El Mal Economista

Publicado el EME

si es que algún día soy profesor de Economía

Por: Alejandro Huertas 

 

Debo admitir que éste es mi primer acercamiento a espacios de opinión de este tipo; si bien cuento con un perfil de Facebook y una cuenta en Twitter, nunca le había dedicado tiempo a escribir en un blog. Tal vez es que no encontraba la motivación, hasta hoy. A propósito, lo que quiero compartir hoy va muy de la mano con la motivación. Cuando estaba recién graduado del colegio y empezaba a asistir a mis primeras clases de universidad, comenzó a aparecer de todas las formas y con todos los ejemplos posibles que caben en la –a veces corta– imaginación de un profesor de Economía la idea de comparar costos con beneficios. Según ellos me decían, así es que yo decidía cuantos postres comprar, comparando lo bien que me iba a sentir comiéndome el dulce con lo que me costaba el mismo; eso me parecía raro, yo solo buscaba mi dulce si me antojaba, sin pensar si lo que iba comprar era más placentero de lo que me costaba. Parecido pasaba cuando decían que así mismo se comportan las empresas, decidiendo si fabricar un producto más era más caro en comparación a lo que la empresa cobraba por este. Al final, a fuerza de repeticiones y años de estudiar lo mismo uno termina entendiendo.

Sin embargo, si es que algún día soy profesor de Economía, espero no seguir la tradición de quienes me enseñaron y tratar de dejar más clara la motivación de las personas a la hora de elegir. Es más, creo que encontré el ejemplo que más lo ha dejado claro, y todo gracias al saturado y deficiente servicio que ofrece Transmilenio (TM), hay que ver el vaso medio lleno dicen. Imagine el lector que se encuentra en una de las principales estaciones del sistema en hora pico y que adicionalmente la ruta que esperan todos sus compañeros de suplicio no ha pasado en más de 40 minutos (si nunca ha estado en esta situación lo invito a imaginarse la asistencia masiva a un concierto, con todos los empujones y el calor humano, pero sin la presentación de ningún artista en absoluto). Aquí viene el primer ejemplo; para quien está justo en la puerta de acceso al bus el beneficio de estar parado aguantando a sus acompañantes de atrás moverse, estrujarlo y hasta lanzar improperios, es ínfimo  en comparación al costo de salir a la calzada exclusiva a impedir el paso de los buses en forma de protesta. Lo anterior ilustra la motivación para el inicio de una manifestación en contra de Transmilenio.

Pero el ejemplo no acaba ahí necesariamente, puesto que frente a esta situación, las personas que estaban a punto de ingresar al sistema, o quienes ya están dentro pero no están protestando, pueden tomar su propia elección. Pueden comparar los pros de esperar a que se disuelva la manifestación y hacer uso de TM con los contras de buscar un medio de transporte alternativo; en esa ocasión hubo quienes se fueron en bus o taxi, o quienes –como yo– se quedaron a esperar y ver. Precisamente ese esperar y ver fue el que me trajo la inspiración de esta entrada, dado que al parecer, quienes resuelven las manifestaciones en Transmi saben de economía, o aprendieron en el proceso. Ellos, los empleados de Transmilenio, encontraron una forma de aumentar los costos de los manifestantes en relación a sus beneficios de una manera muy sencilla. Y es que, qué hace usted como manifestante furibundo y cansado de esperar cuando le ofrecen un bus vacío únicamente para usted y sus compañeros de protesta, para que se vaya sentado y llegue a su casa rápido, con la única condición de que deje pasar los buses y circular el sistema. Yo compararía esa silla vacía, que es bastante escasa en estos días, con lo que gano si sigo haciendo trancón, y definitivamente me iría, tal y como hicieron los manifestantes de esa noche. Creo que aquellos encargados de la logística de TM resolvieron ese problema como experimentados economistas.

Al final de esa noche solo me quedó decirle a Transmi gracias por llevarme tarde a mi casa ¡ah! Y por el ejemplo también.

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