El Mal Economista

Publicado el El Mal Economista (EME)

Relato de un hombre ansioso

Es posible que la mente avance hacia un precipicio que es la locura; e incluso cuando se es consciente de eso, puede ser casi imposible alterar la dirección hacia esta. En este escrito, relataré con la mayor cantidad de detalle y reflexión posible cómo durante algunos años de mi existencia un trastorno – la ansiedad -, se apoderó de mi mente, y también cómo logré escapar de sus efectos más fuertes.

imagen-1Destino, Salvador Dalí

Por: Anónimo

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I. El Escape

Constantemente, y quizás desde niño, tuve la idea de que era un rey que por desgracia había nacido en terrenos humildes, así que exigía que se me tratara así. Pretendía que se cumplieran mis órdenes y deseos con poco esfuerzo de mi parte. Presionado, además, por una intensa sed competitiva, una obsesión por los números y por la poca empatía que las personas más cercanas sentían hacia mí, había edificado un infierno dentro de mi mente.

Renuncié durante algunos años a la realidad externa porque esta no era como yo la quería, y como no hay rey sin súbditos, esta ilusión me llevó a un profundo disgusto con el mundo real: cuando pretendí atraer personas, con mi comportamiento más bien lograba alejarlas; cuando pretendí lograr admiración de los demás, en realidad causaba fastidio, hasta el punto de terminar hablando muchas veces en monólogo. En muchas ocasiones tuve tantas ansias de correr y alzar mi voz sin darme cuenta que terminaba perdido y sin entender lo que hacía. Las burlas de mis compañeros terminaron aislándome casi que completamente.

Pero en vez de dejar de negar la realidad, el rechazo de los demás me volcó aún más hacia mi interior. Decidí seguir mis propios pasos: ya que el mundo me parecía tan hostil por haberme negado la posibilidad de ser un rey, lo que había que hacer, según mi opinión en este entonces, era construir un mundo que sólo yo pudiera imaginar y donde únicamente yo fuera el rey de todas las cosas. Había que echar el mundo real por la ventana.

Si antes pocas veces salía de casa, dejé de salir salvo para ir a la universidad. Quería estar solo todo el tiempo, y la compañía de mi familia me era molesta. Empecé a pasar horas y días enteros imaginando paisajes, castillos y figuras geométricas manteniendo los ojos cerrados, después de leer alguna obra de literatura clásica o escuchando el sonido de un piano.  La necesidad de sentirme seguro me había llevado a extremos inimaginables: yo, en una escena, caminando sobre una playa al amanecer escuchando el sonido de las gaviotas, bajo una rojiza aurora, controlando como si fuera un director de cine lo que debía existir o no.

Pronto empezaron a aparecer en mi cabeza escenas involuntarias. Fui perdiendo poco a poco mi capacidad de control. Fueron varias las noches donde escuchaba voces dentro de mi cabeza culpándome de mi desgracia, veía aves de hierro revoloteando sobre mi dormitorio o escuchaba determinados sonidos que se repetían incesantemente. Los delirios de persecución y rechazo de los demás se habían vuelto comunes.

Empecé también a perder fácilmente la memoria de las cosas, hasta el punto de tener que hacer muchos esfuerzos para retener lo que otros decían. Hablaba cada vez menos con las personas, y cuando se me podía entender algo que decía era con mucho esfuerzo. Dormía muy pocas horas, hacía movimientos repetitivos con sus manos o piernas y el sudor me sofocaba a menudo. Mi alto rendimiento académico, del que me sentía muy orgulloso, empezaba a caer.

Ante tantas imágenes fragmentabas que perturbaban a menudo mi mente, la imaginación me permitía combinar multitud de palabras, sensaciones o descripciones, pero el desorden era tan fuerte que muchas veces no podía concluir casi nada. El caos que me producía la desconexión de la realidad era permanente, y las palabras que decía ya no hacían referencias a objetos externos sino a lo que la mente me indicaba que existía.

Un día, encontré en un libro de Dostoyevsky, El Doble, la pintura más perfecta de mi distorsionada mente convertida en prosa. A través de Y. P. Golyadkin, había visto a lo que le podían llevar mis deseos y conductas. Había visto el fin de mi existencia: imaginándose conversaciones e infortunios constantemente y con la mente agotada, el personaje no sólo sintió rechazo por parte de la persona que amaba, sino que pasó los últimos días su vida lejos de su puesto de trabajo como funcionario burocrático, encerrado en un sanatorio. Ese final me parecía tan cercano y terrible que no podía dejar de pensar en los caminos que me quedaban. “Cada día que pasa, veo más lejos el día en que pueda vencer mis egoístas deseos”, me decía a sí mismo, “he perdido la fuerza para controlar mis impulsos, hasta el punto de marchar hacia un abismo”.

II. El Regreso

Tratando de huir de los lugares habituales que frecuentaba, me mudé a otra ciudad a estudiar algunos semestres como estudiante de intercambio. Preocupado por lo que me podría ocurrir, y con una fuerte resistencia a tomar medicamentos, empecé a pensar que mi vida debía tomar otro camino. Era un último esfuerzo el que mi débil mente me solicitaba a gritos.

Estuve cerca de dos meses haciendo tareas monótonas, encerrado en mi nueva habitación o sentado durante horas en una cafetería después de salir de clases, no sólo meditando sobre varios capítulos de ese libro, sino también leyendo e imaginando relatos y canciones. Pero pronto empecé a pensar también que, ya que había tomado la decisión de cambiar de compañeros de universidad, mi relación con ellos podía ser diferente. Ausentes las burlas, era posible ser un hombre con una personalidad diferente.

A pesar de mis recaídas, mis primeros esfuerzos fueron tratar de construir discursos coherentes. Las exposiciones que hacía a mis compañeros, las conversaciones que tenía con los profesores y compañeros de casa eran interesantes, según me decían, y me sentía más rodeado de personas que antes. Antes que pretender sorprender a los demás, mi principal preocupación era que aquello que dijera fuera entendido por mis interlocutores. Las cosas más simples, poco a poco, me empezaron a parecer placenteras.

Otros de mis esfuerzos se centraron en volverme más diestro en el análisis numérico. Ciertamente fue muy difícil conseguirlo, pero un año y medio después, cuando regresé a mi ciudad de origen a retomar clases para terminar mis estudios, lo había conseguido con ayuda de varios libros de guía. Y ello me permitió conseguir un trabajo cuando terminé de estudiar.

Pero el mayor logro conseguido, después de dos años de intensa meditación, fue haber dejado de sobreponer aquellas cosas que imaginaba persistentemente sobre las cosas que realmente existían: haber eliminado dentro de mi mente las figuras geométricas que se aparecían en mi cabeza cuando escuchaba melodías y en cambio recordar momentos de mi vida; dejar de pensar en consecuencias trágicas de los infortunios que sucedieron y más en tratar de resolverlos con inteligencia; haber entendido que la lucha por mi existencia tenía que llevarse a cabo en el mundo real y no en el que imaginaba. Todas mis expectativas tenían que dar frutos en el mundo real y no en ensoñaciones. Debía tener dominio de mí mismo.

Durante algunos años, entonces, la lucha por lo que pretendí llegar a ser se había convertido en un impulso auto-destructivo que había logrado revertir. Y antes que verme a mí mismo como un rey con súbditos, veo ahora en todas las personas reyes también, es decir, que no veo reyes.

III. Un mensaje al lector

Hay que aprender a escucharse y reprenderse a sí mismo, y ser humilde hasta el punto de ser capaz de aceptar lo que realmente somos. Y también hay que luchar intensamente para que la realidad que nos rodea sea más amena, más controlable bajo el dictamen de nuestros ideales. Creo entonces que por medio de una intensa reflexión propia es posible controlar, sino curar totalmente, una buena parte de este tipo de trastornos. Lamentablemente los estigmas de la sociedad nos tratan de hacer pensar que nada se puede cambiar, y por tanto impiden esta reflexión. Debemos luchar contra esta normalización.

En medio de todo, puedo confesar que es posible hacer viajes fascinantes por nuestro mundo interior. Una imaginación enriquecida es tal vez el único y mejor regalo de aquellos tiempos. Explorar la mente de uno mismo en busca de objetos sin perder de vista el mundo real, ciertamente, nos hace profundos.

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