El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Vivir solo no es como lo pintan

Por: Chejo Garcia
Facebook: El Mal Economista
Twitter: @maleconomista  @ChejoGarcia
Instagram: @maleconomista 

Twitter: Independizarse de los padres es el nuevo ‘sueño americano’. Sin embargo, las películas y series de televisión nos han engañado todo este tiempo. Emanciparse, al menos en principio, no es algo fácil ni agradable.

chejo

Foto tomada por el autor

Por razones laborales mis padres se fueron a vivir a otra ciudad. Eso, a mis 27 años, significó la independencia. Una independencia obligada e inesperada que, en principio, vi como la libertad total y, por qué no, el descontrol. Qué equivocado estaba.

Tuve la fortuna de conseguir un apartamento triple B: bueno, bonito y barato. El único detalle es que estaba vacío. Mis pertenencias eran mi cama, mi ropa, mi computador, mis libros y algunos corotos que heredé de mis papás en su infinita generosidad. Además, contaba con algunos ahorros que iba a usar para viajar fuera de Colombia con mi novia de ese momento. Éstos me ‘salvaron la patria’.

Aprovechando algunos descuentos, de esos que dan por acumular puntos con la tarjeta de algún almacén de cadena, conseguí a buen precio una lavadora, una nevera, un estante para los libros y una licuadora. Adiós a mi viaje fuera del país.

La sala era la atracción principal de todo el apartamento: tenía una pequeña butaca de estructura metálica y superficie de madera (mi mesa de centro) y dos sillas plegables de tela (mis sillones).

El primer día de independencia no fue el esperado. No hubo inauguración, pequeña fiesta o cena con amigos. La despedida de mis padres se dio en un momento difícil: el fallecimiento de mi abuelo. Esa noche llegué al apartamento y el saludo habitual, ese «Buenassss», fue respondido por mi compañero de apartamento, el eco, con un «Buenas, enas, enas, enas…». No recuerdo haber experimentado tanta soledad en algún otro momento de mi vida.

La nevera, que yo imaginé llena de fruta fresca, verduras y algunas cervezas, tenía en su interior un par de tomates, limones, algo de cebolla y cubos de hielo. Ahora tendría que pensar en cada desayuno, almuerzo y cena. Mi presupuesto no daba para comer por fuera todos los días. Como diría Luis Vidales en su poema “A Luis Tejada. Elegía humorística”: «Y mi saco/ –guillotinado en el ropero–/ está desmadejado/ y sus bolsillos/ ¡oh sus bolsillos!/ ¡me sacan la lengua sus bolsillos!».

De mi salario mensual debía –y todavía debo– descontar lo del arriendo, administración, luz, agua, gas, telefonía e internet, mercado, transporte y tarjetas de crédito. Poco a poco fui adecuando mi hogar. Compré dos sillones de segunda, mi mejor amigo me regaló un sofá-cama que alguien le había obsequiado por su vetustez (nada que una tela no pueda tapar). Ese alguien, supe después, era el pintor colombiano Marcelino González. ¡Tengo el sofá-cama de Marcelino González!

Ahora debo decidir entre salir un viernes en la noche o tener para pagar la comida de una semana o el transporte de todo un mes. Lo que no dejo es la costumbre de estar comprando libros. No puedo. Sin embargo, encontré soluciones: librerías repletas de tesoros escondidos (segundazos) y bibliotecas.

Tampoco voy a decir que no salga nunca o que viva en condiciones precarias. Al principio fue difícil, es cierto, pero todo, opino, es cuestión de ser organizado, adaptarse a los cambios y saber cuándo relajarse, dejarse llevar por la corriente, y cuando ir en contra de ella. Entendí que la libertad debe ser responsable, que hay que vivir todas las experiencias y aprender de ellas. Nada es como lo pintan.

También le puede interesar:

 

Los desafíos que nos aguarda la interesante Paz

 

Comentarios