Era un día ordinario que prometía mucho. Como cada mañana, me desperté temprano y dediqué un momento a mis oraciones y meditaciones. Siempre he creído que encomendar mi jornada a Dios es el mejor punto de partida, pero ese día sentía algo diferente, algo que no podía anticipar. Aunque me hubiera gustado preparar el desayuno para mis hijos y llevarlos al colegio, mi agenda tenía un comienzo especial: la Misa mensual de nuestro círculo en el Lumen Institute, en el capítulo norte de Atlanta. Este instituto, conformado por empresarios católicos, no solo me brinda herramientas para el mundo de los negocios, sino también para fortalecer mi fe y mi misión en este mundo.

Esa mañana, el Padre Daniel Brandemburg nos habló de los talentos, de cómo deben ser potenciados y compartidos, y de cómo enfrentarnos a los miedos con una confianza inquebrantable en Dios. Salí de la sesión recargado, con una energía que se sentía como un fuego interno, listo para enfrentar cualquier desafío.

Al salir de la Misa, mi día seguía con una reunión importante en GLLV CPA, una de las firmas aliadas de JNC LLC, nuestra firma. En el camino, recibí una llamada de una cliente que, entusiasta, me hablaba sobre un emprendimiento nuevo en el que quería contar conmigo. Mientras hablábamos, agradecí a Dios por cada oportunidad que se presentaba, y pronto llegué a las oficinas de GLLV.

Como es mi costumbre, saludé a cada miembro del equipo con calidez. Fue entonces cuando me crucé con Rossini Rosillo, a quien todos conocemos como “Ros”. Con su energía contagiosa y su sonrisa radiante, Ros siempre tiene una palabra amable. Al preguntarme cómo estaba, le respondí con mi frase habitual: “¡Excelente y mejorando!” Ambos reímos, como tantas otras veces, y nos dimos un abrazo. No imaginaba que ese sería un abrazo que jamás olvidaría.

La reunión con mis socios comenzó como cualquier otra: productiva y llena de ideas. Pero entonces, el ruido de gritos desgarradores irrumpió en nuestra sala, rompiendo la calma. Salimos rápidamente y lo que encontramos era aterrador: Ros estaba tendido en el suelo, inmóvil, mientras José Hugo, hermano de uno de mis socios, intentaba desesperadamente reanimarlo.

El tiempo se detuvo. Ros no respiraba, y su color comenzaba a cambiar. Alguien llamó a emergencias, mientras José Hugo, lleno de valentía, realizaba maniobras de reanimación. Cuando sus fuerzas flaquearon, nos turnamos para ayudar. Ninguno era experto, pero todos sabíamos que no podíamos quedarnos de brazos cruzados. Desde la línea de emergencias, nos guiaron con instrucciones claras, y aunque el esfuerzo era agotador, seguimos adelante.

De repente, Ros respiró. ¡Volvió! El alivio llenó la sala, pero esa alegría fue breve. En cuestión de segundos, volvió a perder el pulso. Fue entonces cuando hice lo único que podía hacer: me arrodillé. Mientras José Hugo seguía con las maniobras, yo recé un Rosario. Pedí a Dios, a la Sangre de Cristo, que no nos dejara perder a Ros. Mi esposa, a quien había llamado, comenzó una cadena de oración con amigos y familiares.

En ese momento, Ros respiró de nuevo. Fue como si Dios mismo soplara vida en su cuerpo. Apenas llegaron los paramédicos, se hicieron cargo y lo trasladaron al hospital.

Horas después, los médicos confirmaron que había sufrido un ataque cardíaco masivo. Nos dijeron que, de no ser por las maniobras realizadas en la oficina, Ros no habría sobrevivido. Una intervención quirúrgica salvó su vida, pero fue el esfuerzo conjunto, la fe y la gracia de Dios lo que marcó la diferencia.

Hoy reflexiono sobre ese día. La muerte es una certeza, pero nunca estamos preparados para enfrentarla de frente. Lo que viví me enseñó que el trabajo en equipo trasciende lo laboral; es un pilar fundamental en la vida misma. Más importante aún, aprendí que la fe está por encima de la razón. En esos momentos de incertidumbre, fue Dios quien guió nuestras manos y fortaleció nuestros corazones.

A veces, olvidamos que no estamos solos en esta vida. Dios nos coloca en situaciones difíciles no para quebrarnos, sino para recordarnos que, cuando confiamos en Él y trabajamos juntos, los milagros son posibles.

Hoy Ros sigue con nosotros, y sé que cuando nos crucemos de nuevo me va a preguntar cómo estoy y mi respuesta será la misma, pero añadiéndole agradecido con Dios porque tenemos una historia que contar. También sé que cuando lo mire no podré evitar recordar ese momento donde la vida pendía de un hilo, pero Dios, en su infinita misericordia, decidió que todavía no era su hora.

20 de noviembre de 2024, Atlanta. Una lección de fe, unidad y amor.

Avatar de Felipe Jánica

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.