento futuro de los potenciales votantes han quedado heridas de muerte demostrando no tener tanta confiabilidad como se les ha pretendido dar y con las cuales, incluso, se ha venido gobernando. Está demostrado que ellas no alcanzan a captar las genuinas decisiones que un ciudadano toma en la soledad del cubículo electoral cuando se enfrenta al secreto acto de votar alejado de las indebidas presiones que se tejen a su alrededor sobre todo porque cuando a ellos se les encuesta se le plantean situaciones hipotéticas con las que les inducen las respuestas de variadas formas. Y, por supuesto, no puede descartarse de este hecho social los elevados índices de corrupción zurcidos a través de diferentes mecanismos que quebrantan la voluntad del elector, sea amenazándolo o comprándole su conciencia, o, lo que es peor, sembrándole miedo en su espíritu que frágil y temeroso se sigue moviendo incidido por las más primaria de las emociones humanas: el miedo.
Estas organizaciones han perdido de vista que la encuesta solo puede captar el 7% de la comunicación humana –el restante 93% es no verbal- y que la complejidad de la real intención del elector solo puede aproximarse recurriendo a métodos que lo pongan en escenarios más naturales y posibles. Revisar la historia de las elecciones anteriores e incluir y crear modelos predictivos con variables que incluyan las circunstancias actuales que se viven, son indicadores más precisos con los que en otras latitudes del planeta ha podido tenerse mayor certeza en la conducta de los electores.
Tampoco se escapan de este sombrío espectáculo el papel jugado por los grandes medios de comunicación masiva. Ellos han aprendido a través de sus “informes especiales”, de sus “sesudos análisis” o, de la presentación gráfica de los resultados, tomar posición ideológica y política “interpretando” de manera conveniente las cifras que arrojan las encuestas ya viciadas. Se ha llegado a tal punto de cinismo informativo que han sido capaces de recurrir a portadas manipuladoras de los resultados, o, incluso, de distorsionar las gráficas de tal manera que, aunque su candidato preferido vaya perdiendo en las encuestas aparezca como ganador. Todo parece indicar que sus editores han leído y estudiado con detenimiento el viejo libro publicado en 1954 por Darrell Huff: “Cómo mentir con estadísticas”.
Ante tamaño descalabro de lo que sucede y que se ha querido minimizar vale la pena preguntarse: ¿Hasta cuándo seguiremos admitiendo que las encuestas sigan definiendo nuestro futuro sobre todo en estos tiempos en los cuales se toman trascendentales decisiones para la vida institucional y política del país? ¿Los medios seguirán torciendo las respuestas de los consultados de forma tan desvergonzada? Las dudas están sembradas y seguramente la cosecha también lo estará. Ojalá que algún día podamos elegir a nuestros representantes sin estas maromas estadísticas que tan solo favorecen a quienes más tienen recursos para financiar estos ejercicios de predicción electoral.
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Dagoberto Páramo Morales
PhD en Ciencias Sociales y Económicas, Universidad de Ginebra -Suiza-. Investigador, consultor, profesor en diferentes universidades colombianas e internacionales. Escritor de más de 30 libros de marketing, administración y literatura. Creador del Etnomarketing, la dimesnión cultural del marketing. Experto en micro y pequeñas empresas.