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Y la democracia ¿para qué?

Por: Jorge Alberto Torres

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La democracia no es sinónimo de prosperidad económica, así como las dictaduras no necesariamente conducen a fracasos en el camino al crecimiento. Las tan mentadas bondades de la democracia, que nos han vendido los promotores de la libertad, no siempre son tan favorables para mejorar el desempeño de los países y en muchos casos atentan contra la eficiencia y la capacidad de toma de decisiones de los gobiernos.

Fuente: http://toda-mafalda.blogspot.com/2013/05/la-democracia.html. Caricatura tomada del libro “Toda Mafalda”- Quino
Fuente: http://toda-mafalda.blogspot.com/2013/05/la-democracia.html. Caricatura tomada del libro “Toda Mafalda”- Quino

Fuente: http://toda-mafalda.blogspot.com/2013/05/la-democracia.html. Caricatura tomada del libro “Toda Mafalda”- Quino

El pasado 28 de noviembre, haciendo mi acostumbrada ronda matutina de Twitter, me encontré con una de esas típicas “joyas” que suele dejar el expresidente Álvaro Uribe, la cual cito a continuación: “Decir Santos que el plebiscito (para la paz) necesita alrededor de 4.5 mill (millones) de votos en un país de 48 mill hbts (habitantes) es engañar a la democracia”.

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El trino es curioso por varias razones. Carlos Ariel Sánchez, Registrador Nacional, podría alegar que no son los 48 millones de colombianos los que deciden, sino que los habilitados para votar son aproximadamente 33 millones (contando a los muertos sufragantes) según el censo electoral. Sin embargo, lejos de esas aburridas proporciones, resulta interesante que Álvaro Uribe fue elegido presidente la primera vez con 5.8 millones de votos, y la segunda vez con 7.3 millones. Bajo la lógica del exmandatario, ¿Fue su elección también un engaño a la democracia? ¿Será que el concepto de democracia cambió en los últimos años?

Fuera de toda mofa, la última pregunta es relevante teniendo en cuenta que el concepto de democracia es efectivamente dinámico. Por supuesto su cambio no se dio en los últimos 8 años, pero las democracias participativas actuales tienen connotaciones bastante diferentes a la “Demokratia” de Platón o Aristóteles; su definición cuenta con ciertos matices que la convierten en una idea abstracta y en muchos casos diversa en la mente de la gente, quien es en últimas la pieza clave del régimen.

Y sí, la democracia es un caso particular de un régimen así como lo es la dictadura. Como se puede hablar del régimen de Maduro en Venezuela (apelativo muy usado en NTN24), se puede hablar tranquilamente del régimen de Santos en Colombia, o el régimen de Obama en Estados Unidos sin incurrir en imprecisiones peyorativas. Su diferencia radica en cómo se asignan los cargos públicos y cómo se realiza la toma de decisiones al interior del gobierno.

Así, la democracia es usualmente asociada con la libertad, la participación y la inclusión del pueblo en la elección y control de sus gobernantes. En palabras de Schmitter y Karl (1991), “es un sistema de gobierno (ósea un régimen) en donde los gobernantes rinden cuenta de sus acciones en el ámbito público a los ciudadanos”; y en palabras de Schumpeter (1942), “la democracia es un arreglo institucional para llegar a decisiones políticas, donde los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto de la gente”.

La definición es encantadora. Un régimen que empodera a la gente en lugar de dejar que una sola persona tenga autoridad ilimitada o no contralada sobre los demás, y donde pocos actores definen la forma de acceder al gobierno y tomar las decisiones (tal y como se define una dictadura) suena razonable; sin embargo, lo cierto es que existe un mito que ronda y engrandece la democracia aun cuando sus efectos pueden ser nulos e incluso indeseables.

Centrándonos únicamente en lo económico, aunque la discusión ha sido amplia, no existe un consenso que permita establecer una relación positiva entre democracia y crecimiento. Dicho de otra forma, aunque existan países con regímenes dictatoriales extremadamente pobres, existen también casos con desempeños más que notables (Singapur, por ejemplo), así como toda suerte de resultados en materia de crecimiento y desarrollo al realizar comparaciones entre democracias. Estudios recientes, como el de Jacob Madsen y compañía (2015), sugieren que la democracia es un factor no despreciable del crecimiento económico de los países. Por otro lado, destacados investigadores como Yasheng Huang del Sloan School of Management del MIT, concluyen que la liberalización política ha retrasado más que estimulado el crecimiento en el mundo no desarrollado, citando los casos concretos de China e India.

No existe tampoco una relación clara entre la democracia y la apertura económica. Muchas economías democráticas se consolidaron utilizando prácticas comerciales proteccionistas, mientras que otras lograron su apertura comercial durante las dictaduras. Para no ir muy lejos, Chile se convirtió en uno de los pioneros del neoliberalismo en la región, y uno de sus casos de éxito, justamente durante el régimen de Augusto Pinochet. El país del sur del continente fue denominado el “Milagro de Chile” por el Nobel de economía Milton Friedman quien, como dato curioso, fue el director de los “Chicago Boys”, el grupo de economistas artífice del modelo de política económica del hermano país durante el periodo de la dictadura.

Las democracias tampoco tienden a ser más eficientes en los procesos de toma de decisiones frente a otros tipos de gobierno. Existen casos en los que la toma centralizada de decisiones puede conducir a resultados rápidos y favorables al bienestar común, lo cual es un punto a favor de las dictaduras. Así mismo, vincular la gobernanza y la democracia en un único sistema es una tarea muy compleja que requiere una tremenda fortaleza institucional (en particular a nivel de los gobiernos locales) lo cual no es ni de cerca el caso colombiano.

En muchas ocasiones la democracia participativa que tanto defiende la Constitución puede convertirse en una piedra en el zapato para la ejecución de proyectos estratégicos, lo cual es el pan de cada día en la construcción de infraestructura, equipamientos sociales y comunales en el país. Con esto no digo que no deban ser respetados los derechos de minorías, donde las comunidades indígenas son claves; sin embargo, es común que obras de suma importancia para las ciudades se vean bloqueadas por grupos de vecinos que, bajo la bandera del interés común, protegen su interés particular.

Como segundo dato curioso, no es extraño escuchar a los abuelos decir que el mejor presidente que ha tenido Colombia ha sido Gustavo Rojas Pinilla (habrá alguno que otro despistado que diga que Álvaro Uribe), ya que bajo la dictadura militar se generaron logros muy importantes en la historia de país. Solo por mencionar algunas de las grandes obras, se tiene la creación de la Universidad Pedagógica Nacional, la Televisora Nacional, se construyó el Aeropuerto Internacional El Dorado, el CAN, el Hospital Militar, además de importantes obras en las regiones.

Finalmente, se han logrado establecer links entre la democracia y menores niveles de desigualdad y de corrupción, lo cual es consistente con la dictum de Acton, la cual reza que “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Sin embargo, nuestro país parece ser la excepción a la regla en ambos aspectos. Aun cuando nuestro sistema político enfrenta problemas en su frente de contestación, referido a los derechos civiles, lo cierto es que es casi un consenso el hecho de que Colombia es un país democrático según los índices encaminados a la medición de los regímenes a nivel internacional[1]. No obstante, nuestros indicadores de desigualdad, donde el más famoso es el índice de Gini, se mantienen entre los más elevados del mundo y la percepción de corrupción es creciente entre ciudadanos y empresarios. Lo anterior, es apenas una muestra de que la democracia no necesariamente es conducente a mejores resultados en ninguna de las áreas mencionadas para nuestro país.

Da la impresión de que Colombia sería un país desigual y con altos índices de corrupción independientemente del régimen político vigente. Sin embargo, resulta importante reflexionar sobre las tan mentadas bondades de la democracia que nos han vendido los promotores de la libertad. Regímenes muy participativos y liberales no siempre son favorables para mejorar el desempeño de los países y, en muchos casos, pueden atentar contra la eficiencia económica y la capacidad de toma de decisiones de los gobiernos.

Fuentes

Barro, R. J. (1999). Determinants of Democracy. Journal of Political Economy, 107(S6), pp. S158–S183.

Clark, W. R., Golder, M., & Golder, S. N. (2012). Principles of Comparative Politics. CQ Press.

Madsen,J., Raschky, P., Skali, A. (2015). Does democracy drive income in the world, 1500–2000?. European Economic Review.

Schmitter,P.C., Lynn Karl, T.(1991). What Democracy Is…and Is Not. Journal of Democracy, Volume 2 (3), pp. 75-88.

Schumpetter, J. (1942). Capitalism, Socialism, and Democracy. New York Harper Perennial.

http://www.cipe.org/blog/2008/06/30/does-democracy-help-or-hurt-economic-growth/#.VlhD7naKHIU


[1] En efecto, es posible medir los grados de democracia de los países. Para más información puede consultar índices como el D-D, Polity IV o Freedom House.

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