Por: Javier Ardila
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Con el cierre de la frontera Colombo-Venezolana parece que la historia está condenada a repetirse y que otra cortina de hierro tenga que alzarse en Suramérica. Ojalá no sea este el caso y que en un futuro no nos toque recordar el 21 de agosto de 2015 junto al 13 de agosto de 1962.
En el caso de Alemania la principal razón para cerrar las fronteras fue un problema demográfico, la fuga de cerebros. Hasta antes de que erigiera el muro muchas personas, en especial jóvenes, escapaban del bloque socialista en parte buscando mejores oportunidades y en parte por el temor que le tenían a los Rusos y sus sistemas de represión. Afortunadamente estamos en Suramérica, así que en nuestro caso a ninguno de los dos países los podría tener más sin cuidado que su gente talentosa emigre a otros latitudes. Antes mejor, porque así tienen en que gastar tinta echándose flores cada que uno de ellos triunfa en otras partes. Tangente aparte la problemática en el caso Colombo-Venezolano se origina en el ámbito económico. Ya que estamos llegando al punto donde se empiezan a notar las grandes diferencias entre un sistema cada día más comunista con mercados regulados y de otro capitalista de libre mercado. Y es que lo que está sucediendo en la frontera no es nada nuevo cuando se tienen comunismo y capitalismo tan cerca. En palabras de Gabo en sus crónicas Detrás de la cortina de palo sobre las monedas de las dos Alemanias: „a pesar de que oficialmente el Marco occidental y oriental estaban a la par, en la calle se sabía que el valor del Marco occidental triplicaba al del marco oriental, tasa que se podía obtener en el más formal y serio de los bancos“.
Fuera de lo económico las similitudes continúan. La razón oficial por la que el muro de Berlin fue construido era para que este protegiera al pueblo del fascismo que buscaba prevenir la construcción de un estado socialista en Alemania del este. Tan solo vasta con reemplazar fascismo con paramilitarismo y Alemania del este por Venezuela para ver que casi 60 años de diferencia parecen no haber dado lugar a la creación de una razón más original. O bueno de pronto como dirían algunas personas: „la lucha continúa“, solo que en otro continente y ya sabemos quien va a ganar. También es innegable la motivación políticas de Maduro, él tiene por delante unas elecciones legislativas y anda creando herramientas para alterar los resultados. Aunque a la hora del té para mí esto no es tan importante ya que desde hace un tiempo viene siendo evidente que el régimen socialista llegó a Venezuela para quedarse, al menos por un buen rato. Sí bien muchos dicen, en especial venezolanos, que al régimen le queda poco tiempo, cada año que pasa no solo acallan más estas ideas sino que se vuelve menos probable un giro de 180 grados.
Aquí me quiero concentrar un momento en el gobierno venezolano. A pesar de que a Maduro nos lo pintan como un burro al volante con sus „millones y millonas» o los „milímetros de segundo“ entre muchas otras, creo que es imposible no reconocerle algún mérito. Si bien mientras era canciller, vice presidente, e incluso sus primeros días como presidente se podía decir que todo esto se debía al favor político del presidente Chávez, con cada día que pasa este argumento se vuelve más difícil de sostener. Maduro no solo es presidente desde abril de 2013, hace ya dos años y medio, sino que ha sido capaz de sortear las frecuentes protestas políticas y sociales, la peor crisis de desabastecimiento en Venezuela, además de una caída tan drástica en los precios del petróleo. Más importante aún es que ni siquiera haya habido indicios que hablen de un golpe militar. En mi opinión esto no es porque falten personas deseosas de poder, incluso dentro del mismo gobierno, sino tenemos que reconocer que todo indica que Maduro, „el burro y su pajarito“, tiene todo bajo control. O bueno tan bajo control cómo se puede tener a un país luego 16 años del socialismo del siglo XXI.
Ahora, ya hablamos suficiente de los hechos, regresando a la tierrita tenemos que concentrarnos en que panorama nos deja esta crisis. Lo de Venezuela, por todas las razones anteriores, parece ir para largo. Y si vuelven a abrir la frontera, es de esperarse que la vuelvan a cerrar más adelante y en intervalos más cortos. En el ámbito económico el cierre de la frontera ha sido casi un acto protocolario luego de años de caída en el comercio con el vecino país. Por otro lado si bien el yugo de Venezuela en el resto de Latinoamérica se ha venido aflojando a medida que su músculo petrolero se ha debilitado, votaciones como la que se dio en la OEA nos sirven para ver que las relaciones diplomáticas con nuestros vecinos inmediatos no atraviesan sus mejores tiempos. Cómo decían en algún comentario en la radio: „si con el barril a 40 dólares nos ganaron la votación que habría pasado con el barril a 120“. De manera algo graciosa entonces, dada la comparación con Alemania, veo que en el futuro de nuestro país nos iremos convirtiendo en un Isrrael suramericano. Cuyos aliados, en caso de tenerlos, se encuentran a miles de kilómetros de distancia.
Nos queda entonces esperar que en Venezuela algún día o haya un cambio de régimen, o que abandonen su proyecto socialista a la antigua, o que al menos dejen de buscar en los extranjeros la causa de sus problemas. Pero partiendo del ejemplo de Cuba, de pronto esto es algo que verán nuestro hijos y no nosotros. Afortunadamente tenemos algo a favor en comparación con Isrrael. A diferencia de la relación entre el pueblo Judío y el pueblo Musulman, el pueblo Colombiano y Venezolano, y todos los pueblos que conformamos Latinoamérica o como la llamo José Vasconcelos: „la raza cósmica“, somos inseparables porque somos el reflejo de una misma nación, cómo diría Emil Ciorán: «No habitamos una nación sino un lenguaje, no se confundan, nuestra lengua madre es nuestra verdadera madre patria». Y si ni EEUU, ni Rusia, ni guerras, ni dictaduras, ni drogas, ni colonialismo, ni comunismo, nos han podido separar, mucho menos podrá un régimen en pleno siglo XXI.