El sector de los uniformes escolares ha sido fuertemente afectado por la pandemia y poco cubierto por los medios. A través de los uniformes escolares, es posible ver el impacto en empresas y personas.
- Por: Carlos León / IG: @carlosleon.030
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La pandemia por COVID-19 ha impactado a todos los sectores de la sociedad. Sus implicaciones han sido devastadoras y suponen un retroceso de los avances hechos en las últimas décadas. Uno de los sectores con menor exposición mediática es el mercado de los uniformes escolares. Este producto es fabricado y comercializado a nivel nacional incluyendo a grandes empresas manufactureras y a trabajadores independientes.
Para entender la dinámica del sector, se puede hacer una estimación rápida para entender la magnitud del mercado. Para empezar, tenemos que según datos del Ministerio de Educación y el DANE, se calcula que en Colombia hay más de 10 millones de estudiantes matriculados, desde transición hasta grado 11.
Pero para tener resultados concretos sobre el tamaño de este mercado, es necesario esbozar algunos supuestos y consideraciones: primero, que un uniforme tiene vida útil de dos años (entre que el uniforme va quedando corto y otro estudiante más pequeño lo puede reutilizar). Así mismo, es necesario considerar que la gran mayoría de colegios tienen dos uniformes (sudadera y diario). Como resultado, el negocio de uniformes escolares puede estar produciendo un aproximado de 10 millones de uniformes anuales, con precios que varían desde los 60.000 hasta los 120.000 pesos por uniforme. Entonces se puede estimar que el mercado de uniformes mueve cerca de novecientos 900.000 millones de pesos cada año.
Son pérdidas multimillonarias que han impactado a miles de personas del sector: Alba Azucena León trabaja en un local comercial dedicado a la confección y venta de uniformes escolares. Ella, junto con dos de sus hermanas, es copropietaria del taller de costura donde trabaja con otras tres costureras. El negocio, que lleva más de 30 años, consiste en confeccionar uniformes de colegios cercanos y venderlos a padres y estudiantes. “En un comienzo, nosotras cerramos cuando se hizo la primera cuarentena, y nunca pensamos que iba a pasar tanto tiempo”.
La demanda de uniformes escolares desapareció con la cuarentena pues las clases se volvieron virtuales. Por lo tanto, muchos de los uniformes que se hicieron por encargo quedaron guardados y no han sido reclamados. Si bien muchas personas ya habían pagado el depósito de estos pedidos, es incierto si los van a reclamar y si realizarán el pago total de los uniformes. Como resultado, los ingresos del negocio desaparecieron de un día a otro.
Muchas empresas del sector decidieron reinventarse con la confección de nuevos productos. Alba y sus hermanas decidieron trabajar a puerta cerrada en la elaboración de tapabocas. Sin embargo, el mercado se saturó rápidamente y las ventas fueron muy bajas.
En efecto, la oferta de tapabocas aumentó a niveles superiores a la demanda. Solo en Santander habían más de un millón y medio de tapabocas en sobreproducción, según reportó la Cámara Colombiana de la Confección seccional Santander. Uno de los principales motivos corresponde a la decisión del Gobierno de eliminar los aranceles a la importación de mascarillas. Posteriormente, el Gobierno reestableció dicho impuesto pues los tapabocas extranjeros tuvieron un fuerte impacto en la industria nacional.
Pese a esta situación, la necesidad por readaptarse y mantenerse a flote no cesó. Por eso, Alba optó recientemente por hacer trajes antifluido. Si bien las ventas han sido pocas, espera que pueda suplir parte de las ventas que tenía de uniformes escolares antes de la pandemia.
A este proceso se le podría denominar destrucción creativa. Este concepto económico sugiere que la aparición de un nuevo producto o una nueva forma de producir acabarán con los productos y técnicas actuales. En este orden de ideas, el auge en el mercado de tapabocas supondría el fin en la demanda de uniformes, y las empresas que antes producían uniformes deberían destinar sus recursos a la fabricación de tapabocas.
Sin embargo, este concepto no encaja con la dinámica existente en el mercado de uniformes por dos motivos. Primero, la demanda de uniformes escolares volverá en el mediano plazo, cuando se reactiven los colegios presencialmente. Segundo, porque el cambio en el consumo de tapabocas no obedeció a una mejora en la producción ni a un mejor servicio, sino a un motivo de salud pública urgente.
Si bien Alba y sus hermanas pudieron solicitar crédito para soportar los gastos de mantenimiento, el acceso a crédito como último recurso es un privilegio al que muy pocos tienen acceso. Los altos índices de informalidad en el mercado de uniformes escolares suponen retos muy grandes para las personas que trabajan de forma independiente, en especial si no cuentan con otra fuente de ingresos. Así mismo, existen fuertes estigmas en torno a la confección y costura, por lo que gran parte de los trabajadores son mujeres cabeza de familia. En el negocio de Alba, las tres costureras trabajan bajo encargo. Ellas se mantienen a flote gracias al apoyo de familiares. Sin embargo, la oportunidad para acceder a un préstamo es mucho menor, por lo que deben cargar con la presión de completar el sustento diario.
En todo caso, tanto empresas como trabajadores tienen puestas sus esperanzas en el 2021, cuando empiece la nueva temporada escolar. Dadas las particularidades del mercado de uniformes escolares, casi todas las ventas se hacen entre enero y marzo cuando inician la mayoría de los colegios. Sin embargo, este escenario se mira con escepticismo. “Los padres van a desempolvar sus uniformes. Si no hay necesidad y no tienen cómo comprar un uniforme nuevo, entonces no tendremos esa venta”.
Así queda claro el impacto y la trascendencia de la pandemia en el sector de los uniformes escolares. Los hechos relacionados con esta situación son poco cubiertos por los medios, en comparación con otros sectores. Así mismo, es necesario entender esta realidad más allá de cifras y números. El impacto en las personas que trabajan en el sector puede ser permanente, y la recuperación hacia la normalidad mucho más lenta de lo deseado. El desarrollo de esta problemática dependerá de las condiciones de la pandemia y de las medidas que tomen los gobiernos nacionales y locales.