Mercadeando

Publicado el Dagoberto Páramo Morales

Bancos y pandemia

Cuesta trabajo entender la estrategia de marketing que están desarrollando los bancos en Colombia en este momento de tanta angustia y desolación que como humanidad estamos padeciendo y que ha tenido a casi la mitad de la población mundial confinada como mecanismo más efectivo para hacer frente a la crisis del coronavirus.

Las evidencias que circulan por las redes sociales producen, en el corto plazo, impotencia, ira y desconsuelo en la población, principalmente en los clientes del segmento de personas naturales. No hay día que no circule información de las inconsistencias e incoherencias entre lo que predican las instituciones financieras y lo que hacen. Son inconcebibles las arbitrariedades que a diario se están cometiendo, gracias a que nadie los pone en cintura y a que su codicia se impone sobre su sensatez. Señalo algunas.

No solo sus “líneas telefónicas habilitadas” para que como usuarios comuniquemos las dificultades que tengamos para honrar nuestros compromisos jamás responden, sino que cuando tenemos la fortuna de encontrarnos con uno de sus asesores, su insensibilidad es tal que parece que habláramos con autómatas preparados para “tiempos normales” y no para afrontar las angustias que como clientes tenemos hoy. Si escuchamos sus sugerencias de contactarnos con sus aplicaciones instaladas en nuestros celulares, el asunto empeora: la “inteligencia artificial” no está preparada para responder nuestras más sensibles preocupaciones. Sus máquinas ni entienden lo que les preguntamos y mucho menos tienen una respuesta que tranquilice nuestros espíritus. ¿Será incapacidad tecnológica? No creo.

Y ni qué decir del monto que están cobrando por las transferencias bancarias. No solo han incrementado su tarifa -el doble, afirman algunos-, sino que la han venido aplicando a los dineros que el gobierno está entregando con motivo de la crisis que vivimos. Poco les ha importado que en uno de los decretos haya una “prohibición expresa” de no cobrar estas operaciones monetarias por el impacto que ellas tienen en el dinero efectivamente recibido. ¿Será esta la forma que se idearon los bancos para recuperar los dineros que se han “donado” para afrontar las debilidades que el sector de salud ha evidenciado? ¡Qué descaro tan inmenso!

El otro dolor de cabeza es el denominado “débito automático” con el cual los bancos aseguran el ingreso de sus recursos obligando a sus deudores a pagar sus deudas sin que siquiera se den cuenta. Aunque algunos bancos les pidieron a sus “clientes élite” su consentimiento para detener este descuento, lo hicieron cuando ya estábamos en cuarentena, alcanzando a afectar su urgida liquidez. No a todos les consultaron, por supuesto.

Aunque han tenido la intención de diferir el pago de las cuotas de ciertos productos -crédito hipotecario y tarjetas de crédito- no hay total claridad de cómo recuperarán estos recursos sin impactar las finanzas de sus usuarios. Algunos bancos pregonan que lo harán sin intereses -de ningún tipo- y que se aplicarán al final del crédito, pero otros los contradicen. Un total zafarrancho.

Como vemos, la lista de abusos y el caos en momentos tan determinantes parece no tener fin. Lo que más impresiona es la demostración de cómo el sector financiero y bancario no solo no ha sido capaz de responder al reto que nos ha impuesto la pandemia, sino, lo que es peor, ha sacado vulgar provecho de las condiciones que como sector dominante ostenta en nuestra economía. Su miopía es tan monumental que ni siquiera se han dado cuenta que, paso a paso, han venido cavando su propia tumba. Los mercados que son sometidos por el abuso y la codicia de sus oferentes agachan la cabeza cuando no tienen alternativa, pero su venganza llega cuando “las condiciones normales de operación” regresan. Ojalá los estrategas de marketing bancario alcancen a cerciorarse que como población nos tuvimos que sacrificar cuando nos impusieron el 2 por mil, y que hoy muchos de los usuarios están considerando el retiro de sus dineros y si se ven obligados, meterlos debajo del colchón y con ello poderse desquitar de esta oportunista y repugnante forma de enriquecerse.

Lo más triste de esta cruda situación es que los colombianos no contamos con un gobierno que sea capaz de “defender los intereses del pueblo”. Por el contrario, ha quedado claro que muchas de las decisiones tomadas están dirigidas a “tirarle salvavidas” a las instituciones financieras, como siempre lo han hecho a través de toda nuestra historia reciente. ¿Llegará el día en que en este país del “Sagrado Corazón de Jesús” tengamos dirigentes políticos que prioricen las necesidades populares y no las de los sectores económicos que siempre han sido privilegiados? Duele aceptarlo, pero en el corto plazo, no parece posible y menos aún con tanta corrupción que los ha rodeado. O si no, ¿cómo entender los escándalos de corrupción que al parecer se están cometiendo en la distribución de los “ingresos solidarios” y en la entrega de mercados a los sectores más vulnerables de nuestra atormentada sociedad? Asombroso. “No dan puntada sin dedal”, dirían nuestras abuelas.

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