El Mal Economista

Publicado el EME

Yo sí sé por qué me quedo

Por: Juan Manuel Velásquez

@JuanMVelasquez1

Hace aproximadamente tres semanas un compañero del Blog subió una nota en la cual compartía las razones por las cuales, según él, no valía la pena vivir en Bogotá. Argumentaba que los habitantes de esta ciudad tenemos una actitud casi estóica al asumir el reto de levantarnos cada mañana en la capital y que carecíamos de toda racionalidad económica  al no empacar nuestras maletas y huír cuanto antes de esta pesadilla convertida en urbe. Dicho artítulo me llamó mucho la atención, no tanto por las críticas las cuales se han vuelto repetitivas y obvias en diversas charlas, estatus de facebook o blogs de opinión, sino porque me llevó a pensar qué tanto análisis económico hay detrás del menosprecio y la discusión. Me di cuenta entonces que estoy de acuerdo con el estoícismo pero no con la falta de racionalidad. ¿Por qué? Empecemos por el principio.

Para poder cuantificar la satisfacción que obtienen las personas por el consumo de cierta cantidad de bienes los economistas se inventaron las funciones de utilidad. Por bienes me refiero a cualquier cosa: carros, vías, manzanas, deporte, ocio, hamburguesas, en fin, todo lo que se le ocurra que pueda utilizar, invertir en tiempo, gastar, etc. Imagine que dispone de una bolsa en la cual puede guardar y clasificar todas las cosas que a usted le brindan cierto tipo de satisfacción o agrado, dicha bolsa es entonces su función de utilidad.

Dicha función también otorga ponderaciónes, es decir, hay cosas que me gustan más que otras, por ejemplo: dormir y comer me dan bienestar, sin embargo si tengo que decidir prefiero dormir, entonces el tiempo invertido en sueño pesa más dentro de mi función que el invertido en alimentación. Sé que es un concepto abstracto y díficil de imaginar, pero así funcionan muchas cosas dentro del análisis económico. Sin embargo no todo es malo, la función de utilidad resulta útil porque permite comparar entre diferentes conjuntos de bienes para decidir cual me parece mejor. Me explico: si me ofrecen una combinación de bienes compuesta por buena educación, seguridad y buena movilidad la voy a preferir a una combinación que sólo me permita acceder a buena movilidad y seguridad. Ahí de una vez explicamos el pilar de la racionalidad económica neoclásica: más bienes son preferidos a menos bienes hasta que lleguemos al óptimo, en donde somos indiferentes. Olviden la última parte, la cosa ya se está poniendo muy técnica y para los objetivos del presente escrito no es de vital importancia. Lo importante es que entiendan que uno tiene una bolsa imaginaria que le clasifica las combinaciones de bienes según la magnitud de utilidad que le representan por su consumo, y que las personas racionales prefieren más y de mejor calidad a menos y de menor calidad.

Resulta valioso resaltar que no todos tenemos la misma función de utilidad (ese bolsa contiene las preferencias individuales de cada uno) por lo tanto es absolutamente heterogéneo entre la población. No encuentro mejor ejemplo para ilustrar esto que el de una alemana que conocí acá en Bogotá. Al preguntarle por qué había venido a vivir a América Latina me encontré con que prefiere vivir en un sitio donde la gente sea incumplida, las cosas no estén ordenadas, el tráfico sea un caos, las reglas no se cumplan, etc. Por lo tanto su función de utilidad refleja preferencias totalmente diferentes a las de la mayoría de la población.

Luego de los párrafos anteriores que me imagino fueron jartísimos de leer pero que eran importantes de explicar, hablemos de Bogotá. Las críticas hacia la ciudad en muchos casos son justas y ameritan ser tenidas en cuenta. La inseguridad ha llegado a puntos insoportables, la malla víal no ha aumentado en los últimos años y gran parte de las vías disponibles están en mal estado, no se sabe que es de peor calidad y mayor inseguridad, si montarse en un bus o en un transmilenio, los que andan en bicicleta tienen que estar pendientes en cada esquina de que no se la roben, y así podemos seguir enumerado un sin fin de defectos con los que cuenta la capital. El texto al que me refería al comienzo de la nota enumera algunas de estas deficiencias, para los que les interese les copio el link:

https://blogs.elespectador.com/el-mal-economista/2014/10/29/yo-no-se-por-que-me-quedo/.

Lo más grave es que las medidas que se han adoptado para combatir dichos problemas no han sido efectivas, y si vamos a seguir implementando como política pública el pico y placa o el famoso consejo proveniente desde el mismísimo Palacio de Lievano de que la mejor opción es no sacar el celular en la calle, pues no hay muchas esperanzas de que las cosas lleguen a mejor puerto. ¿Entonces? ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos y nos sumamos a la moda anti-bogotana de criticar todo lo relacionado a la ciudad? ¿Nos vamos?

Cuando esté subiendo las maletas al baúl, momentos previos a coger carretera hacia un destino mejor le recomiendo que se desligue del repetitivo y obvio monólogo que se escucha todos los días en contra de Bogotá y piense en otros datos que tal vez no haya contemplado. El documento de trabajo sobre Economía Regional Número 127 del Banco de la República muestra el comportamiento de los salarios reales por ciudades. Para 2009 Bogotá tenía un salario promedio de $4300 pesos por hora, por encima de ciudades como Medellín, $3950, Bucaramanga, $3800, Cali y Barranquilla, $3500, Manizales, $3450, y Pasto, $2950. Dicho estudio demuestra también que durante todo el periodo de tiempo comprendido entre 1984 y 2009, Bogotá fue la ciudad que mejor le pagó a sus trabajadores, a excepción de los segundos trimestres del 87, 91, 2001 en donde fue Cali y el 2007, cuando fue Medellín.

Los datos reportados por el DANE para los meses de Julio, Agosto y Septiembre de 2014 sitúan a la capital como una de las mejores urbes en generación de empleo, ya que registra una tasa de desempleo del 8.5%, estando mejor situada que Armenia, 14.9%, Ibagué, 13.8%, Cali, 12.6%, Manizales, 10.3%, Medellín, 9.7%,  y solamente siendo superada por Barranquilla, 8.0%, y Bucaramanga, 7.1%. La capital sin duda tiene las mejores opciones de estudios superiores, entidades nacionales e internacionales ubican a 5 universidades de Bogotá entre las 7 mejores del país: La Universidad de los Andes, La Universidad Nacional, La Pontificia Universidad Javeriana sede Bogotá, La Universidad del Rosario y el Externado de Colombia. Por otro lado, cifras del 2009 reportadas por Mauricio Cárdenas indican que Bogotá es la región que más aporta en el PIB nacional, con un 21,9%, situándose por encima de Antioquia y el Eje cafetero con un 20,3% y la región Centro-Oriente con un 20,1%. Las ciudades con mayor desarrollo industrial, de mayor tamaño y con mercados grandes están relacionadas con mejores condiciones laborales, y por lo tanto menores niveles de informalidad laboral tal y como lo indica Gustavo Adolfo García en su paper Informalidad regional en Colombia. Evidencia y determinantes. Así como existe una lista larga de pecados imperdonables que comete la capital, Bogotá también cuenta con un gran repertorio de virtudes en educación, oportunidades laborales y mayores ingresos en comparación con el resto del país.

¿Y ahora? Seguramente no sabrá si desempacar el trasteo. ¿Qué es mejor? ¿Movilidad? ¿Seguridad? ¿Educación? ¿Empleo? ¿Ingresos? He ahí donde sirven las famosas funciones de utilidad. Lastimosamente no le puedo decir que es lo mejor para usted, ya que como le expliqué anteriormente éstas son individuales y completamente heterogéneas entre personas, por lo tanto solamente usted sabe qué prefiere.

La idea no es demeritar a otras grandes ciudades del territorio nacional. Es obvio que fuera de Bogotá se consiguen puestos de trabajo bien remunerados y Universidades de altísimo nivel, la diferencia radica en que la oferta capitalina es mayor. Tampoco estoy planteando que Bogotá sea la ciudad ideal, por el contrario, cuenta con problemas estructurales gravísimos y difíciles de resolver, la convivencia es compleja, y el miedo se palpa y se refleja en la mirada de sus más de ocho millones de habitantes. Sin embargo tengo claras mis preferencias, y a pesar de la inseguridad, el trancón y la hostilidad bogotana, me quedo. Así como me ofreció la Universidad en la que quería estudiar, Bogotá me ofrece mayor oportunidad para desempeñar el trabajo que quiero realizar. Puede que mañana me vaya porque conseguí un buen empleo en otra ciudad, sin embargo por el momento me quedo porque acá la probabilidad de encontrarlo es mayor, sin importar el trancón. El estoicismo sí existe, pero vale la pena. Así se comporta mi función de utilidad.

¿Realmente las personas que vivimos en Bogotá no somos racionales? ¿Es verdad que no hay forma en que una curva de utilidad, función de beneficios o una estrategia dominante pueda explicar que nos quedemos? Si usted es uno de esos que tiene como hobbie principal hablar mal de la ciudad puede analizar su función de utilidad, en palabras menos abstractas sus preferencias, y así comprender si ésta sería mayor en otro lugar o si es mejor quedarse. Luego de esto hay dos opciones. La primera, que encuentre que realmente vale la pena vivir en Bogotá y trabajar para cambiar sus problemas, ya que en ella encuentra oportunidades que tal vez no encontraría tan fácilmente en otro sitio. La segunda, como diría el viejo y conocido comercial de Davivienda: usted se encuentra en el lugar equivocado. Así que si su función de utilidad le arroja dicha respuesta, termine de empacar sus maletas, arranque el carro y no de vuelta atrás. Y que le vaya bien.

 

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