El Mal Economista

Publicado el silvamapaula

Si el vivo vive del bobo, ¡prefiero ser de los bobos!

Por: María Paula Silva H.

@silvamapaula

 

En Colombia, el costo de ser bueno aumenta a diario. Parece que las instituciones premiaran la trampa por encima de las buenas costumbres y que, si usted se esfuerza por cumplir las reglas impuestas para no crear caos, probablemente el único que termine en él sea usted mismo.

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Tomada de: http://www.caracol.com.co/noticias/bogota/este-es-el-recuento-del-problema-de-la-doble-tarjeta-en-transmilenio/20140507/nota/2212852.aspx

Uno de los primeros conceptos que aprenden los estudiantes de economía está relacionado con las preferencias, pues la interacción de éstas, por parte de todos los agentes, determinará el curso final de los mercados; es más, algunas versiones que pretenden definir esta ciencia (si usted es de quienes piensa que lo es), declaran que es la ciencia de la elección. Yo no estoy muy segura sobre si es ciencia o no, pero definitivamente todos los supuestos y modelos que con base en ellos se construyen, se fundamentan en las preferencias y por tanto, en las elecciones de las personas.

Así suene raro, la economía cobija muchas de las posibles elecciones (en cuanto a transacciones) que un individuo elige para su vida: comer una hamburguesa, vender un carro, pagar impuestos. Sin embargo, me pregunto si la elección “hacer trampa” está incluida.

Como son tantos los escenarios posibles para hacer trampa, escogeré uno que sonará muy familiar para los habitantes de la capital que usan Transmilenio. El lector puede pertenecer tanto al grupo que decide pagar su pasaje, como al otro; en otras palabras, ser de los bobos o de los vivos. De ahí, que pueda presenciar la molesta sensación al ver que una persona entre sin pagar el pasaje (cosa que usted sí hizo), o los estúpidos borregos que además de pagar el pasaje, se esmeran en respetar las filas o tratar de no empujar, según sea el caso.

En este punto, resulta pertinente aclarar que me declaro un usuario de Transmilenio del grupo de los pendejos (y que le pido disculpas de antemano si usted es de los míos). Sí, de quienes hacen la fila, pagan el pasaje, y se ofuscan sobremanera al notar que en ocasiones son más quienes hacen un raro movimiento del torniquete y logran pasar, que quienes sacan de su bolsillo una tarjeta. La molestia cobra sentido al pensar cuánto dinero se pierde a causa de una libre elección que tomaron los usuarios ‘vivos’ y, además, al notar que a pesar de que la infracción suceda, esas personas ocupan espacio en el sistema. Lo anterior, no solo contribuye a su característica congestión, sino que sentencia la posibilidad de que ocupen sillas (rojas e incluso azules), que se cuelen de nuevo en las filas de entrada a los articulados y que, en determinados casos, resulten ganando beneficios de un trabajo informal, del cual una derivación contraproducente para la sociedad es el robo.

¿Será que el sistema de transporte, en el momento de su creación, consideró que una elección posible era decidir no pagar por el servicio prestado, y tomar el derecho de usarlo gratis? Mi sospecha es que no, pues en este caso, el Estado (o la alianza público-privada) también fue ingenuo. Si bien es posible que el precio del pasaje capture un sesgo por posibles pérdidas, no creo que se haya calculado la situación actual del sistema Transmilenio; esta, no solo resulta decepcionante en cuanto al mal manejo de los recursos, sino por los valores que ahora lideran el heroísmo cívico de las familias. Es triste ver que los padres impulsan a sus hijos a este tipo de violaciones contra las normas, que fácilmente podrían convertirse en futuros violadores de la ley.

Ahora, las elecciones individuales son gobernadas por un ‘soy capaz de hacer trampa al sistema’ sin sentido, pues además de ser transitorio, está contrariando los principios éticos que deberían estar implícitos en la libre elección de los individuos. Además, si las elecciones individuales se construyen bajo estos preceptos, no es para menos que las elecciones sociales reflejen un descontento y un malestar hacia el sistema, que de algún modo oculta una rabia profunda hacia las decisiones gubernamentales.

La pregunta que le hago aquí es si considera más grave la falta de cultura social o la falta de buses del sistema en hora pico, por decir algo. Yo considero ambas fallas fatales para el funcionamiento del sistema, pero creo que si usted siguiera sus principios éticos y respetara las convicciones de los demás y hasta de los suyos, la falta de buses se torna un problema de fácil solución. Si se quiere de otra forma: si bien hay fallas estructurales que requieren atención, creo que otra parte del problema está en los usuarios, así que deje de criticar y chiflar cuando deja de pasar el bus que usted necesita, y pregúntese qué necesita el sistema de usted para mejorar.

Prefiero pertenecer al grupo de los bobos que de los vivos, pues pagar un pasaje no me hace mejor persona pero dejar de hacerlo no permite que lo sea. Lo invito a que se pase a este grupo, que quizá ahorra menos pero no enseña malos hábitos a sus hijos, y espera que el Estado, o ‘el otro lado’ del problema, actúe de forma benevolente para solucionar lo que ahora solo se logra con un aumento de precios por su culpa.

 

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