Una de las cosas positivas -aunque no lo sea para muchos- que esta crisis de salud y de vida que por “culpa” de un microscópico virus ha emergido con fuerza, es una dura realidad que durante muchos siglos los gobernantes del mundo se negaron sistemáticamente a ver en sus justas proporciones. De una parte, ha podido apreciarse una muestra de nuestras más ocultas pasiones -sembradas en nuestra propia concepción del mundo-, y por la otra, se han hecho visibles los más dramáticos niveles de desigualdad e inequidad en los que hemos estado sumergidos en épocas recientes.
Hay que ver no solo la lentitud con la que los gobiernos han reaccionado por estar poniendo los intereses económicos de sus sistemas políticos -y el de sus patrocinadores- por encima de la salud y de la vida, sino el absurdo de las decisiones tomadas reiterando el más escandaloso desconocimiento de la realidad que viven los ciudadanos de las naciones que dicen gobernar. Es increíble lo desalmado -y hasta cínico- de lo que han hecho. No solo se han negado a “cortar” la fuente de ingreso del virus -no han cerrado los aeropuertos a tiempo, por ejemplo-, sino que cuando lo han hecho, lo hacen con tantas excepciones que tales medidas han resultado prácticamente inútiles. Peores han sido las medidas de confinamiento tomadas que, ni conculcan la realidad que viven los diversos grupos sociales que se baten por sobrevivir, y menos aún, han sido capaces de “darse cuenta” que la mayor parte de sus gobernados no tienen contratos laborales que les aseguren sus ingresos para poderse mantener vivos durante los diferentes periodos de cuarentena. Es apabullante. ¿Acaso no saben o no se quieren enterar- que la informalidad y el “rebusque” diario lo tiene que hacer casi el 50% de la población? ¿Será que con repetir como loros que la gente debe “quedarse en casa” -e izar la bandera- es suficiente para que la gente sobreviva al lado de sus familias? ¿Creerán que con el raquítico monto de “ayudas económicas” que están otorgando se logrará que los pobladores se alejen de las calles y con ello se reduzca el inminente peligro que tienen de contagiarse?
Y todo ello por mantener los privilegios de quienes siempre lo han tenido todo y no están dispuestos a ponerlo en riesgo, aun después de su propia muerte. Con el agravante que, como en “río revuelto”, los más pudientes se están aprovechando de la angustia y de la debilidad de la mayoría de la población. La codicia -ese desmedido amor por la riqueza- traducido no solo en “aprovechar la papaya” de la coyuntura para elevar de manera exorbitada el precio de los alimentos básicos -o bajar el nivel de servicio al cliente-, sino en seguir explotando a sus trabajadores obligándolos ya sea a seguir trabajando como si nada pasara, o, lo que es más ruin: despedirlos u obligarlos a renunciar en “beneficio de la compañía”. ¿Habrase visto tamaño abuso de posición dominante en la escala económica y social de unos empresarios que piensan que van a disfrutar 10 o 20 vidas más? ¿Qué deseos insanos de seguir acumulando riqueza por y para siempre, aunque para ello deban atropellar la dignidad humana de quienes con su trabajo han contribuido al crecimiento de su propia riqueza? ¡Qué pocos han sido los empresarios que han mostrado su lado verdaderamente humano!
Estas deplorables arbitrariedades han destapado, de manera innegable, la pobreza y la miseria que campea por doquier. Mientras la pobreza está asociada a la no disponibilidad de los bienes y los servicios con los cuales cubrir las necesidades físicas y psicológicas -alimentación, vivienda, educación, salud, agua potable, electricidad-, la miseria, conocida en algunos casos como pobreza extrema, es el estado de vida en el cual la pobreza se eleva a niveles tan insoportables que literalmente mata a los pobladores, por inanición, por físico frío o calor, o, simplemente, por desesperación al no tener con que alimentar a sus familias.
Es esta cruda, pero demoledora realidad, la que se ha evidenciado con el confinamiento de más de una tercera parte de la población mundial. Mientras unos que parecieran no tener fondo en sus cuentas bancarias se enriquecen, ya sea por el descarado apoyo de sus gobiernos que les protegen sus intereses -grandes empresas nacionales o internacionales- o, por su descarado atropello, y otros, -la mayoría-, sumidos en la pobreza, la miseria y el abandono oficial, que tienen que seguirse exponiendo durante la pandemia para sostenerse a sí mismos y a sus entrañables familias.
Pero lo más triste de esta desgarradora situación, es que muchos empresarios y políticos parecieran no cerciorarse de que, si siguen abusando, a la larga, no van a contar con ciudadanos agradecidos que cuando pase este maremágnum, los van a poner en el centro de sus corazones, sea para adorarlos -y adquirir sus productos- o, simplemente, para aborrecerlos tanto que no les volverán a aceptar sus ofertas por más “benéficas” que puedan parecer. El marketing comercial -bienes y servicios- y las ideas o causas sociales -marketing social- tienen un alto contenido de largo plazo que se exacerba cuando las condiciones personales y colectivas se deterioran. Ojalá que estos políticos y empresarios reaccionen a tiempo y no sea demasiado tarde tanto para ellos como para el conjunto de la sociedad.