Por: Fernando Cárdenas
Más o menos en diciembre me llegó la idea de escribir esta columna. Me llegó porque en mi primer día de trabajo como periodista serio pensé que me iba a hacer mucha falta el periodismo light, y entonces, mientras hablaba con un amigo que también fue periodista light antes de ser periodista serio (aunque ambos somos economistas), surgió. Aunque la idea fue más de él que mía, fue a mí a quién le quedó sonando en la cabeza. La idea era que junto con varias personas nos íbamos a bajar Tinder, íbamos a crear perfiles falsos con cambios marginales en características y de ahí íbamos a partir para tratar de hacer una evaluación de las preferencias de los ‘consumidores’ en la red social. Esto suponía varios problemas: tocaría abrir cuentas de correo falsas, abrir perfiles de Facebook falsos, subir fotos de terceros sin permiso, y finalmente abrir una cuenta de Tinder; era sumamente complicado, y por eso desistí de escribir mi columna, hasta que la semana pasada, casi por accidente, la investigación se hizo sola.
Hace quince días llegó una de mis grandes amigas al país después de haber vivido cuatro años en Londres. Se vino con trasteo y novio británico a Bogotá, lo cual resultó fundamental para mis aspiraciones periodísticas. Una semana después fue el cumpleaños del inglés, que ya todos conocíamos desde antes, y de alguna forma, una cosa llevó a otra y terminamos bajándonos Tinder en su celular para jugar y distraernos un rato. La situación fue chistosísima por un rato, pero después se le acabaron los ‘likes’ y me tocó poner el pellejo a mí para poder seguir con la pantomima. Cuando llevábamos ya más de media hora mandándole mensajes sacados de canciones de reggaetón a esperanzadas señoritas que querían salir con él, o conmigo, me di cuenta de lo que en realidad estaba sucediendo. Yo era un grupo de control perfecto, y el inglés (llamémoslo John Smith) era el grupo de tratamiento del experimento. Acto seguido conseguí el celular de mi amiga (a quien vamos a llamar Pocahonthas) para hacer lo mismo y aumentar el tamaño de muestra, y de ahí salieron las conclusiones que expondré a continuación.
Antes de empezar con la carreta de mi experimento natural, creo que es prudente dar un poco de contexto sobre qué es exactamente Tinder. Tinder es, en esencia, una red social diseñada para conectar hombres y mujeres con personas cuya apariencia física resulte mutuamente atractiva. La idea es que al abrir una cuenta llegan al celular del usuario una serie de fotos de otras personas, conectadas a perfiles pequeños de máximo seis fotos y una breve descripción, a partir de las cuales el receptor juzga sus potenciales parejas. Si al usuario le gusta lo que ve entonces desliza la pantalla hacia la derecha, si no le gusta entonces desliza la pantalla hacia la izquierda. Si dos personas se deslizan mutuamente hacia la derecha entonces Tinder les deja saber, y al hacerlo abre un chat para que ambos puedan hablar entre sí. Mejor dicho, esta cosa es la versión digital de la “fiesta semáforo” a la que uno iba en el colegio, donde uno se vestía de verde si estaba soltero, de rojo si estaba ‘cuadrado’ con alguien y de amarillo si, aunque estaba soltero aún mantenía algún nivel de estándares.
-Cierro paréntesis-
Tras bajarme Tinder en el celular de John Smith y Pocahonthas, y para que el juego fuera más divertido, deslicé todo lo que me salía hacia la derecha, lo que me permitió tener muestras iguales sin ningún sesgo en el agregado para los dos. Y fue entonces cuando entendí que los resultados iban a salir mal para el colombiano promedio. El inglés mide 1,90, es mono de ojo azul y tiene en su descripción que estudió para ser guionista. Pocahonthas mide más o menos 1,60, tiene un look de niña colombiana promedio (vale la pena resaltar, es made in Cartagena) pero tiene su descripción en inglés, y yo, soy un poquito más alto que el promedio, un poquito más mono, pero en últimas soy mono de Santander, no mono de Bristol. Yo no tengo un look terriblemente desafortunado, pero pues tampoco soy Brad Pitt.
Como era de esperarse los likes le llegaron primero a ella, ¿y cómo no?, uno asume que la gente en Tinder va a lo que va, y como la cultura colombiana aún tiene un tabú grande sobre el ‘one night stand’ femenino es apenas natural que los hombres sean más activos en su búsqueda de… llamémoslo, desahogo. Los likes del inglés tampoco se hicieron esperar, las niñas parecían embarcarse en una fila de unos y ceros solo para encontrarse con mensajes del estilo de ‘yo soy como James Bond, pero más alto’ o ‘yo soy como el Obama blanco y británico’. Y después me tocó a mí, una de mis amigas tomó mi celular y se dispuso a aprobar cuanta señorita aparecía en la pantalla. Inicialmente no me fue mal, en más o menos una hora tenía tres contactos nuevos con los cuales podía entablar una conversación, y me sentí bien con los resultados hasta que vi los del Smith y Pocahonthas. A Smith le fue mejor que a mí, y por mucho, tras una hora más o menos el tipo ya tenía unas quince pretendientes, y a ella ni se diga, esa noche me regañó porque mi chiste hacía que su celular vibrara cada cinco minutos y no la dejaba dormir.
La primera de mis conclusiones es, de acuerdo a lo anterior, muy sencilla: La vaina es más fácil para las niñas. No sé si es que los hombres tienen menos estándares, no creo, pero algo hace que las mujeres tengan mucha más aceptación que los hombres en esta red social. Puedo estar diciendo mentiras, pero creo que la razón está en las mismas asimetrías de información que hacen que Tinder sea una red tan exitosa. Mi teoría es que a las mujeres, especialmente en un país en el que son visiblemente más vulnerables que los hombres en muchos aspectos de la vida cotidiana, y que tiene un historial tétrico de violencia de género, necesitan un nivel de confianza mucho más amplio para encontrarse con un desconocido. Aclaro que esta teoría no es solo mía, en un estudio hecho sobre sitios web de citas en Estados Unidos se encontró que el mayor miedo de las mujeres era encontrarse con un hombre que pudiese abusar de ellas o maltratarlas de alguna forma, mientras que el mayor miedo de los hombres era que las mujeres con las que se encontrarían tuvieran sobrepeso. Interprételo como quiera.
Mi segunda conclusión es que la colombiana prefiere lo exótico, y por eso el inglés llama más que yo. Tinder es una herramienta espectacular para aquellas personas que tienen algo que los haga resaltar muy fácilmente en su apariencia física, que además no sea común entre los nacionales del país. A mí, aunque sea del grupo perjudicado por ese fenómeno, me parece que eso es completamente normal. No es que el producto nacional no sea bueno, de ninguna forma, lo que pasa es que si a usted le dan a escoger entre una chocolatina Jet y un chocolate Suizo pues… la decisión tiende a ser de un solo lado. Eso no significa que usted va a dejar de comer chocolatina Jet (no me di cuenta de que este ejemplo iba a ser tan ilustrativo cuando empecé a escribirlo), pero pues usted quiere ver a que sabe esa vaina de otra parte para ver si la Nacional de Chocolates si merece su eterna lealtad como consumidor.
Mi tercera y última conclusión es tal vez la más desalentadora, de todas: Tinder no le sirve al tipo promedio. Yo creo seriamente que la aplicación le sirve igual a la persona promedio que a la de look desafortunado, y la razón es sumamente sencilla, lo que la gente está buscando son rasgos que resalten, cosa que no tienen los dos grupos que acabo de mencionar. De nuevo yo sé que eso significa que si algún día quiero usar la red para de verdad encontrar mujeres con las que me interese salir no voy a tener, de ninguna forma, la misma cantidad de opciones que John Smith, pero eso en realidad no me molesta. No sé si la razón sea porque en este momento no tengo ningún interés en usarla de esta forma, más allá de los chistes que hice ese día no he hablado con ninguna de mis ‘matches’, y definitivamente no está entre mis planes salir con ellas tampoco; pero sinceramente no me preocupa tener una herramienta menos en la ferretería del levante. Yo sé que hay otras herramientas que tampoco tengo, a mí se me ve fatal la camisa rosada, no me luce el mocasín salsero, y definitivamente no me queda la tanga narizona (y si me queda prefiero no averiguarlo); pero me gusta pensar que hay otras cosas que sí tengo, lo que pasa es que son difíciles de mostrar en un perfil tan pequeño. Y esa es la moraleja, no se desanime, si no le sirve Tinder fresco que su perfil del mundo real es mucho más grande y algo va a lograr; y si no logra nada, pues por lo menos sepa que no le va a salir entre sus levantes virtuales una ‘Alias Yayita’… ‘O Yayito’ si eso va más acorde a sus preferencias.
*Nota: Quiero agradecer públicamente a todos los que me ayudaron, con conocimiento de causa o sin el mismo, a hacer esta nota. Espero no haber ofendido a ninguna de las personas que terminaron en el otro lado del experimento sin saberlo mientras buscaban un digi-romance, pero si lo hice… Mándenme un tweet yo los contacto con mis amigos solteros de verdad.