Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Colombia, no es un producto estandarizado

Se equivocan quienes de manera ingenua, malintencionada o ignorante piensan que Colombia es un único producto y como tal debe ser percibido de igual forma en todos los mercados en el mundo. Ello evidencia un absoluto desprecio o un claro desconocimiento de los postulados básicos del mercadeo en el que las imágenes juegan un papel relevante. En la definición y en la implementación de las distintas estrategias y programas de marketing, vale más la percepción de la realidad que la realidad misma. Veamos nuestro caso.

Si bien es cierto Colombia está ubicada en un territorio y vive unas circunstancias que a todos nos pertenecen, es innegable la multiplicidad de percepciones que tenemos de nosotros mismos así como las que el mundo tiene de nosotros. Sería miope negar que son varias las “Colombias” que se mezclan en el amplio espectro de los disímiles segmentos de mercado que pretenden consumir nuestra marca país. Querer negar esta realidad bajo el absurdo unanimismo que se nos quiere imponer no solo es atrevido sino irresponsable.

Para nadie es un secreto las notables diferencias que existen en la Colombia que reposa en las mentes de algunos altos ejecutivos y funcionarios gubernamentales y aquellas otras “Colombias” asociadas a los diferentes grupos que en el interior de nuestra nacionalidad se mueven con dinamismo propio. Son tan notables los abismos que separan unas y otras imágenes que intentar mercadearlas bajo una misma perspectiva no solo es un gran desenfoque estratégico, sino que lleva a que se cometan crasos errores como cuando algunos políticos cacarean la manida frase con la que pretenden ocultar sus oscuros intereses personales: “todo es por el interés superior de la patria”.

Una es la Colombia de las estadísticas y las cifras gubernamentales que se empeñan en mostrar al país como el que soñara “Alicia en el país de las maravillas” y, otra muy distinta, la de los disímiles grupos sociales que en el interior de nuestra nacionalidad se mueven al calor de sus propias motivaciones. Una es la Colombia de los empresarios favorecidos por las políticas gubernamentales y otra es la de los desempleados y subempleados que deambulan campos y ciudades en busca de una luz que les ilumine la oscuridad en la que viven junto con sus familias. Una es la Colombia de los partidos y movimientos políticos que hacen parte del gobierno de turno y otra, muy distinta, la que desde orillas ideológicas y políticas opuestas defiende la verdadera oposición, con ahínco y convicción. Una es la Colombia percibida por los gobiernos extranjeros y otra es la que visualiza la mayoría de los grupos sociales que residen más allá de nuestras fronteras. Una es la Colombia que nuestros presidentes se han empecinado en hacernos creer y otra la que tenemos quienes vemos al país sumido en una de las más grandes crisis de nuestra historia reciente. Una es la Colombia de los grupos al margen de la ley y su negro historial y otra la que viven los miles de víctimas que han sufrido sus desafueros y sus humillaciones. Una es la Colombia que muestra los incesantes índices de violencia social sistemáticamente ignorados por el gobierno pero que preocupa a otros ciudadanos del mundo y, otra muy distinta, la percibida por las organizaciones defensoras de los derechos humanos que no nos deja muy bien parados ante los ojos de la comunidad internacional.

Es claro y contundente: Colombia como producto territorial es un país de grandes e irrefutables contrastes que se reflejan en las diferentes y contradictorias imágenes que de nosotros se tiene en el mundo. Nuestro país no es uno solo y por tanto no es un producto homogéneo que se pueda mercadear con unos únicos argumentos. Nuestra realidad es mucho más compleja y diversa de lo que de nosotros se ha pretendido comunicar.

La equivocación ha estado tanto en tratar de hacerle creer al mundo que la única verdad sobre el país reside en el discurso gubernamental, como en la agresiva condena que se hace de quienes desde diferentes tribunas públicas o privadas nos atrevemos a disentir. Somos un país de matices, de gradaciones, de contrastes, étnicamente diversos, geográficamente dispersos, económicamente desiguales.

Aún no hemos aprendido que quienes ostentan el poder político en las diferentes instancias democráticas no son los pontífices de la verdad. No es cierto que la única imagen que se deba promover como producto sea la que desde las altas esferas del poder se concibe y se difunde, no importa que por momentos queramos renegar de nuestra humana capacidad de pensar y discernir frente a nuestra particular y excitante realidad. Muchos colombianos no somos simples espectadores de nuestro diario acontecer; todavía ejercemos nuestro sagrado derecho a expresar libremente nuestras profundas convicciones, afortunadamente. A no ser que ya ni eso sea posible.

 

 

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