Por: Fernando Cárdenas
@FerCardenas
@MalEconomista
En Colombia hemos tenido muchas de las embarradas fiscales más idiotas de la humanidad. Con plata de los contribuyentes hemos contratado magos y chamanes (igual ese sí cumplió como contratista), le hemos pagado la orquesta del matrimonio a la hija del alcalde Ardila, decidimos que los Nule eran tipos del más alto estándar moral y le pusimos uno que otro cupo indicativo a una región no tan santista para que votara por “el presidente de la paz”. Las embarradas que ha hecho el Estado con nuestro dinero, que los contribuyentes pagamos sorteando las indescifrables formas tributarias de la DIAN, son innumerables; pero la solución siempre termina siendo la misma: cobrarnos más para tapar la idiotez. Así es como el Estado nos cobra un ojo de la cara por darnos poco o nada en retribución, y tiene el descaro de ponernos “impuesto voluntario” en los formularios. Este es el día en que voy a hacer mi manifiesto anti-impositivo con el ejemplo más claro, el último bastión de libertad económica que nos queda: el trago.
En Colombia tenemos algo sin precedentes en el mundo. En absolutamente todo el actuar del estado Colombia es una República Centralista, el presupuesto se reparte de forma central, los impuestos se le pagan a un único ente de recaudo, todos los votos para presidente valen igual y no hay un set de leyes diferente para cada departamento (excepto claro la República Independiente del Catatumbo); sin embargo, por alguna estúpida razón, hace mucho decidimos que la industria licorera nacional debía ser protegida de sí misma porque pobrecitos los aguardienteros se les va a acabar el negocio. Así es como en Colombia tenemos un sistema de “estampillas” que se deben pagar cada vez que los licores atraviesan un límite departamental.
Que alguien me explique por favor por qué uno en Melgar (Tolima) me toca tomar Tapa Roja, que sabe a Diablo Rojo, si no quiero que se me explote el bolsillo; pero en Girardot sí hay antioqueño y Nectar. A mí, un niño cachaquito, a mis escasos 18 años me tocó aprender a tomar con Nectar rojo. Esa cosa casi me deshace el esófago, pero como no nací en Pasto o Manizales no pude tomar los buenos aguardientes que tiene este país. Este esquema en el que la forma de proteger la industria licorera regional del coco de la innovación, el emprendimiento y la mejora constante del producto nos ha tenido bajando tragos malos y baratos para poder satisfacer la vena del beber.
Este esquema retrógrado y de un proteccionismo que obedece al populismo de principios del siglo XX llegó a su punto de quiebre hace muy poco: Les cuento el chisme para que se enteren. El comercio internacional tiene una serie de regulaciones que parten del principio de que la actividad importadora y exportadora debe ser justa de acuerdo a una serie de acuerdos. Hay también un organismo internacional que se encarga de que estos acuerdos comerciales mantengan el estándar, y de evitar que aranceles desproporcionados, subsidios injustificados y demás actividades que privilegien a los productores locales sobre los internacionales sean impuestos: la Organización Mundial del Comercio. Cuando en 2012 Colombia firmó un tratado comercial con la Unión Europea (ya no aplica para los británicos por pelotas) se nos olvidó que nuestro esquema tributario para el licor se impuso casi desde que Bogotá eran 12 chozitas y una iglesia, y en enero de este año, los europeos se dieron cuenta y nos llamaron a consultas ante la OMC porque el país estaba protegiendo su industria licorera de forma ilegal frente a los competidores extranjeros.
Ante el jalón de orejas tan bestial que nos metieron, el Ministerio de Hacienda, siempre tan consciente y previsivo, redactó la ley 152 de 2015 y la 189 de 2016. La primera ley, en pocas palabras, cambia el impuesto que había en Colombia que estaba determinado por los grados de alcohol que tenía la bebida, con un salto a partir del grado 35 (por eso que en Colombia el Baccardí tiene 35% y en el resto del mundo tiene 37,5%) por un impuesto universal de 220 pesos por grado de alcohol. Hasta ahora la cosa no cambia mucho, de hecho baja la tasa impositiva, pero como el ministerio a veces tiene “manitas creativas” decidió tirarse su propio invento al darse cuenta de la cantidad de trabajo que representaba calcular la tasa impositiva de 8000 vinos diferentes (son malísimos para el Excel). Así fue como nos clavó la segunda ley, que busca aumentar el recaudo en 20% a costa de los consumidores, el libre comercio y la industria gastronómica nacional. Ahora nos quieren meter, además del IVA y el clavadón que le metió el precio del dólar a las exportaciones, nos van a meter un impuesto proporcional al precio del trago.
El impuesto dado por grados de alcohol se impuso originalmente para alinear incentivos y que la gente más borracha aportara más al sistema de salud por medio del recaudo, pero ahora resultó que hay que alinear los incentivos para que si usted es capaz de pasarse un vino cariñoso sin hacer caras pueda seguir bebiendo tranquilo, pero si usted prefiere el Merlot le toque pagar por la osadía de beber bien. Lo mismo va para el whiskey, el ron importado, el vodka, la champaña, los vinos y todo lo que no sea guaro, Old John, Ivanov o Chicha.
Yo francamente estoy cansado de que el Estado decida cómo me tengo que gastar la plata. Ya de entrada me saca la piedra el aporte de salud y pensiones que hago todos los meses. Me indigna que a la gente que vive (sobrevive) al lado del deprimido de la 94 le sigan cobrando valorización, que el 4 por mil pasara de ser un impuesto temporal a un contemporáneo de Amparo Grisales, que me digan que no puedo tomar Aguardiente de Nariño que es mi favorito porque no nací cerca al Galeras, y que ahora les dio porque yo debería declarar renta (según lo que se sabe va a estar en la reforma tributaria) aunque mis activos totales sean un computados y una guitarra. Ya no me metan la mano al bolsillo, ya no me controlen que tipo de transporte puedo pedir o qué aplicaciones puede haber en mi celular, y por favor, se los pido encarecidamente, ya que están con el cuento del posconflicto déjennos beber en paz.