¿Cuándo será el día en el que los colombianos aprenderemos a distinguir entre una promesa sensata dirigida a resolver nuestros problemas de fondo y otra en la que se recurre al miedo como estrategia? Es inaudito lo que está sucediendo en las campañas electorales de los de siempre cuando de esgrimir “persuasivos” argumentos para ”seducir” a los esquivos y desconfiados votantes se trata.
¿Dónde estarán esos “estrategas” de marketing electoral -que no marketing político- que por no ser capaces de encontrar propuestas que respondan a las necesidades de la gente, se empeñan en manipular las emociones de sus electores a punta de sustos?
¿Dónde están esos “sesudos” expertos que por no ser capaces de estructurar un discurso con el que convenzan a la gran mayoría de los electores cansada de las promesas vacías, prefieren recurrir a la guerra sucia y a la amenaza de futuros que ellos mismos califican de catastróficos?
¿Dónde están esos “prohombres” que prefieren estimular esa “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” (RAE) que es el miedo? ¿Dónde? ¿Acaso todos ellos se encuentran agazapados tras sus ambiciosas y desmedidas ganas de seguir pelechando el erario en beneficio propio y el de su círculo inmediato de amigos y compinches? ¿O prefieren continuar ocultos tras las bambalinas que los protegen de la condena social y los sumen en el anonimato que les proporcionan los mismos candidatos ensoberbecidos del poder que les proporciona el mismo sistema corrupto y resquebrajado por tanta inequidad acumulada?
Es innegable. Las evidencias están a la orden del día. Sigue siendo macondiana la demonización que se continúa haciendo desde hace décadas -siglos- en busca de socavar aún más las esperanzas de una población que ya no soporta tanta pobreza, desigualdad y rampante corrupción. Es inocultable. Las campañas de los políticos de siempre están cargadas de amenazas, de sustos, de angustias que se dejan caer sobre la conciencia de los ciudadanos, llenándolos de zozobras, metiéndoles miedo. Según ellos, a todo hay que tenerle pánico si no se escoge su opción dizque para cambiar lo que ellos mismos han venido destruyendo de manera sistemática al defender sus propios intereses. Para ello apelan al temor, al terror, al pavor, al horror, al asombro, al desasosiego.
¿Por qué no pueden desarrollar contenidos estratégicos y plataformas programáticas que además de reflejar los precisos diagnósticos elaborados, establezcan la forma, los tiempos y los recursos para resolver los problemas?
¿Por qué asuntos de mucha mayor envergadura, como la pobreza y la crónica desigualdad que padecemos, apenas sí son mencionados, sabiendo, como todos lo sabemos, que ellos son partes claves de nuestras debilidades estructurales? ¿O es que no se han dado cuenta que somos el país de mayor nivel de desigualdad de toda la región? Nuestra expandida pobreza nos está matando.
¿Por qué esas campañas no nos dicen de qué manera se va a resolver, de raíz eso sí, la turbación generalizada que se siente en todas las zonas urbanas y rurales del país? No son los “enemigos” externos los que nos amenazan, son nuestras propias inequidades las que nos tienen arrinconados, sumidos en un laberinto del que cual no parece que podamos salir de forma fácil. El “coco” no es solo esta endémica violencia también estimulada desde las altas esferas del poder que nos desangra por doquier, es, sobre todo, este insostenible grado de corrupción que se respira por cada poro oficial y que apenas empieza a destaparse.
¿Por qué los mismos de siempre lo continúan haciendo? ¿Por qué querer llenarnos de miedo, más del que cargamos en cada esquina? ¿Será que ninguno de ellos está interesado en hacer que nuestro país crezca en paz, con un futuro prometedor? O lo que es peor, ¿será que están más preocupados por seguir manteniendo a la población en ese enorme globo de esperanza en el que nos quisieron meter en los últimos años? Increíble. Ojalá el tiempo reverdezca para el bienestar colectivo y que el día de las elecciones los votantes no prefieran una dádiva momentánea a cambo de un periodo más de miseria y mal gobierno. Ojalá los colombianos podamos pensar más allá de los abrazos que los de siempre prodigan el día de las votaciones y que casi inmediatamente convierten en indiferencia y maltrato. Ojalá.
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