Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Imagen y marketing político

Como lo dije hace unas semanas en este mismo espacio, el marketing político lo conciben y lo practican los partidos y las organizaciones políticas y el gobierno que a través del marketing electoral han accedido al poder. Una vez instalados en los cargos para los que fueron elegidos, la primera tarea de los favorecidos por la votación popular es darle forma a las promesas hechas en campaña, sin dilación alguna y sin estarse justificando de todo aquello que sienten que no pueden cumplir. En esto se debe ser tan exigente que si es necesario, se debe dejar el cargo alcanzado como lo hiciera recientemente el primer ministro finlandés Juha Sipilä, quien renunció con todo su gabinete por una única razón: no podía cumplir lo prometido en campaña. Claro, eso en nuestras tierras nunca sucederá y quien se atreva será tildado de loco.

Es en este ejercicio del poder que el gobierno colombiano viene fracasando de manera estruendosa. Su actuar ha venido deteriorando la imagen de renovación y esperanza de un futuro mejor que se vendió en campaña con el concurso de buena parte de los medios de comunicación masiva y de los más conspicuos representantes del llamado establecimiento: empresarios, personajes públicos, periodistas. Es innegable pero el sentimiento de rechazo al actuar gubernamental es generalizado. Y esto se refleja en tres hechos que por más que los áulicos gubernamentales quieran ignorar, las evidencias los golpea de forma aleccionadora: 1) las recientes elecciones en las que el partido de gobierno retrocedió ostensiblemente, 2) las sensaciones ciudadanas reflejadas en las encuestas en las que el presidente tiene un alto nivel de desfavorabilidad -70%- así como Alvaro Uribe -su mentor político-, y, 3) el indetenible río humano que cada día se expresa en las manifestaciones que a lo largo y ancho del país se vienen desarrollando.

Para los asesores del primer mandatario les puede parecer “normal” que un presidente se aleje de todo ese ruido que tal vez lo atormenta a diario, lo cual es grave, pero son más graves las consecuencias de esa “política de avestruz” que desde Palacio se viene practicando: él sigue sin darse cuenta de lo que pasa, o, al menos eso es lo que puede leerse de sus continuas salidas en falso. Los palos de ciego que está dando no tienen nombre. Mientras se le pide dialogar sobre temas cruciales -algunos incluidos en sus promesas de campaña-, su primera reacción es no escuchar el clamor popular, después acepta una “conversación nacional” bajo sus parámetros y condiciones para que, finalmente, intente detener una marcha “disponiendose” a “dialogar”. Y lo peor, mientras afirma su deseo de dialogar con los representantes del paro nacional, con sus actos borra toda su palabrería, haciendo exactamente lo contrario de lo que se le está pidiendo. Un ejemplo es suficiente para ver esta notoria incoherencia: mientras se le pide que no se apruebe la reforma tributaria, el presidente concierta con Cambio Radical para encontrar los votos con los cuales aprobarla en el congreso. La conducta del presidente es absolutamente increíble: ni los grandes escritores que han relatado historias presidenciales se alcanzaron a imaginar lo que está sucediendo.

Y para ayudar a emborronar la deteriorada imagen presidencial, sus copartidarios y amigos políticos impulsan reformas que exacerban el sentimiento popular. La imagen que no es otra cosa más que el reflejo de lo que se vive y de lo que se hace, se está llevando por delante todo lo construido a lo largo de los años. La desconfianza en las instituciones es ya preocupante. Y el congreso tampoco ayuda: sigue siendo un nido de insensibles que llaman a hablar con el “pueblo”, mientras a sus espaldas aprueban las leyes más retardarias y que más le duelen a la población. Todo en contravía del fervor popular.

Estas desesperantes circunstancias han generado un ambiente de zozobra que nunca se había vivido en el país en el pasado reciente. La ira y la frustración que se siente en las calles son indescifrables. Una especie de tsunamí popular se gesta en medio del desconsuelo y la desesperanza. Basta salir y hablar no solo con quienes protestan, sino con quienes pasivamente se expresan a favor del paro nacional. Nadie se sabe qué hacer ante tanta sordera gubernamental que en lugar de sentarse a escuchar a quienes reclaman, se apoya en sus escuderos para desprestigiar ya sea a una víctima asesinada por un policía, o al conjunto del paro, diciendo que cada día el número de personas que salen a protestar es menor.

¿Tanta estulticia de dónde viene? ¿Seguirán pensando estos dirigentes que sus gobernados somos habitantes de mediados del siglo pasado? ¿Se darán cuenta que están sembrando tempestades? ¿Serán conscientes del mal que le están haciendo al conjunto de la sociedad y de paso a ellos mismos? ¿Se cerciorarán que esta imagen negativa los perseguirá por siempre y les hará daño a lo que más le temen: perder el poder?

Nunca antes una imagen tan negativa era tan fiel reflejo de una realidad que circunda a los partidos, a los movimientos políticos, al gobierno y a las instituciones. ¿Hasta dónde pensarán llegar?

 

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