Este año, exactamente el 31 de octubre, se recuerda que hace 500 años un sacerdote y profesor universitario alemán tuvo el valor de desafiar con valentía el poder del papado y del Sacro Imperio Romano Germánico.
Columnista invitada: Heide Cortés, Iglesia Luterana Congregación San Mateo
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Me gustaría invitarlos a un viaje por el tiempo a la Alemania de finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI.
En esa época, Alemania no existió como la conocemos hoy. Era una estructura política llamada el Sacro Imperio Romano Germánico. Se extendía por toda Europa central desde las costas del mar del norte hasta Roma en el sur y desde la actual Francia hasta partes de Polonia, Bohemia, Austria y Eslovenia.
No existió una unidad nacional ni un idioma común. Muchos reinos, principados y también ciudades imperiales libres formaron un tapiz colorido de diferentes identidades, dialectos y lenguas.
Es el final de la Edad Media, el comienzo del Renacimiento. El comienzo de las conquistas de América y del mundo. Era la época en la cual todo se comienza a cuestionar.
En España, los Reyes Católicos decretaron la conversión forzosa al cristianismo de los judíos y la expulsión o ejecución de los que se negasen. Más tarde también obligaron a los musulmanes a convertirse al cristianismo. La inquisición, un instrumento eficaz para lograr estas metas, otro evento europeo de la Edad Media, se usó muy intensamente.
En aquel entonces, en el año del Señor de 1483 nació en Eisleben, una ciudad muy pequeña de más o menos 4000 almas, Martin Luther, o como se le llama en español Martín Lutero. Su padre alcanzó una vida acomodada para su familia. Así envió al joven Martín a varias escuelas de la región.
En 1501, a los 18 años, Lutero ingresó en la Universidad de Erfurt, una de las más prestigiosas de la Alemania de esta época. Siguiendo los deseos de su padre, se inscribió en la Facultad de Derecho de esta universidad. Pero todo cambió… De repente, en el año 1505, tomó la decisión de convertirse en monje agustino, aún en contra de la voluntad de su familia.
Comenzó a estudiar la Biblia y trató de agradar a Dios. Se dedicó con mucha intensidad al ayuno, a las flagelaciones, a largas horas en oración y a la confesión constante. Cuanto más intentaba agradar a Dios, más se daba cuenta de sus pecados. Muchos diablos y escrúpulos de conciencia lo acompañaron toda su vida.
Su superior decidió: este hermano debe estudiar. Así, Luther comenzó a estudiar teología primero en Erfurt y después en Wittenberg. En esa época, Wittenberg era la capital del pequeño ducado de Sajonia-Wittenberg, la cual se convirtió en su domicilio para el resto de su vida.
Alcanzando el título de Doctor, dictó clases sobre diferentes partes de la Biblia, entre ellas las Epístolas de Pablo. Y, muy de repente, encontró la respuesta a su búsqueda:
La salvación está solo en la fe, no en las obras; la gracia de Dios es su infinita piedad, no la hipocresía de los fieles para conquistarla con halagos y penitencias. El amor y la gracia de Dios no se pueden comprar ni con dinero, ni con obras, ni con flagelaciones, ni con promesas, ni arrastrándose de rodillas a algún “santuario”. La gracia, el amor y la misericordia de Dios se pueden recibir únicamente como regalo.
Martín Lutero vivió escandalizado por la corrupción de la Iglesia católica, por ejemplo, con las indulgencias. Escribió 95 tesis en las cuales explicó todas sus preocupaciones al respecto. Mandó esos escritos a sus superiores por la vía jerárquica. Lo de clavar sus tesis a la puerta de la iglesia del castillo, parece más bien una leyenda. Claro que hoy en día se encuentran fundidas en bronce sobre la puerta, que ya tampoco es la original.
El invento de Johannes Gutenberg de la imprenta con letras móviles, un poco más de 60 años antes, ayudó para su pronta divulgación en todas partes, inclusive traducidas al alemán. El Papa lo excomulgó. El emperador Carlos V convocó a Lutero ante la Dieta Imperial de 1521 en Worms. Se le pidió que se retractase de sus escritos. Su respuesta fue: si me pueden comprobar con la Biblia de que estoy equivocado, lo haría. Si no, no. Que Dios me ayude. Amén.
Poco después realizó una de las obras más importantes y útiles de su vida: la traducción de la Biblia al alemán. Durante el tiempo de su refugio en el castillo de Wartburg escribió el Nuevo Testamento en un alemán entendible para todo el mundo.
Hizo que la Biblia fuera el libro del pueblo en la iglesia, la escuela y el hogar. Lutero creía que la salvación solo se logra mediante la fe personal y la lectura directa de las Sagradas Escrituras y que cualquier persona tenía derecho a leerlas y estudiarlas, sin depender del magisterio de la jerarquía eclesiástica. Por eso pidió que todo el mundo aprendiera a leer, no solo los niños sino también las niñas, en igualdad. En su pensamiento, cada cristiano bautizado es un sacerdote. Por lo tanto, todos son iguales ante Dios y no es necesario un celibato.
Lutero nunca buscó el poder político ni la separación de la iglesia. Sin embargo, otros sí se aprovecharon de la situación. En esa época mucha gente buscaba un pretexto para no pagar más impuestos al papa, para salir de la hegemonía eclesiástica. En Lutero encontraron la disculpa perfecta.
Comenzaron varios siglos de las así llamadas guerras religiosas, que en realidad siempre han sido guerras por el poder, porque no hay guerras religiosas. Al final la iglesia católica perdió su poder absoluto, los protestantes se dividieron en varios grupos y el mundo cambió por completo sus fronteras.
Lutero no ha sido ningún santo, sino un hombre de carne y hueso con un lado muy bueno y también con muchísimas fallas. Se equivocó profundamente en su antijudaísmo extremo, que parece que en esa época era normal. Ahora, si miramos simplemente a España y su inquisición, la iglesia luterana alemana se distanció completamente de estas ideas.
Lo que otros han hecho de estas opiniones muy drásticas de Lutero es la responsabilidad de cada uno. Un antisemitismo como lo conocimos el siglo pasado en Alemania no existió hace 500 años. Pero es un hecho que hace cinco siglos, las tesis de Lutero afectaron el pensamiento de muchos, transformaron instituciones antiquísimas, y determinaron que el mundo nunca más sería igual.