Por. Dr. Felipe Jánica

La idea de convocar en Colombia una Asamblea Nacional Constituyente, impulsada por el Gobierno —y con participación decisiva del ministro de Justicia que la articula o escribe— se presenta bajo argumentos que deben examinarse con rigurosidad. En particular, llama la atención que el ministro compare el modelo de desarrollo de China con lo que hace inferir “Colombia debe hacer”: que, tras una reforma constitucional sustancial, el país podría seguir el camino chino para afianzarse como potencia económica. Esa analogía, sin embargo, es profundamente inconveniente, equivocada y esconde falacias de fondo.

Por qué la comparación China-Colombia es una falacia

El ministro sostiene, implícita o explícitamente, que “como China lo hizo, Colombia también puede hacerlo”, aludiendo a que un cambio constitucional profundo abrirá la vía para un salto cualitativo o incluso cuantitativo similar. Aquí conviene diferenciar dos cosas: (1) el contexto histórico, político y económico de China es radicalmente distinto al de Colombia; (2) la forma de plantear esta analogía es una falacia lógica.

En concreto, la falacia puede definirse como una falsa analogía (o apelación al modelo exitoso): se asume que porque A (China) logró X bajo condiciones particulares, entonces B (Colombia) también puede o debe lograr X mediante la misma vía. Esa forma de razonamiento omite que los supuestos, las estructuras institucionales, la cultura política, el grado de desarrollo y la situación sociológica son completamente distintas. Una analogía superficial puede ser engañosa y llevar a conclusiones incorrectas.

Adicionalmente, hay un rasgo de falacia de autoridad o “apelación al éxito”: «China triunfó, por lo tanto, su modelo es el que hay que adoptar». Pero esto ignora que el éxito de China está vinculado a condiciones muy peculiares (tamaño demográfico, régimen político autoritario, apertura de mercado bajo supervisión estatal, etc.) que no se replican automáticamente en Colombia.

La historia, sin embargo, no se copia ni se exporta. China creció bajo un modelo de planificación central con una población de 1.400 millones de habitantes, un partido único, control de medios, restricciones a la libertad religiosa y subordinación del individuo al Estado. Colombia, en contraste, es una democracia pluralista, fundada en valores cristianos, donde la dignidad humana y la libertad son la base del orden social.

Creer que ambos países pueden alcanzar los mismos resultados con idénticos medios es tan erróneo como pensar que el clima de los Andes puede replicar el del delta del Yangtsé.

¿Por qué Colombia no puede ni debe seguir ese camino?

  1. Contexto institucional y político diferente
    China es un régimen de partido único, con control estatal muy fuerte, planificación centralizada, sector público dominante y una economía que combina elementos de mercado con fuerte presencia estatal. Colombia es una democracia representativa, con pluralismo, libertades políticas, tradición de derecho y un modelo socioeconómico distinto. Intentar aplicar directamente “lo que hizo China” sería desajustado institucionalmente.
  2. Modelo económico chino con límites claros
    Las fuentes señalan que el crecimiento de China se basó en inversión masiva, exportación intensiva, bajo consumo interno, elevada intervención estatal, desequilibrios —y ahora enfrenta retos como sobrecapacidad, cambio demográfico, transición económica. Esto demuestra que el “modelo chino” no es un manual perfecto, sino un sistema con ventajas y riesgos. Colombia, con su estructura económica, nivel de desarrollo y tamaño más reducido, adoptando ese modelo correría riesgos de depender demasiado de inversión externa o sobre-endeudarse, de priorizar exportaciones a costa de mercado interno, o reproducir desequilibrios.
  3. Cultura, creencias y valores cristianos
    Si bien Colombia tiene libertad de creencias y un fuerte arraigo cristiano, ese factor también implica una concepción de la dignidad humana, de la subsidiariedad, de la libertad individual y de la participación ciudadana que no se alinea necesariamente con un régimen autoritario o con un mercado dominado por el Estado. Un modelo que concentra poder político y económico, que subordina la iniciativa individual al Estado, que restringe libertades, difícilmente encaja con una sociedad que valora la persona humana, la responsabilidad y la libertad.

Desde una perspectiva cristiana se espera la promoción del bien común, la solidaridad, la justicia, pero también la libertad y el pluralismo. Un modelo importado sin adaptación podría pasar por alto esos valores. Por ejemplo, los derechos fundamentales, la libertad religiosa, la sociedad civil fuerte: no se pueden dar por descontados si se celebra una “constituyente” que modifique de raíz el sistema político sin debates amplios.

En lugar de mirar hacia modelos autoritarios, Colombia debería mirar hacia teorías económicas probadas y humanistas, como las de John Nash, premio Nobel de Economía.
Su teoría del equilibrio cooperativo demuestra que los sistemas donde los actores buscan el beneficio mutuo —no la dominación del más fuerte ni la imposición del Estado— generan resultados más sostenibles y equitativos.

Nash mostró que la cooperación racional, guiada por la confianza y el interés común, produce mejores equilibrios sociales que la competencia destructiva o el control centralizado.
Esa idea encaja con el espíritu cristiano de Colombia: construir una economía de cooperación, no de coerción; de incentivos alineados, no de obediencia ciega.

Mucho antes que Nash, San Francisco de Asís enseñó con su vida una economía del bien común, centrada en la fraternidad, la equidad y el respeto por la creación. No se trata de un modelo socialista ni de caridad asistencialista, sino de una visión espiritual de la economía: que los bienes existen para servir a las personas, no para esclavizarlas. San Francisco comprendió que la prosperidad verdadera no nace del control ni del miedo, sino de la solidaridad libre, del trabajo compartido y del uso responsable de los recursos. Su ejemplo inspiró siglos después a pensadores modernos que promueven la economía circular, el capitalismo consciente y la sostenibilidad con sentido ético.

Desde esa perspectiva, una constituyente que pretenda imponer una nueva visión económica —sin diálogo, sin libertad y bajo el pretexto de copiar un modelo extranjero— sería una traición a la identidad espiritual y moral de Colombia.

  1. Riesgo de erosión de libertades y participaciones ciudadanas
    Una constituyente diseñada bajo los auspicios del Gobierno, y modelada sobre un supuesto “éxito chino”, puede tornarse en justificación para concentrar poder, debilitar contrapesos y legitimar reformas estructurales sin el debido debate. El precedente chino muestra que el sistema político es altamente centralizado, con escasa rendición de cuentas del partido gobernante. Adoptar esa lógica en Colombia significa arriesgar la independencia de los poderes, la transparencia, la libertad de prensa, la pluralidad política.

Convocar una asamblea nacional constituyente en Colombia bajo el argumento de emular el modelo chino es una idea que merece un profundo examen y, en mi opinión, un rechazo prudente. La analogía con China es una falacia de falsa analogía (y de autoridad) porque ignora las diferencias sustanciales entre los contextos de ambos países, los riesgos del modelo chino y los valores propios de nuestra sociedad. Colombia no puede ni debe seguir un modelo económico y político que no corresponde a su historia, a sus instituciones ni a su base cultural cristiana. Reformar para mejorar es legítimo; pero construir un proyecto de país partiendo de una metáfora de “China hizo esto, Colombia debe hacerlo” es inadmisible desde el punto de vista de la libertad, la responsabilidad democrática y la fe cristiana.

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