La reciente decisión de la Reserva Federal (FED) de reducir las tasas de interés ha sido interpretada por muchos como el inicio de un ciclo de alivio monetario. Sin embargo, el mensaje de fondo es más complejo que un simple giro expansivo. Detrás del recorte hay señales de cautela, compromisos explícitos con la estabilidad, y variables críticas que pocos analizan en detalle —como la NAIRU, la inflación por arrendamientos y el valor del dólar.

Un gesto expansivo con mensaje restrictivo

Aunque la FED bajó las tasas, su comunicado fue claro en marcar límites. Palabras como “momento” y “extensión” de futuros recortes muestran que no hay un compromiso definitivo con una senda larga de disminuciones. La autoridad monetaria mantiene una postura hawkish (es decir un mensaje agresivo), pues abre la puerta a más recortes si los datos lo justifican, pero no asegura nada. Se trata de una maniobra de seguro, no de un cheque en blanco.

En otras palabras, la FED lanzó una señal expansiva para calmar a los mercados y dar un respiro a la economía, pero al mismo tiempo marcó un límite: no existe un compromiso irrevocable con nuevas reducciones, ni mucho menos con una estrategia de largo plazo orientada solo a la expansión.

Este doble mensaje —suavizar con un recorte, pero reforzar la cautela con el lenguaje— se conoce en los mercados como una postura hawkish dovish: se concede alivio monetario, pero bajo una narrativa dura, “agresiva” en el sentido de advertir que la prioridad sigue siendo el control de la inflación y no una expansión desenfrenada del crédito.

La FED, de hecho, está ejecutando lo que podríamos llamar una “maniobra de seguro”:

  • Si la economía continúa desacelerándose, este recorte será recordado como la primera pieza de un ajuste más amplio.
  • Pero si la inflación se resiste a bajar o repunta, la institución mantiene la autoridad moral y técnica para detener el ciclo inmediatamente, e incluso revertirlo si fuera necesario.

De ahí la idea de que no se trata de un “cheque en blanco” para la economía o para los mercados financieros. Más bien, es una dosis de oxígeno cuidadosamente racionada, con la advertencia de que el tratamiento completo dependerá de cómo evolucione el paciente.

Al enfatizar esta cautela, la FED busca varios objetivos estratégicos:

  1. Anclar expectativas: evitar que empresas, hogares e inversionistas interpreten el recorte como un retorno automático a la era del dinero barato.
  2. Proteger su credibilidad: mostrar que no actúa bajo presiones políticas ni de Wall Street, sino en función de datos verificables.
  3. Preservar flexibilidad: mantener abierta la posibilidad de acelerar, desacelerar o incluso revertir la política según lo exijan las circunstancias.

En resumen, el gesto expansivo de la reducción de tasas está envuelto en un mensaje restrictivo que recuerda al mercado que el timón de la política monetaria sigue firme, y que la prioridad esencial —el equilibrio entre crecimiento y estabilidad de precios— no será sacrificada por apresurar la recuperación económica.

Cohesión y confianza en la economía

Un aspecto que no puede pasar desapercibido es la cohesión interna de la Reserva Federal. En ciclos anteriores de política monetaria, los comunicados del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) solían venir acompañados de disensos notables: miembros que pedían recortes más profundos o que, por el contrario, advertían que cualquier reducción sería prematura. Esta vez, en cambio, el consenso fue evidente. Hubo matices, claro, pero la lectura general es que la mayoría de los gobernadores y presidentes de bancos regionales compartieron la misma visión: la economía estadounidense necesita un alivio, pero uno prudente y calibrado.

Esa cohesión interna es fundamental por varias razones:

  1. Credibilidad hacia los mercados: cuando el mensaje de la FED se percibe como unívoco, la señal es más clara y las expectativas se alinean. La falta de divisiones refuerza la idea de que la institución está actuando con una brújula común, no bajo tensiones políticas ni luchas internas.
  2. Confianza en la estrategia: la unanimidad relativa proyecta seguridad de que la ruta escogida —un recorte moderado— es la más adecuada en este momento. Los inversionistas, las empresas y los hogares interpretan esa coherencia como un indicador de estabilidad institucional.
  3. Reducción de volatilidad: menos voces discordantes significan menos sorpresas para los mercados financieros. En tiempos de incertidumbre global, esta claridad resulta tan valiosa como la propia decisión de política monetaria.

Pero la cohesión no se limita al plano interno de la FED. También transmite una lectura optimista sobre la fortaleza subyacente de la economía estadounidense. Pese a que los datos muestran una moderación en la inversión y un enfriamiento en el ritmo de contratación, los fundamentos siguen firmes:

  • Empleo: aunque la creación de puestos de trabajo se ha ralentizado, la tasa de desempleo aún se mantiene en niveles históricamente bajos en comparación con décadas pasadas.
  • Consumo: el gasto de los hogares, que representa más de dos tercios del PIB, no se ha desplomado; se observa una resiliencia notable en sectores como servicios, entretenimiento y turismo.
  • Producción: industrias clave como la tecnológica y la manufacturera muestran capacidad de adaptación, aun en medio de un entorno global desafiante por tensiones comerciales y disrupciones en las cadenas de suministro.

En otras palabras, la FED no actúa como quien trata de salvar a un paciente en estado crítico, sino como quien ajusta el tratamiento para evitar complicaciones futuras. Esa diferencia es esencial: proyecta al mundo una economía con bases sólidas, capaz de resistir choques externos, y que requiere ajustes finos más que intervenciones de emergencia.

El mensaje implícito es que Estados Unidos no está entrando en recesión, sino transitando hacia una fase de menor crecimiento, donde el objetivo es gestionar el aterrizaje suave (soft landing). Y esa convicción de la FED, reforzada por la cohesión de sus miembros, funciona como un ancla de confianza tanto dentro del país como en el escenario internacional.

Inflación por encima del 2%, crecimiento a la baja

La paradoja que enfrenta hoy la Reserva Federal es clara: la inflación sigue por encima de la meta del 2%, pero los signos de enfriamiento económico se acumulan. Este desajuste obliga a la FED a caminar sobre una cuerda floja, en la que un paso en falso podría reavivar viejos fantasmas —ya sea el de una inflación descontrolada o el de una recesión adelantada.

Por un lado, la inflación ha cedido respecto a los picos de 2022 y 2023, cuando alcanzó niveles superiores al 7%, pero aún no se ha consolidado la convergencia hacia el 2%. Persisten presiones en rubros como servicios, salud y educación, y aunque los precios de energía y alimentos se han moderado, siguen siendo volátiles y sensibles a choques externos (conflictos geopolíticos, disrupciones logísticas o fenómenos climáticos).

Por otro lado, el crecimiento económico muestra síntomas de desgaste:

  • Inversión empresarial: las compañías han postergado proyectos de capital ante la incertidumbre de costos financieros elevados y un horizonte de demanda más débil.
  • Consumo: el gasto de los hogares, motor histórico del PIB estadounidense, se desacelera en respuesta a mayores tasas de interés en créditos hipotecarios, tarjetas y préstamos estudiantiles.
  • Mercado laboral: aunque sigue robusto, la creación neta de empleos se ha reducido y la participación laboral comienza a estabilizarse, lo cual resta dinamismo al ingreso disponible.

Ante este escenario mixto, la FED optó por un recorte moderado de tasas, suficiente para enviar una señal de alivio a los mercados y abaratar en parte el crédito, pero no tan agresivo como para desatar un nuevo ciclo inflacionario. La estrategia busca activar la inversión y dar oxígeno al consumo, sin perder de vista que los precios aún requieren vigilancia.

La clave está en el delicado equilibrio entre dos riesgos contrapuestos:

  • Recortar demasiado poco, lo que dejaría a la economía vulnerable a una recesión más profunda.
  • Recortar demasiado rápido, lo que podría reavivar expectativas inflacionarias y obligar, más adelante, a aplicar un endurecimiento abrupto que sería más dañino.

Este dilema es precisamente lo que se entiende como un soft landing o aterrizaje suave: enfriar la inflación sin apagar por completo la actividad económica. Un objetivo ambicioso, difícil de alcanzar y que depende no solo de la política monetaria, sino también de factores exógenos —desde la evolución de los precios internacionales hasta la dinámica del mercado inmobiliario.

En conclusión, el hecho de que la inflación siga por encima del 2% al mismo tiempo que el crecimiento se desacelera, convierte la política monetaria actual en un acto de funambulismo: la FED avanza, paso a paso, sobre una cuerda tensa, donde la confianza de los mercados y la estabilidad de la economía dependen de no perder el equilibrio.

NAIRU: la variable oculta que gana protagonismo

Dentro de las discusiones sobre política monetaria, gran parte de la atención se concentra en dos variables: inflación y tasas de interés. Sin embargo, existe un indicador menos visible, aunque decisivo, que actúa como puente entre ambas: la NAIRU (Non-Accelerating Inflation Rate of Unemployment o “tasa de desempleo no aceleradora de inflación”).

En términos sencillos, la NAIRU representa el nivel de desempleo “natural” en el que la economía puede operar sin generar presiones inflacionarias. Si el desempleo cae por debajo de ese umbral, los trabajadores ganan mayor poder de negociación salarial, las empresas enfrentan mayores costos laborales, y la inflación tiende a acelerarse. Si el desempleo está por encima, la presión inflacionaria se reduce, pero a costa de menor dinamismo económico y pérdida de bienestar.

Las estimaciones actuales sitúan la NAIRU en Estados Unidos en torno al 5%–6%, un rango que refleja las complejidades del mercado laboral moderno: desde la automatización y la digitalización, hasta la participación laboral de grupos tradicionalmente subrepresentados. Hoy, la tasa de desempleo real se mueve peligrosamente cerca de ese rango, lo que obliga a la FED a monitorear este indicador con más atención de la que muestra en público.

¿Por qué es tan clave?

  1. Porque conecta inflación y empleo: la FED tiene un mandato dual —precio estable y pleno empleo—, y la NAIRU es el punto de equilibrio entre ambos.
  2. Porque anticipa tensiones futuras: si la tasa de desempleo baja por debajo de la NAIRU, se pueden esperar aumentos salariales más agresivos y, en consecuencia, mayor presión sobre los precios.
  3. Porque guía la velocidad de los recortes: un desempleo cercano o inferior a la NAIRU limita el margen de la FED para recortar tasas sin arriesgar un repunte inflacionario.

Lo interesante es que, a diferencia de otros indicadores como el IPC o la tasa de fondos federales, la NAIRU rara vez aparece en titulares o debates políticos. Sin embargo, en los pasillos de la FED y en los modelos macroeconómicos más sofisticados, es una de las variables que define el rango de acción de la política monetaria.

En este contexto, la NAIRU funciona como un termómetro oculto”: mide la temperatura real del mercado laboral y permite anticipar si el cuerpo económico está cerca de la fiebre inflacionaria o del enfriamiento recesivo. Su vigilancia constante es, por tanto, tan necesaria como la de la inflación misma, aunque casi nadie la esté discutiendo en la esfera pública.

nflación por arrendamientos: el retraso en la estadística

El componente de vivienda (rentas y owners’ equivalent rent) representa alrededor del 42% del IPC. Sin embargo, hay un desfase: los cambios en nuevos contratos de arrendamiento se reflejan en la estadística oficial con varios meses de retraso.

Hoy, los arrendamientos en EE. UU. están mostrando una tendencia a la baja. Eso significa que, más allá de la foto actual de la inflación, en el próximo semestre debería observarse una reducción natural de la presión inflacionaria proveniente de la vivienda, independientemente de los efectos que puedan tener los aranceles o tarifas.

Dólar más débil: alivio en deuda y en política comercial

La reciente depreciación del dólar frente a monedas como el euro, el yen y varias divisas emergentes introduce un respiro estratégico para la economía estadounidense y para la política económica del gobierno. Este fenómeno tiene al menos dos efectos inmediatos y positivos:

  1. Alivio en el servicio de la deuda externa
    Cuando el dólar pierde valor relativo frente a otras monedas, los compromisos financieros denominados en divisas extranjeras se abaratan en términos de dólares. Para un país con un nivel de endeudamiento global tan alto como EE. UU., esto representa un ahorro significativo en el servicio de deuda, especialmente en un contexto de tasas aún elevadas.
    Además, el dólar más débil también favorece a las empresas multinacionales estadounidenses, pues las utilidades generadas en el exterior, al ser convertidas a dólares, aumentan en valor contable, lo que da soporte a sus balances y, por ende, a los mercados bursátiles.
  2. Impulso a la política comercial y competitividad internacional
    Un dólar más barato hace que los productos estadounidenses resulten más atractivos en el exterior. Sectores como la manufactura, la agricultura y la tecnología exportadora ganan terreno, compensando parcialmente el efecto de los aranceles o medidas proteccionistas que encarecen las importaciones.
    En este sentido, la depreciación del dólar actúa como una válvula de escape: suaviza los costos de las decisiones arancelarias internas y protege la economía doméstica de una contracción mayor en el comercio.

En conclusión, la dinámica cambiaria actual no solo complementa la estrategia monetaria de la FED, sino que también brinda al gobierno un margen de maniobra adicional para enfrentar desafíos en comercio, competitividad y sostenibilidad de la deuda. Se trata de un respaldo indirecto que, en términos políticos, amplía el espacio de acción de Washington en el frente económico.

Impacto en América Latina

La combinación de tasas más bajas en EE. UU. y un dólar debilitado no se limita a efectos domésticos; también genera repercusiones significativas en los países latinoamericanos. En términos generales, hablamos de un efecto derrame positivo que puede expresarse en tres vías:

  1. Flujos de capital hacia la región
    Los inversionistas internacionales, al ver reducido el retorno en activos estadounidenses, suelen redirigir capital hacia mercados emergentes donde la prima de riesgo es mayor y las tasas de interés locales resultan más atractivas. Esto impulsa la compra de bonos soberanos y corporativos, así como la inversión en bolsas latinoamericanas.
  2. Mejores condiciones de financiamiento externo
    Una moneda local más fuerte frente al dólar reduce la carga de deuda denominada en divisas, lo cual da oxígeno a las finanzas públicas y privadas. Países con alto nivel de endeudamiento en dólares, como Brasil, México, Argentina o Colombia, pueden experimentar un alivio en el pago de intereses y capital.
  3. Estabilidad cambiaria y mayor resiliencia macroeconómica
    Con monedas regionales más apreciadas, se moderan las presiones inflacionarias importadas. Esto puede dar margen a los bancos centrales latinoamericanos para también evaluar recortes de tasas, en sincronía con la FED, sin temor a fuertes salidas de capital.

No obstante, el impacto no será uniforme. La estabilidad política e institucional jugará un papel crucial:

  • Países con reglas claras, disciplina fiscal y marcos regulatorios sólidos (Chile, México, Perú) estarán mejor posicionados para captar los beneficios.
  • En contraste, naciones con crisis políticas o falta de credibilidad institucional podrían ver limitado el flujo de capital, o incluso experimentar volatilidad adicional en sus mercados.

En definitiva, la actual coyuntura ofrece a América Latina una ventana de oportunidad: atraer capitales, abaratar deuda y ganar estabilidad cambiaria. Sin embargo, esa oportunidad solo se materializará plenamente si cada país logra transmitir confianza, previsibilidad y seriedad en la gestión económica.

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