Más allá de los escasos contenidos programáticos e ideológicos que han caracterizado la actual disputa electoral donde la mayoría de partidos y movimientos se pelean palmo a palmo el favor de los electores, a las encuestas se les ha asignado un privilegio jamás antes visto. En cada casa política parece imponerse la ya tradicional frase “quien encuesta elige”. Ahora las encuestas hacen parte del paquete obligado de estrategias y actividades impulsadas desde el seno de las distintas organizaciones electorales. Ya no solo miden el nivel de conocimiento de cada participante, ahora conducen buena parte del esfuerzo por llegar victoriosos a la meta final. Ya no es extraño ver en el rostro de los “especialistas” de la política de cada grupo cercano al candidato, su sensible preocupación por implementar estrategias que aumenten, lo más rápidamente posible, el porcentaje de “aceptación” en un mercado cada vez más apático y esquivo.
Sin embargo e independiente de los intereses asociados a cada campaña y a cada candidato, se impone una cuidadosa reflexión, así sea parcial, sobre el verdadero significado que este instrumento de medición tiene en las preferencias electorales y que hemos señalado en diferentes ocasiones y en diversos foros.
En primer lugar, aún no se ha comprendido que la encuesta, como método de recopilación de información, es sencillamente un instrumento que mide lo que cada investigador quiere medir en un momento histórico determinado. Jamás se va a encontrar nada más allá de las opciones que a cada entrevistado se le ofrecen en el menú de las alternativas disponibles. Los principales problemas que nos aquejan, por ejemplo, son tan ampliamente conocidos, que la función de las encuestas se reduce a ratificarlos en una especie de confort psicológico respaldado por cierto porcentaje detectado. Y esto no tiene nada que ver con la honestidad o deshonestidad de quien las concibe y las aplica, simplemente es la naturaleza científica del método visto desde lo social y lo humano.
En segundo lugar, al ser aplicado al “público” en “general” susceptible de votar –mayores de 18 años- sin identificar plenamente los segmentos de mercado involucrados –fieles, abstencionistas, indiferentes, indecisos, oscilantes-, es claro que aquellos candidatos quienes más hayan tenido contacto con la comunidad se vean favorecidos por la intención de voto. Ello explica en parte la existencia de “buenos” candidatos que jamás aparezcan como opciones viables, dado el grado de desconocimiento que a nivel general se tiene de su personalidad, sus ideas, sus programas o el movimiento o partido en el cual milita. Situación que se agrava aún más cuando buena parte de las encuestas es aplicada vía telefónica -o peor, combinada con encuentros personales- desconociendo la actual deficiencia que de este servicio público vital se tiene en Colombia.
En tercer lugar, al indagarse de forma prioritaria por la intención de voto colocando al encuestado en una situación artificial, solo se logran respuestas impulsivas y de “recordación” más que de “contenido” respecto a los planteamientos formulados por cada candidato para la solución de la problemática que aqueja a cada comunidad. Los efectos de esta perversa práctica son devastadores, puesto que es a partir de los resultados de estos “sondeos” como se llevan a cabo diferentes foros de “grandes debates” donde solo los “punteros” tienen derecho a participar.
En cuarto lugar, tenemos que reconocer, así nos cueste, que las encuestas sí tienen un significativo impacto en las decisiones de voto el día de la jornada electoral. A ninguno nos gusta perder y por ello preferimos darle nuestro voto a quien de antemano sabemos va a ser el ganador, sobre todo en un país donde la conciencia y la educación política son apenas un símbolo más de nuestra falta de coherencia social. Efectos que será motivo de una futura reflexión
¿Hasta dónde, entonces, cabría preguntarse, deberíamos seguir admitiendo las encuestas como mecanismo de predicción y pronóstico electoral, cuando ellas son finalmente las que además de guiar el accionar de los candidatos terminan “quitando” y “poniendo” funcionarios públicos, así éstos no tengan, como producto político, la más mínima responsabilidad social ante sus consumidores de quien solo se acuerdan cada vez que demandan la repetición de su acto de compra?
Aunque puedan servir las encuestas para medir el “pulso de la opinión”, hay que tener cuidado con ellas. La facilidad de su manipulación impide aceptar que esa es la realidad de lo que pasará el día de las elecciones. Existen muchos otros factores que determinan el ganador, incluyendo las manidas prácticas corruptas que todos conocemos.
Ya está disponible el nuevo video en mi canal de YouTube “Marketing y Sociedad”: Soberanía del consumidor”. En este programa hacemos una reflexión inicial sobre la verdadera connotación de la tradicionalmente conocida «soberanía del consumidor», así como sobre la libertad y voluntad de decisión que debe tener el consumidor para escoger la mejor opción que se le ofrezca en el mercado.
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