El Mal Economista

Publicado el juanrubio22

Una política destructiva y un desenfoque social

Por: Daniel Alfonso

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Desde el día en que la estudiante de la Universidad Nacional, Sara Abril, encaró “valientemente” al presidente Juan Manuel Santos con “argumentos” ya pronunciados por el senador Jorge Enrique Robledo, he puesto un poco más de atención a los anuncios, peleas, tweets, noticias y demás cosas que tengan que ver con las diferencias políticas e ideológicas de la esfera política colombiana. La polarización social colombiana hoy en día ha alcanzado niveles alarmantes y se denota en situaciones como las antes mencionadas, o en el día a día del uribismo en donde, escudarse en una “persecución política”, es su forma  para que los seguidores los apoyen incluso cuando no demuestran con argumentos sólidos su defensa, o al menos eso es lo que se evidencia en lo que he podido escuchar y leer. Igualmente, esto no es sólo una estrategia del uribismo; desde los días en que el ex-alcalde Gustavo Petro utilizaba la plataforma Twitter para hacer creer al pueblo que era una víctima de la “oligarquía”, se generaba una división muy fuerte de opiniones entre los bogotanos que al final de cuentas sólo era una cortina de humo para no hacer frente a las fallas de la administración distrital. Un claro ejemplo de esto fue cuando se anunció con bombos y platillos una medida utópica en donde se bajaba el precio de Transmilenio con estudios de dudoso análisis financiero que, al final, fue tan mal pensada que tuvo que eliminarla, claramente esta vez sin ningún tipo de anuncio o aceptación del error.

De todas formas la buena o mala gestión del Polo Democrático en Bogotá no es el tema central de este texto, el propósito es ver, desde el punto de vista de un ciudadano, cómo la política colombiana se ha convertido en una pelea de niños donde el único argumento de peso para no estar de acuerdo con las ideas del contrario es no pertenecer al mismo partido. El tema de la alcaldía de Bogotá en principio tenía cierta gracia, pero pasados 3 meses, ver a Gustavo Petro twittear hasta fotos de hace 3 años ya se ha vuelto patético. Argumentos populistas como el de Sara Abril han empezado a volverse fastidiosos, pues simplemente buscan caer bien sobre un nicho de la sociedad que, al estar cansados de la ciudad, de la situación económica o simplemente cansados de todo y que sumado a la pereza colombiana de leer e informase más allá de lo que nos dicen en primera plana, buscan culpables en aquellos que consideran como ricos y poderosos pues el éxito de dichas personas hace pensar que tienen la responsabilidad de salvar a aquellos que no se sienten conformes con lo que tienen.

Hasta cierto punto echarle la culpa a los de arriba o a los que no le regalan cosas al pueblo es mucho más fácil, pero al final el buscar un mea culpa y el saber aceptar las falencias propias es lo que realmente lleva al progreso y a la unión. Como economista y ciudadano, estoy de acuerdo con que el estado debe proveer ciertas cosas básicas al pueblo y esto debe ser oportunidades como la educación. Al dar oportunidades la sociedad empieza a crear sentido del trabajo y de superación, mientras que si se regalan cosas se crea conformismo y cultura del dinero y la vida fácil. Ciertamente, esto último suena muy bonito: para muchos el ver un cheque mensual por no hacer nada sería la definición de vida perfecta, pero, en la vida real, regalar cosas sólo produce una destrucción a largo plazo de una sociedad que se acostumbra a no trabajar. Esto, sumado la división política que vive Colombia, crea una mezcla para un país anárquico que, a mediano plazo, sería insostenible económicamente.

Hoy por hoy Colombia se encuentra en una histeria social que se ha visto agravada por fenómenos externos como el niño y el fortalecimiento del dólar frente al peso. Cuando me refiero a histeria es porque actualmente cualquier noticia, chisme, anuncio u otro tipo de comunicado que sea motivado por política, es aceptado como verdadero y virilizado sin antes tener certeza de su origen o motivación real. Pero más allá de esto, nos encontramos al borde del colapso porque tenemos una sociedad que espera todo regalado y se escuda en políticos populistas que buscan el poder manipulando un pueblo cansado y poco analítico con promesas de una vida mejor. Esto, además de crear políticas que pueden desfalcar económicamente a la sociedad, también origina un odio de clases que hace más difícil el progreso de la sociedad en todos los ámbitos.

Bogotá no es sólo la capital del país sino también un claro reflejo de lo que puede llegar a ser una política que no piensa en el progreso sino en polarizar al pueblo para que no apoye a sus contrincantes políticos sin importar si tienen buenas o malas ideas. El cambio de administración ha llevado a una continua lucha virtual de quien es el que tiene mejores ideas o quien ha hecho más por la comunidad, esto sin darse cuenta de que lo que necesitamos en este momento es la unión de dichas ideas para crear una unidad política que realmente tenga un impacto positivo en la gente.

Al escuchar la prepotencia con la que se expresan personas colmadas hasta el tuétano por su ideología política como lo son Gustavo Petro, Jorge Enrique Robledo y sus pupilos; Uribe y sus dirigidos y otros muchos personajes que escuchamos a diario, me he dado cuenta de que en Colombia no existe la izquierda o la derecha; el liberalismo o el conservatismo, simplemente lo que tenemos en el país son grupos de personas que buscan refugiarse en un idealismo para atacar a la personas que les caen mal. Lo más triste de todo es que estamos en una sociedad tan dolida y frustrada que sigue a estos personajes como si en verdad les importara su tristeza o su felicidad.

Después de todo lo dicho y escuchado he concluido que seguir a nuestras elites por medios como las redes sociales es un hábito destructivo para cualquier persona, pues cada día se escucha algo que busca fomentar el odio en nuestras mentes. Lo que cada ciudadano debería hacer es enfocarse en ser una mejor persona para aportar a la sociedad; no importa si es un gerente, un emprendedor, un mensajero o un ama de casa, lo importante es enfocarse en explotar las oportunidades dadas al máximo y no quejarse con aquellos a los que no les importa sobre lo que no se llegó a ser o lo que no se tiene.

Está claro que existe una gran cantidad de personas con muy pocas oportunidades, pero si dejamos que nuestros líderes usen los recursos destinados para solucionar esto en políticas que buscan simplemente atraer la atención, y nos dejamos engañar por esto, no lograremos un cambio real y eficaz. La forma prepotente en que se hace política en Colombia demuestra que, la mayor cantidad esfuerzo, se enfoca en mantener el estatus de perfeccionismo en vez de mejorar la realidad de la sociedad, pero además demuestra que dicha sociedad no posee una cultura progresista dispuesta a exigir un cambio real que se vea apoyado por el trabajo individual. Si exigimos sin merecerlo no nos diferenciamos mucho de los taxistas (no todos) que pretenden que el estado les permita tener un monopolio sin esforzarse por mejorar el servicio y el trato a los consumidores.

 

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