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Por Andrés Sastre
El panorama actual de la economía nacional resulta desalentador. El crecimiento del PIB en el primer semestre de 2015 se ubicó en 2,9% frente a igual periodo en 2014, mostrando la realización de uno de los peores escenarios planteados por las autoridades económicas y los analistas privados. Los resultados son reflejo de un conjunto de factores externos, que podrían llamarse coyunturales aunque en sí mismo tienen causas estructurales, como el panorama sombrío del precio del crudo y la apreciación del dólar americano; pero también obedecen a un conjunto de factores internos que se han cocinado durante años al interior de la pequeña y abierta economía colombiana, como es el caso de la dependencia de los bienes primarios, principalmente petróleo y carbón, y el deterioro sistemático del resto de los sectores de la economía nacional.
Hasta este punto es probable que muchos consideren que tengo una visión reduccionista de la realidad económica del país; solo puedo decirles que, aunque tienen razón, tengo un propósito. Algunos podrían rastrear las condiciones actuales de la economía colombiana más allá de la crisis del 99, otros se devuelven otras décadas y deciden analizar la bonanza cafetera, unos más arriesgados van hasta la época de la “danza de los millones” de los años 20 y los más atrevidos, por último, van a los tiempos de la colonia. Lo cierto es que es momento de admitir implícitamente que Colombia desaprovechó las oportunidades que le ofreció el siglo XX y desperdició las que se dieron en estos primeros 15 años del XXI. Si no me cree, lo invito a observar cuáles son las grandes “industrias” o firmas industriales colombianas, encontrará que la mayoría de ellas cargan con más de 100 años de historia como es el caso de Bavaria (1889), Postobón y Carvajal (1904), entre otras.
Las compañías industriales exitosas menores de 50 años son un caso atípico en Colombia y muchos proyectos sufren por falta de capital humano y económico o por la evidente ausencia de vocación industrial en nuestra tropical república. De hecho, según los datos más recientes del PIB, a junio de 2015 el valor agregado de la economía colombiana estaba compuesto por el sector financiero (19,8%), servicios sociales (15,3%), comercio (12,1%) y en cuarto lugar industria con un 10,7%. Así es, la actividad industrial representa menos del 11% de nuestra economía y se contrajo en un 1,8% en el primer semestre del año. Si bien los otros sectores de la economía generan valor agregado, la industria posee una capacidad de desarrollo y transferencia de conocimiento que en Colombia resulta un caso atípico y que no se ve hace muchos años.
El panorama actual resulta pues sombrío para el sector industrial y aunque la ANDI muestra un sólido norte estratégico es difícil ver una evolución positiva para esta rama de actividad mientras no haya compromiso de los industriales. De hecho, ese es otro gran problema, en la actualidad los industriales colombianos son una especie en vía de extinción, porque dentro de la lógica de riesgo-retorno muchos individuos adinerados prefieren ver su capital crecer en un fondo de inversión que apostarle a proyectos propios de desarrollo industrial. De manera paralela, resulta paradójico ver que los sectores de izquierda en Colombia continúan criticando la desindustrialización colombiana, cuando muchos de sus militantes han dedicado sus vidas enteras a atacar cualquier iniciativa de capital privado y desarrollo industrial.
La necesidad de reactivar la industria no puede estar asociada a ninguna bandera política ni ilusión de país de primer mundo. Las circunstancias actuales resultan complejas para pretender que la industria colombiana se convierta en un motor económico de innovación revolucionaria y en el sector se creen y produzcan artículos que en la actualidad son producidos con éxito en economías de primer mundo o en países de acelerado desarrollo industrial de Asia. Sin embargo, la apuesta de tener una industria competitiva e innovadora podría permitir identificar sectores clave como bebidas, productos alimenticios, textiles, marroquinería, entre otras actividades en las cuales tenemos experiencia y que tienen vocación exportadora.
Por otra parte, la apuesta industrial debe ser optimista pero realista, no es posible que haya grupos políticos que defiendan tesis de autosostenibilidad en la producción de cualquier bien, desconociendo la realidad del comercio mundial que nos ha dado acceso a tecnología y conocimiento. En este caso, es más que necesario que la industria colombiana reciba capital financiero y humano del exterior para tener el impulso necesario para su desarrollo. Hay que dejar atrás la utopía de producir todo en Colombia, en cambio sí es posible que tengamos una industria enfocada a producir un selecto grupo de productos que recorran el mundo con el sello “Made in Colombia”.