El Mal Economista

Publicado el EME

Nos pintaron pajaritos en el aire

Por Sergio Niño

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Ilustración por Nathalia Vecino

 

Para comenzar, no quiero que nos pinten pajaritos en el aire. Muchos deben saber que latinoamérica cuenta con el distintivo de ser la región más desigual del mundo. Mientras tanto, el país se encuentra en medio de un nuevo proceso de paz, a la espera que de una vez por todas se firme una paz duradera que transforme el país. Por supuesto, con una simple firma no se va a cambiar el país de la noche a la mañana, la paz va más allá de un documento e involucra muchos aspectos que trascienden todo tipo de barreras. Pese a que el costo en la actividad económica producto del conflicto puede alcanzar el 9% del PIB, no hay garantías para pensar que por una firma esos costos económicos vayan a disminuir.

 

En este punto es importante hacernos una pregunta ¿Estamos preparados para un proceso de postconflicto? Parece que en Colombia no estamos preparados para el fin de una época de violencia que comenzó hace poco más de 50 años, aquella República de Marquetalia de ideas comunistas y habitada por unos pocos campesinos que se convertirían en los comandantes de las FARC. Pues bien, el conflicto comenzó básicamente como una protesta en contra del bipartidismo de la época y a favor de programas sociales que mejoraran la salud y la educación. Sin embargo, esa lucha social terminó engendrando a una de las organizaciones más criminales que hay actualmente en el mundo, muy lejos de aquellos ideales comunistas, más bien capitalistas. Hace poco, la revista Forbes publicó una lista en la que aseguraba que las FARC actualmente es el tercer grupo terrorista más rico del mundo. Por lo anterior, podemos imaginarnos una de las razones por las que están dispuestas a abandonar las armas.

 

En la otra cara de la moneda están las víctimas del conflicto, no solo hablo de los muertos, también hablo de aquellas personas secuestradas, extorsionadas y aquellas que por el desplazamiento forzoso tuvieron que dejar el campo para terminar en la ciudad. Sí, una ciudad desigual y excluyente, la típica ciudad colombiana en la que se excluye hasta por ser de la región “equivocada”. Además, la desigualdad en Colombia es demasiado alta, un país que espera ser capaz de construir paz y dejar de lado 5 décadas de conflicto. Ser uno de los países más desiguales de la región más desigual del mundo, es un apelativo.  Más aún, si miramos el índice de GINI en concentración de tierras rurales, históricamente ha sido altísimo. En consecuencia, será difícil reactivar un desarrollo rural que se ha quedado sin mano de obra a causa del desplazamiento y que cuenta con una concentración de tierras absurda.

 

Es decir, si queremos ser capaces de construir la paz, debemos ser capaces de mejorar la equidad al interior de la sociedad colombiana. Para comenzar, se deben dejar a un lado las discriminaciones más comunes que existen: sexo, creencias, raza, estrato, etc. Por ejemplo, hace unos días el alcalde de Bogotá consiguió de una vez por todas que la clase alta lo odiara, planteó la posibilidad de construir viviendas de interés prioritario en los estratos 5 y 6. En este orden de cosas, no es novedosa la improvisación a la que nos tiene acostumbrados Petro, lo realmente sorprendente es el rechazo inmediato que tuvo la comunidad, demostrando lo excluyente que puede llegar a ser la sociedad colombiana. Por otro lado, es muy importante que tengamos claro que el conflicto armado es uno de tantos conflictos que existen. Es decir, si lo que queremos es un postconflicto que erradique la violencia y traiga la paz, debemos empezar desde nuestro hogar. Específicamente hablo de la violencia intrafamiliar, que tiene muchas maneras de expresarse (física, psicológica, verbal, etc) y ocupa los primeros puestos de los conflictos que hay en el país. Aparte de eso, la violencia intrafamiliar afecta negativamente la salud, el desarrollo y las libertades de las víctimas que principalmente son las mujeres.

 

En síntesis, los Colombianos somos campeones en mantener la desigualdad, la exclusión y  los conflictos. Por lo menos ya comenzamos a acabar uno importante: el armado. Sin embargo, quiero dejar muchos interrogantes abiertos y libres a discutir. ¿Cómo implementar políticas ambiciosas para combatir la desigualdad y la pobreza? ¿Contamos con el financiamiento y las instituciones necesarias para guiar un futuro proceso de postconflicto? ¿Es posible reparar a todas las víctimas secuestradas, desplazadas y asesinadas? ¿Podemos dejar de lado un país excluyente para así comenzar uno incluyente? ¿Estamos dispuestos a brindar las mismas oportunidades y capacidades para todos?

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