El Mal Economista

Publicado el andressastre

¡Que Dios se lo pague!

Por: @AndresSastre

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LaErmitaCali

 «(…) en Colombia es pecado ser rico, pero no lo es hacerse rico perdonando los pecados.»

Un día, de camino a casa luego de una larga jornada de trabajo, me quedé dormido en el MIO (Masivo Integrado de Occidente) mientras pasaba por la famosa iglesia “La Ermita” de Cali. Durante el agotador trayecto tuve un sueño, sobre un acto eclesial, el cual intentaré reconstruir en estas líneas:

─ Queridos hermanos, estamos hoy reunidos para reflexionar sobre el rol de los impuestos en Colombia, por ello los invito a que nos acerquemos a la palabra: ─ Acto seguido, comenzó la lectura:

─  En aquel tiempo, Juan Manuel y sus ministros habían montado un Estado basado en brindar paz, equidad y educación; o por lo menos, eso decían los abundantes y costosos anuncios publicitarios emitidos día y noche en las principales cadenas de televisión abierta. El presidente había convertido la bandera de la paz en una especie de tarjeta de crédito infinite (de esas que tienen cupo ilimitado), con la cual creía que se podía justificar cualquier cosa, inclusive aquellas cosas injustificables. Había montado un Estado costoso, lleno de subsidios y beneficios que, disfrazados de programas de equidad social, desincentivan la búsqueda de progreso de los individuos.

Al mejor estilo de un nuevo rico, el gobierno de Colombia se había montado en un tren de gastos, en el cual surgían nuevas agencias del Estado como gigantescos aparatos burocráticos que llevaban la nómina a niveles por encima de lo recomendable. Se trataba, para muchos, de una forma de ir creando un ambiente propicio para la paz de Colombia; reconociendo que las marcadas diferencias socioeconómicas, que servían como caldo de cultivo para el conflicto, debían ser corregidas o, por lo menos, reducidas. Y todo parecía ir bien, los comerciales de gente recibiendo casas, el vicepresidente sonriendo en la entrega de obras públicas, programas de becas para estudiantes, agencias gubernamentales con nombres sofisticados e ilimitadas chequeras para desarrollar programas sociales en beneficio de las comunidades marginadas.

Sin embargo, de repente, la tarjeta infinite terminó siendo débito y se quedó sin saldo. El ministro de hacienda, como buen apostol, procedió a ofrecer soluciones; alternativas que parecían ser más posiciones políticas que propuestas técnicas. Y entonces, en lugar de hacer verdadera austeridad del gasto, se optó por buscar quién pagara la abultada cuenta. En medio de las opciones disponibles, una llamó la atención por su inmediato efecto, el gobierno decidió revivir el impuesto a la riqueza y, aunque buscaba aumentar el número de contribuyentes, solo logró impactar a quienes tuvieran más de 1000 millones de pesos, una cifra significativa de dinero en un país como Colombia.

Todo marchó como se esperaba, los patricios del reino serían quienes financiarían los proyectos de Juan Manuel y sus ministros, aunque durante el mes de mayo de 2015, los principales generadores de empleo e inversión en el país vieron sus finanzas afectadas por tan heróico tributo. Muchos celebraron que los dueños del capital pagaran grandes tarifas, otros lamentaron que no pagaran más, como si la elevada tasa efectiva de tributación por encima del 60% no fuera suficiente. En silencion, unos pocos, lamentaron que en Colombia no fuera pecado romper ceses al fuego mientras se vacaciona en Cuba, mientras que tener más de dos pesos se castiga con altísimos impuestos.

Todavía se recordaba en todos los rincones del reino aquella promesa, realizada en un debate presidencial de 2010, de no subir los impuestos, cuando multinacionales de alta trayectoria abandonaron sus operaciones, para producir en otras tierras a menores costos. Al mismo tiempo, los bancos y grupos empresariales estaban empleando sus reservas patrimoniales para pagar impuestos. Por su cuenta, algunos “genios” de la economía estaban buscando cómo hacer que los impuestos al consumo se incrementaran, en la búsqueda de lo que parecía ser un intento por exprimir hasta el último peso de los ciudadanos. Sin duda eran tiempos oscuros, tiempos que nuestra gente padeció hasta el día del juicio.

Terminando su lectura, quien presidía la ceremonia hizo una breve reflexión:

─ Sin duda, hermanos míos, estos tiempos oscuros han fortalecido el carácter de nuestra comunidad y nos han dado la fuerza para entender que el papel de la Iglesia, y no me refiero a la Iglesia Católica, sino a todas las comunidades religiosas, va más allá de ser la conciencia moral y ética de los individuos o de ser fuente de fortaleza e inspiración. Es por este motivo que, todas las comunidades religiosas, hemos decidido retornar a Colombia  una parte de la riqueza que en ella hemos obtenido. A partir de hoy, las comunidades religiosas de todos los credos, aportaremos un diezmo (10%) sobre nuestro patrimonio para apoyar la construcción de una nación más equitativa (…)

En medio de aquella conmovedora ceremonia, mi bus llegó a su destino y desperté entre la confusión de mi siesta y la desilusión de saber que en Colombia es pecado ser rico, pero no lo es hacerse rico perdonando los pecados.

COMENTARIO SUELTO: Las últimas semanas del proceso de venta de la estatal ISAGEN se han convertido en un bochornoso espectáculo, no para las Cortes o el gobierno nacional, sino para aquellos prohombres de la patria que creen que saben de finanzas corporativas y valoración de empresas y, desde sus espacios de opinión, lanzan juicios carentes de sentido técnico.

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